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miércoles, 4 de octubre de 2017

El casting infinito


Quiero reconciliarme con 2017, de verdad que sí, pero insiste en ser agotadoramente desquiciante. No para de entreabrirme puertas para luego pillarme los dedos con sadismo desmembrante. ¡Ya está bien de falsas esperanzas! Todas esas luces al final del túnel se apagan con la corriente porque, al parecer, no hay salida. Persigo falsas pistas y me pierdo cada vez más adentro. ¡Te odio, 2017!

No es fatalismo. Son hechos, uno tras otro, que se salen de la estadística de la probabilidad y caen en el conjuro. Aunque siendo sincera, tampoco creo en el mal de ojo, así que no tengo a quién culpar. Sé que no hay un plan y es una lástima. En estos casos, la fe y la superstición llevan a la gente a creer que hay una lógica y, en consecuencia, una solución; o por lo menos, un ritual que llevar a cabo para apaciguar la mente. Yo no tengo esos recursos. Reconozco mi importancia infinitesimal en el universo y ya, mi mala racha ni se percibe. Así que no puedo encender una vela, hacer promesas con implicación sádica o simplemente conversar mentalmente con esperanza de recepción. Podría, pero la eficacia de estos actos depende de la credibilidad que tú mismo le asignes…

No es que esté esperando grandes cosas (no hay euromillones de por medio), son, simplemente, básicos de la vida y que para más colmo se me presentan a modo de retrato robot. Sé que encajo ahí, sé que tengo posibilidades; pero todo queda en un dos más dos que no termina de dar cuatro. Y esa es la injusticia. Es como: si cuando se me presenta la oportunidad más real de todas y doy todos los pasos correctos hacia ella, y ni aun así sale. ¿Para qué seguirlo intentando? Todo lo demás son apuestas de riesgo, con mil variables incontrolables y una incertidumbre que abruma.

El otro día hice la prueba del oráculo de las canciones, porque entre toda mi racionalidad me permito ese paréntesis, y sonó don't look back in anger, adecuada de todos los modos, tanto en mensaje subliminal como directo. Al final resultó ser que aún no hay decisión definitiva, lo cual es lo menos malo dentro de lo peor, pero sigue siendo una tortura exasperante. Cada día vivo doscientos estados anímicos: paso de la ilusión al querer quemar cosas. El viernes hará un mes que espero perono sé si mi salud mental se mantendrá hasta entonces…


viernes, 19 de mayo de 2017

El drama de buscar piso

En televisión, encontrar la casa de tus sueños parece un paseo por las nubes: blandito, delicado y aromatizado con olor a galletas. Los potenciales dueños, no sólo aparecen relajados cual sesión previa de SPA, sino que se permiten el lujo de listar requisitos con la especificad propia del idealismo: vistas panorámicas, grifería de oro, suelos de parquet reformado del siglo XVIII y un fantasma en el sótano, inicialmente terrorífico pero que termine por volverse entrañable y dar así el toque de excentricidad bohemia que la pareja interracial del reality necesita para definirse: porque un fantasma en el sótano, inicialmente terrorífico pero que se vuelve entrañable es TAAAAN nosotros


Al final, el agente inmobiliario gay les consigue una casa que cumple todos los puntos a excepción de la grifería, que es de plata en lugar de oro; y la diseñadora de interiores les reforma su antiguo hogar, incorporando todas las mejoras salvo el fantasma. Porque con ese presupuesto, las sesiones de ouija solamente alcanzaron a traer cacofonías; que ambientan, sí, pero no impactan tanto como una aparición espectral.

Entonces, la pareja se enfrenta al terrible dilema/decisión de Sophie de tener que renunciar a algo. Oh Dios, no podemos tenerlo todo, se lamentan. Y son americanos, por lo que rebajar sus expectativas les resulta especialmente duro, criados como están en creer que cualquiera puede llegar a ser presidente (una realidad incómoda, angustiosa y desconcertante estos días). En ese momento en el que los protagonistas se esfuerzan por interpretar una mueca de tristeza y llega el corte publicitario de diez minutos, es cuando me enrosco sobre mí misma y me convierto en una bola de decepción y desesperanza. ¿Qué realidad es esa donde cualquiera termina por vivir en la casa que siempre imaginó y al precio deseado? ¿Existe un lugar así sin una pantalla de por medio?


Últimamente los pisos de alquiler están carísimos pues, al parecer, nos hemos vuelto ricos todos (misteriosamente). Uno podría pensar que son sueños de grandeza, que los propietarios se han vuelto locos, pero cuando ves que ese piso de 35 metros, sin ventanas y de 850€ al mes desaparece de FotoCasa en tres días, te toca asumir que no. Realmente pueden permitirse inflar los precios que una horda desesperada y respaldada por avalistas millonarios, luchará a muerte por ser elegida.

Da igual que el anuncio saliese hace 3 minutos. Cuando llames, ya no estará disponible. Y si consigues que te den cita, cuando estés llegando a la calle para verlo, te avisarán de que acaba de alquilarlo el que tenía hora justo antes que tú. Y los que quedan libres, o bien son inhabitables (sin caer en una depresión profunda) o están infinitamente alejados de tus posibilidades económicas. Las alertas que te pongas y a los boletines que te suscribas, no marcarán la diferencia, porque siempre habrá alguien que llame antes que tú. Aunque no duermas y actualices la página cada 30 segundos, se te adelantarán. Y siempre será gente que cumpla todos los requisitos: contrato indefinido, nómina de dos mil euros, avales bancarios, belleza y modales victorianos.  



:D

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martes, 3 de mayo de 2016

El juego del Ayuntamiento con los opositores

El paro, por mucho que los políticos intenten maquillar los datos, no mejora. Los celebrados descensos se falsean gracias a la estampida de inmigrantes retornados, sumado a los emigrantes propios, ya expatriados. Junto a otras técnicas deshonestas para reducir la lista, como el dar de baja a los desempleados que están asistiendo a cursos porque entenderán ellos que, “el saber”, da de comer, cotiza y paga hipotecas. Por no hablar de aquellos parados que han desistido en su empeño de renovar una demanda de empleo que parece no llevar a nada, borrando de las listas su nombre pero no su situación. Por eso no sorprende que convocatorias públicas para elaborar bolsas de empleo con interinos (interinos, que no funcionarios de carrera), sean demandadas masivamente. La gente se agarra a lo que sea y desembolsa una tasa, de entre 8 y 15 euros, por participar en una prueba que, en el mejor de los casos, le consiga un contrato de un par de meses en una Administración  Pública.

Esta iniciativa, además, es muy jugosa para sus organizadores. Calculen ustedes en base a la última, realizada por el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife: 2.496 personas convocadas, a 8.67 euros la inscripción, dan unos 21.640 euros con los que hacer caja. Si la mal llamada ‘Ley de Transparencia’ cumpliera su función, sabríamos a qué fin se dedican estas recaudaciones tan de moda entre los distintos ayuntamientos de la isla, pero dudo mucho que se destinen a ayudas sociales o subsidios, ni tan siquiera al sueldo de los empleados temporales resultantes.

Recordemos que no se adjudican plazas, son sustituciones, de modo que no hay un número exacto que cubrir pero el Consejero de Hacienda y Recursos Humanos, Juan José Martínez, se muestra optimista: “calculamos que serán 8 ó 10”, comenta en el telediario. Dada la competencia, es como ganar la lotería pero atendiendo al premio, se queda en rifa de barrio. La disputa es masiva porque la gente está desesperada y la Administración se aprovecha: ¡hagamos negocio! Si quieren trabajar, con una probabilidad de lotería, pasen por caja.


oposicion ayuntamiento santa cruz tenerife



“Igualdad, mérito y capacidad” es el lema de las convocatorias públicas. Muy bonito sobre el papel pero humo en la realidad imperante. La oposición para el Ayuntamiento da buena muestra de ello. La misma, se basa en dos pruebas: un test de 50 preguntas y, superado éste, un supuesto práctico. Los temas versan sobre leyes, en su mayoría; leyes compuestas de capítulos, títulos, disposiciones adicionales, disposiciones transitorias y finales, desglosadas a su vez en artículos. Lo fundamental de éstas, es su contenido, ya que su orden y correlación importan a nivel representativo, es una forma de esquematizar el compendio con cierta lógica, aunque dejando a libre designación del legislador, el otorgar  el número 125 ó 126 a la materia que toque. Es resaltable porque, sabiendo esto, a nadie se le ocurre versar un examen sobre la numeración de artículos, pues qué más dará el lugar que ocupen. Más en los tiempos de Google, donde una consulta de este tipo, dura unos segundos. Bien es cierto que hay artículos importantes, por así decirlo, que son constantemente referenciados a lo largo de una ley concreta, ocurriendo que, a fuerza de repetición, se memorizan. Por tanto, podría ser comprensible que, de recurrir a una pregunta así, ésta se ciña a los artículos mentados. Eso si partimos del sentido común y, sobre todo, del conocimiento. Lástima que el buen hacer y el discernimiento escaseen. De ahí que en una oposición tan importante como la del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, se haya dedicado un 25% del examen a preguntas sobre numeración. Inaudito, lo nunca visto. Como siempre en Canarias, innovando en regresión.

Eso sólo por matizar lo que resulta, inmediatamente más indignante, ya que también hay otras preguntas cuyos enunciados no son claros y algunas que quedan a “fantasía” del creador, cuando lo legal es ajustarse, literalmente, a lo dispuesto en la ley. El creador, por cierto, se llama Innocan. La susodicha empresa, autoproclamada como TIC (tecnología de la información y la comunicación), dice desarrollar ‘aplicaciones con tecnología propia, basadas en tratamientos de datos e imágenes’, en una web que ni siquiera tiene dominio propio (tira de Wordpress gratuito) y ni se molesta en que sus enlaces funcionen (están vacíos) o en aplicar una plantilla ‘responsive’ (adaptable a las distintas pantallas: ordenador, móvil, tablet…). Esto, al menos, es lo que se encuentra uno en el primer resultado que arrojan los buscadores; como carta de presentación para una empresa tecnológica, deja mucho que desear. Es como ir a la peluquera y ver que la peluquera tiene el pelo quemado, mucha confianza no da...

Con este conocimiento de antemano, no sorprende el desastroso examen presentado ante miles de personas, donde resultaba evidente que no existía un dominio de la materia. La muestra no reflejaba adecuadamente el temario propuesto, ya que hubo temas que directamente no aparecían en el repertorio de preguntas. Además del patrón elegido, que fundamentó una cuarta parte del mismo, en cuestiones relacionadas con la numeración de artículos; algo que queda en anécdota en oposiciones previas de la misma categoría. No olvidemos que estamos hablando de configurar una lista de sustitución para auxiliares administrativos, no se trata de un concurso para la abogacía del Estado, donde controlar las leyes a este nivel, podría tener su razón de ser.

Si bien hay quien acierta los números de la primitiva, de modo milagroso, no puede aplicarse el mismo sistema a una prueba de acceso para un puesto en la Administración. Utilizar una ponderación adecuada y extraer preguntas representativas de conocimiento válido y no de la Virgen de Lourdes, es lo correcto. Muchos parecen olvidar que esto no es un simple examen, va más allá, es el futuro de la gente. La cual ha dedicado un tiempo importante a estudiar y, además, ha pagado por presentarse (con esfuerzo, no pocas de las veces). Detrás de esa cifra de 2.500 inscritos, aparentemente inerte, hay historias duras pero, ante todo, reales. Casos de personas que han tenido que pedir prestado el dinero de la tasa o que compaginan empleos precarios. Algunos llegaron uniformados al examen porque éste se celebró un miércoles a las nueve y media (cuando lo habitual es hacerlo un festivo por condiciones de igualdad), y a las que ha supuesto un contratiempo tener que pedir el día libre o una reducción de horas. Lo mínimo exigible en tales circunstancias, es respeto.

Este examen no es un filtro para “tener a los mejores”, como se atrevió a decir el alcalde Bermúdez, no sé si con cinismo o con el más aberrante de los desconocimientos. Desde luego, con ese comentario demuestra que él, sí que dista mucho de ser el mejor alcalde que podríamos tener. Estén atentos al porcentaje de aprobados y a la nota media (si es que se atreven a publicarla), a ver si la supuesta “criba de la excelencia”, arroja unos resultados que evidencien algo de justicia.

Todavía queda una segunda parte de la prueba para los pocos que, guiados por los santos y el azar, hayan conseguido un cinco raspado. Veremos con qué sorprende el tribunal, si vuelven a tirar de desproporción con falsos argumentos de calidad o si intentan redimirse. Simplemente recordar que esta prueba forma parte de un proceso selectivo que espera repetirse en 24 ocasiones más, para la sustitución de técnicos, ingenieros y otras áreas del mismo organismo; con el que podremos vislumbrar cuánto afán recaudatorio oculta esta práctica.


Lo que, sin lugar a dudas, debería ser una constante, son las quejas de los afectados. Dos mil quinientas personas que están en su derecho de reclamar una prueba que nada tiene que ver con un baremo justo y de hacerlo más allá del descontento interno, porque ése queda sin consecuencias. ¿Hasta cuándo vamos a dejar que nos sigan tomando el pelo, rindiéndonos antes de empezar? 


lunes, 25 de abril de 2016

opositar, esa eternidad

Nunca he sido de boli bic. Parecen más duraderos que los pilot, no digo que no… aunque igual su eternidad se debe al vil abandono al que los someto, relegados en cajones hasta que se volatizan o vuelven a su planeta. Lo siento, no me gustan, me hacen escribir lento y empeoran mi ya pésima caligrafía; no obstante, el bic es el bolígrafo ideal para rellenar impresos con hojas autocopiativa y, por tanto, es el elegido en exámenes de oposición. Como me iba a tocar rellenar cuadritos de respuestas sí o sí, fui a Favego y me compré un boli bic dorado, también los había plateados, pero si estábamos cargando de simbolismos a un boli, la plata era quedarse corto.




No me limité al superpoder del oro, también estudié y me presenté junto a otros tantos miles al examen para interino del ayuntamiento. El cual, por cierto, fue un fiasco; prueba irrefutable de la mala baba o de la incompetencia que tienen los creadores de tests. Evidentemente, nadie se va a aprender la numeración de las tropecientas leyes aplicables, sabes su contenido y hasta puedes usarlas pero si ocupan el artículo 124 o el 225 es irrelevante (más en los tiempos de consulta inmediata de san google). Hay artículos que se referencian constantemente y por eso se te quedan, como el 54 que habla de la motivación de los actos, el 62 y el 63 sobre su nulidad y anulabilidad o el 38.4 que cita las opciones de registro. Si hubiese que preguntar algún número, tendría que ser en referencia a estos y no a la aleatoriedad ciega de una ouija borracha. Cosa que hicieron en el susodicho examen con la intención de demostrar no sé muy bien qué, porque no tienes que ser John Nash para ejercer de auxiliar administrativo.




Si tengo que quedarme con algo bueno de la experiencia, es que me sirvió para optimizar mi estudio los días previos, repasando temas a una velocidad sorprendente, dado los estados previos de ensimismamiento donde las vetas de madera se volvían interesantes. Una vez hecho y superadas las fases de enfado, odio y quema de coches, retomo ese estado de astenia que da el volver sobre lo mismo (qué condena). Cuento los minutos y los días, porque a lo tonto, llevo un año con esta oposición. Algo que inicié “por probar” y que iba a llevarme un par de meses, se ha convertido en un medio de vida pero ya está bien, empieza a oler a rancio y quiero deshacerme del cuerpo. Ya me he planteado todas las opciones: que lo pongan fácil, que sea complicado, que sea asesino, que tenga dislexia… y he pasado por todos los estados anímicos, desde la euforia a la derrota anticipada, así que examen, ya no puedes pillarme por sorpresa. Te he dedicado un tiempo más que suficiente, que sea lo que tenga que ser, ¡pero ven ya!

martes, 16 de febrero de 2016

libros vs etéreas chicas de instagram


A veces ocurre que una no sabe qué leer, así que me propuse catar al menos un título de cada autor famoso y de reverencia para poder tener un referente de los mismos (aunque ya sé que se queda corto) y, con suerte, descubrir un escritor maravilloso al que incluir en mi altar de adoración. También me gusta escoger libros al azar en librerías (las pocas que quedan ya), guiarme por impulsos tontos que, más de una vez me han supuesto ganar la lotería (ay, si las elecciones en la vida fueran tan eficaces como una portada llamativa), con el subidón que da sentir que tienes un superpoder o que lo divino consiste en acercarte a ese libro que necesitas, el que incluso, puede salvarte. Porque si no eres demasiado expansivo y pecas de rarito, en ocasiones puedes sentir que nadie piensa como tú o que nadie, pese a la mayor de las argumentaciones previas, logra entenderte. Ir de especial y único es una pose muy adolescente que se ha alargado a la treintena preocupantemente, pero es eso, puro paripé. El aislamiento y la incomprensión son dañinos. Además, hay un amplio recorrido entre el borreguísimo y la excentricidad constante, a todos nos gusta formar parte de algo o de alguien, especialmente los que no paran de evidenciar lo únicos que son, porque son precisamente ésos los que parecen sacados de un molde, plof, réplica de  patrones que buscan ser etéreos e inalcanzables pero que, curiosamente, utilizan clónicos medios y formas. Como las chicas volátiles de instagram, cuyas fotos componen collages de piñas, libros y tacitas de té con filtros blancos o azules; piñas que se pudren en el frutero, libros que no se leen y tés anticelulíticos que las convenzan de que así pueden pasar los días postradas en cama deslizando el dedo por su teléfono móvil, porque están por encima del bien y del mal, y de los problemas circulatorios.

En este mundo donde parece premiarse las alicaídas poses que llevan por título una canción de Bon Iver, una puede llegar a sentirse muy sola. Por desgracia y gracias a la globalización que permite internet, el espejo actual donde mirarse es el mundo, y resulta que no hay lugar occidentalizado que no tire del mismo modelo superficial pero enmascarado de trascendencia. Creo que esto último es lo que más me molesta, ese aura de cultura y reflexión que no va más allá de decidir el color de uñas que mejor resalte sobre la mesa Lack del Ikea. Incluso los que todavía escriben, aunque sea prosa en incoherente formato de verso, no tienen nada que decir. Esto sería normal o inocuo si no arrastraran una horda de súbditos que alaban su introspección mientras yo me tiro de los pelos por no entender nada. No es porque me crea mejor ni ejemplo de nada, todo lo contrario, soy muy crítica conmigo misma y no creo que este blog, por ejemplo, merezca una atención masiva o reconocimiento alguno. Es mi pequeña área de desahogo sin mayores pretensiones. Eso sí, desde mi papel de espectadora, sé apreciar la calidad y el trabajo, aunque también disfruto de lo puramente estético e incluso de lo burdo, sin más afán que apagar nuestro cerebro durante veinte minutos, pero sabiendo diferenciar el reality barato de lo que no lo es.

ikea books libros booklover
Hay gente que hace los mismo pero con zapatos; zapatos sudados y usados. ¿Quién está más loco, eh?, ¿quién?

Está claro que todo tiene su público, la interconexión creciente lo potencia, así que no puedo evitar sentirme descorazonada cuando apenas encuentro defensa y apoyo de aquello en lo que creo y valoro. Existen, pero su número es tan anecdótico con respecto al culto que tiene el resto, que sentirme triste es la consecuencia más lógica. Porque refugiarse en escritores ayuda pero basta alzar la vista de sus libros para darte cuenta de que algo falla.

Por eso no pirateo libros. Es como un alegato personal que me hace sentir que contribuyo, de una forma pequeñita, a conservar algo que es importante. Hago mal muchas otras cosas pero en esto me he mantenido firme. No quiero devaluarlos ni acostumbrarme al mínimo esfuerzo. Además, me gusta el formato papel, tocarlos, asociarlos a momentos y lugares con todo su peso, reservando espacio en el bolso o la maleta. No me importa subrayarlos o que se manchen, siento que así se hacen más míos.  Y sí, sé que no es nada funcional en mudanzas y que ocupan espacio, pero ya cargamos con un montón de cosas mucho más inútiles y que nos aportan menos. Así que, bah, me voy a permitir ser condescendiente con esta manía, al menos durante un tiempo podré justificarla a modo de prescripción médica necesaria para mi salud mental. 

Si llegas a esto, igual ganas al de los zapatos, sip.

martes, 9 de julio de 2013

cuento tonto de domingo desde un móvil en el mar

Y en realidad, ¿qué era lo peor que podía pasarle? ¿Rechazo? Un dolor pasajero que, al menos, mutaría del ya existente que, si bien no podía calificarse de sufrimiento, se le parecía bastante. Y habría un motivo, uno perceptible que, al ser real, medible y analizable, ofrecía mejores curas. Regodearse en la angustía de lo que podría ser nunca le había gustado, cansada como estaba del tormento autoinfligido de los que sí querían acercarse.

Pero hacerlo tangible ponía luz a aristas y pasajes que se habían acomodado a no existir, sin dejar de engordar por ello. Los miedos no nos dejan. Puede que las derrotas pasadas se diluyan y los testigos se alejen pero hay que practicar mucho para enterrarlas. Y nunca se le dio tan bien el autoengaño, consciente como era de cada pensamiento, con esa manía de reseñarlo todo, como si fuese a importarle a alguien alguna vez... aunque esperando, contradictoriamente, equivocarse.

Porque era posible, lo había vivido; eso sí, desde el otro lado, del que idolatra y quiere conocerlo todo para hacer suyos incluso los momentos donde no tuvo lugar. No por controlar, no por celos, creía en las distancias pero captada su atención, le costaba no hacerse una experta y estudiar cada fisura que, a más pequeña, más interesante. Lo que no cuentas suele ser lo más significativo. A nadie le gusta desvelarse completamente, no es seguro y es lo primero que aprendes y lo que más te prometes no volver a hacer, sin éxito, porque que alguien te conozca y hasta te prediga, es bonito o lo parece, desde el punto de vista de lo hipotético y las suposiciones; tampoco creía que fuese a pasarle ni aseguraba que pudiese gustarle. Ser "el que quiere más" le parecía el mejor de los lados, aun siendo el más frágil, porque mientras durase, habría significado algo; algo para ti, que es la única certeza posible en estos casos. No sería para siempre pero no tenerlo presente desde el principio lo hacía más llevadero. Más auténtico, tal vez.

Quizás por eso desechaba las evidencias y las declaraciones directas; quería ser la parte que embauca y no la que tiene que dejarse convencer: la ciega. O igual era simple sabotaje, optar por imposibles te convence de que lo has intentado y te deja en letra muy pequeña un "sabías que nunca sucedería". Esperaba no ser tan imbécil.

Lanzaba pequeñas pistas con el convencimiento de que, si debía ser, las descifraría. Igual no quería adivinarlo. Igual ya lo había hecho. La ausencia de respuestas podía ser una contestación en sí misma. Todo tenía cabida, por lo que era mejor no hacer nada. De momento.

Si todo tenía que morirse, esto no sería una excepción.

lunes, 18 de marzo de 2013

El amor en espacios pequeños…

… O el amor en Canarias. No sé cómo será en otros mundos pero fantaseo con la idea de que los amantes potenciales, más allá de estas islas, no comparten ningún nexo de unión con tus familiares, vecinos, amigos o, peor aún, con tus amantes pasados y/o futuros. Donde cada relación es un nuevo comienzo sin reencuentros fortuitos en bodas u otras ocasiones de mayor atragantamiento. Ya dejamos un feo historial de relaciones pasadas esparcido por nuestras webs-cadáveres que se reemplazan como para, además, tener que encontrarlas en el mundo real, una y otra vez, como un combinado de El día de la marmota y El diario de Patricia: sabes que ir es una mala idea pero estás condenado a repetir apariciones.


Según la teoría de seis grados de separación,  cualquier persona del planeta puede estar conectada a otra a través de una sucesión de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios. También se le llama número Bacon, en base al experimento que tomó a Kevin Bacon como referencia para unirlo al resto de actores que aparecen en la base de datos de IMBD (Internet Movie Data Base), donde se descubrió que el  número de saltos no suele ser mayor de 6 ó 7 (entre los más de 700.000 existentes). Uno se queda perplejo y ansioso, especialmente al tantear las posibilidades de acercamiento con ídolos y celebridades, pues todos llevamos un fan dentro con mayor o menor ansia de stalkeo. Hasta que te detienes a pensar, haciendo un breve recorrido mental de tus conocidos y sus conexiones, por verificar el estudio en un formato más de andar por casa y, te indignas. ¿Seis grados de separación? ¡Aquí todos somos Kevin Bacon! Así, directamente. Por eso tu nuevo novio resulta ser el primer amor de tu amiga de la infancia (ahora recuperada por facebook), quien jura odiarte con el puño en alto mientras tú te ves obligada a devolvérselo,  imbuida por una especie reciprocidad absurda  y porque, bueno, a ti nunca te regaló un arcoíris coloreado con plastidecor.


Esta endogamia amorosa es todo un drama, del primer mundo pero drama. Si a esto le sumamos el hecho de que, ya de por sí, es difícil dar con gente interesante, se convierte en el santo grial esperar que, además, se ajuste a tus gustos disconexos, curtidos en años de ensoñaciones tipo: Que adore los gatos, que tenga barba, que no diga que Rocky Horror Picture Show es una mierda, que escriba bien, que le guste Sinatra y lo ponga en nuestro viaje por carretera de tres meses persiguiendo atardeceres poéticos donde demuestre que toda su profundidad y encanto no son una pose y que te quiere mal peinada y con resaca, tanto como a su perro (aunque no más), porque es sensible sin ser cursi y tiene talentos mil con los que obnubilarte e instruirte, respetando tu espacio pero sin dejar de incluirte en sus planes, en un perfecto equilibrio que queda confirmado por su voz de Eddie Vedder del 92. Respiro. Sí, seguramente no exista pero aquí, además, sería tu primo.


domingo, 9 de diciembre de 2012

el ciclo de la decepción



Cuando tenía 14 años decidí que mi hipotético novio me compondría una canción imperecedera y atemporal que calaría en los corazones del mundo que se preguntaría obnubilado: ¿en quién pensaría? ¿para quién la compuso? Y la respuesta secreta sería: ¡yo!

A medida que pasaba el tiempo, me conformé con que supiese tocar la guitarra y me dedicase una canción compuesta por otro pero re-descubierta para mi, que terminó mutando a: mira, si me graba un cd personalizado será el hombre de mi vida. Esperando, inicialmente, la dedicación de Rob en Alta fidelidad y terminando, solamente, por desear que no incluyese aquella canción que era “su canción” con su anterior novia.

Lo malo del ciclo de la decepción es que, como ya sabía Disney, es un ciclo siiiin fiiiiiiiiiin, que lo envuelve tooodoooooooo. Haciendo especial hincapié en el “sin fin”, hecho clave que consigue que, reducidas todas tus expectativas románticas, se produzca un fenómeno insignificante (léase: te paso un link de youtube) que reinicie desde ese extremo enfangado que es tu miseria personal, el ciclo de la decepción. De este modo, mañana será un mp3 en el correo, pasado una lista de spotify y, un tiempo sin estimar más tarde, vuelves a necesitar un concierto masivo con fans que deseen ser tú. Como quise ser Beth en el unplugged de Pearl Jam, apropiándome del we belong together que le cantaba Eddie Vedder.

Pero el ciclo de la decepción, aunque infinito, supone un desgaste, como con cada división celular se producen pérdidas; acortamiento de telómeros dirían las personas cultas, destino decadente es con lo que me quedo yo. Porque si hay senescencia celular, hay muerte programada de las ilusiones, interrumpida por algunos interludios, sí, pero éstos suelen valer menos que el deterioro, quizás porque el dolor tiene más facilidad de arraigo y como estado comatoso que es, cuesta más salir de él. Y mucho peor, te acostumbras. Pero a lo bueno también, por eso deja de ser bueno y se convierte en superable.

¿Cuántas de estas réplicas puede soportar una persona en su vida hasta sentirse muerto, hasta ya no querer volver a empezar nada?

domingo, 11 de noviembre de 2012

deconstruyendo realidades



Se comenta que en las redes sociales perfeccionamos la visión que tenemos de nosotros mismos, aportando al mundo la imagen de lo que queremos ser pero no llegamos, a falta de filtros de instagram y consultas a wikipedia. Nuestro otro yo, pulido y mejorado, ocioso y ocurrente, con el ángulo medido para ocultar la papada. Holograma frágil que se viene abajo lo que dura un click, cuanto alguien te etiqueta en una foto atroz, ésa con un ojo a medio cerrar y el otro con pupila laser, boca torcida y chepa notredama, ante la que exclamas: dios mío, ¿yo soy así? O cuando te baila una letra y culpas al móvil pero la falta queda ahí, como los presuntos culpables, PARA SIEMPRE (*ambiguo periodo de tiempo en que tardas en percatarte y editar). Y TODO EL MUNDO (*dos o tres de tus contactos conectados en ese momento) sabrá que nunca aprendiste las normas de acentuación de los hiatos, los hervir, servir y vivir, fragmentos de caos ortográfico que ocupa espacio en tu cerebro, sin mayor finalidad que el spam de vientres planos y alargadores de penes.

Vamos, que no vale la pena.

Mejor enseñar el pelo del desayuno, el atasco de las 7, la entrada de cine para uno, la vecina que vigila nuestros pasos, la planta que no nos sobrevivió y el nuevo pliegue que se desparrama al sentarnos… reunamos lo peor de nosotros mismos y de nuestro entorno, igual así, la realidad termina por parecer un lugar apetecible.

A fin de cuentas, descubrir que tu archienemiga se ha quedado calva o que tu ex está más gordo, greatest hits de la malicia humana, universal e inevitable, no te la asegura nadie. Y de ocurrir, estarás tan atragantado con los mil y un capítulos de felicidad previa, cuidadosamente estudiados y, en ocasiones, dedicados. Voluntarios y sin psicólogo. Una introducción demasiado larga para una satisfacción tan corta.

Echo de menos los tiempos en que pasaba años sin saber de alguien, cuando las personas desaparecían, permitiéndote fantasear sobre su dicha o su desgracia, sus hipotéticas canas y sus teóricas bodas, ayudándote a olvidar y, por qué no, continuar con tu vida. Esa ignorancia feliz de las pequeñas cosas. No te decepcionas, porque no tienes avisos que te soplen la falta de sinceridad, la demolición de la coherencia y la puñalada a bisturí, fina pero certera, que sólo provoca una foto de facebook con sus convenientes etiquetados, notas al pie y comentarios ratificantes. Ignoras las fiestas a las que no te invitan y desconoces las alianzas que confabulan en tu contra. ¡Quiero un filtro para el correo que me avise de los emails desestabilizantes!

Señores de google, en estos tiempos en que nos personalizan los anuncios, háganlo también con la información dolorosa, seguro que ya han recabado la suficiente para hacer un pronóstico acertado de todo lo que queremos pero no necesitamos saber.