miércoles, 4 de octubre de 2017

El casting infinito


Quiero reconciliarme con 2017, de verdad que sí, pero insiste en ser agotadoramente desquiciante. No para de entreabrirme puertas para luego pillarme los dedos con sadismo desmembrante. ¡Ya está bien de falsas esperanzas! Todas esas luces al final del túnel se apagan con la corriente porque, al parecer, no hay salida. Persigo falsas pistas y me pierdo cada vez más adentro. ¡Te odio, 2017!

No es fatalismo. Son hechos, uno tras otro, que se salen de la estadística de la probabilidad y caen en el conjuro. Aunque siendo sincera, tampoco creo en el mal de ojo, así que no tengo a quién culpar. Sé que no hay un plan y es una lástima. En estos casos, la fe y la superstición llevan a la gente a creer que hay una lógica y, en consecuencia, una solución; o por lo menos, un ritual que llevar a cabo para apaciguar la mente. Yo no tengo esos recursos. Reconozco mi importancia infinitesimal en el universo y ya, mi mala racha ni se percibe. Así que no puedo encender una vela, hacer promesas con implicación sádica o simplemente conversar mentalmente con esperanza de recepción. Podría, pero la eficacia de estos actos depende de la credibilidad que tú mismo le asignes…

No es que esté esperando grandes cosas (no hay euromillones de por medio), son, simplemente, básicos de la vida y que para más colmo se me presentan a modo de retrato robot. Sé que encajo ahí, sé que tengo posibilidades; pero todo queda en un dos más dos que no termina de dar cuatro. Y esa es la injusticia. Es como: si cuando se me presenta la oportunidad más real de todas y doy todos los pasos correctos hacia ella, y ni aun así sale. ¿Para qué seguirlo intentando? Todo lo demás son apuestas de riesgo, con mil variables incontrolables y una incertidumbre que abruma.

El otro día hice la prueba del oráculo de las canciones, porque entre toda mi racionalidad me permito ese paréntesis, y sonó don't look back in anger, adecuada de todos los modos, tanto en mensaje subliminal como directo. Al final resultó ser que aún no hay decisión definitiva, lo cual es lo menos malo dentro de lo peor, pero sigue siendo una tortura exasperante. Cada día vivo doscientos estados anímicos: paso de la ilusión al querer quemar cosas. El viernes hará un mes que espero perono sé si mi salud mental se mantendrá hasta entonces…