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jueves, 30 de noviembre de 2017

Felicidad reflexiva con momentos de asqueo


Dicen que las personas somos capaces de superar la mayor de las tragedias pasados unos meses. Se llama resiliencia, e internet está lleno de listas que enumeran los mejores hábitos para conseguirla. Porque, hoy en día, todo se puede reducir a una lista; lo que lanza un sigiloso y perjudicial mensaje de autoculpa. Al final y al cabo: si estás mal, es porque quieres (vago incapaz de seguir una lista). Porque tú y sólo tú eres dueño de tu felicidad. Entorno y circunstancias no tienen nada que ver. ¡Tú eres un ser impermeable a los acontecimientos! ¡Las opiniones ajenas no pueden dañarte! ¡La influencia externa es de débiles!... Toda una serie de consignas que te convertirán (por mucho marketing de Mr Wonderful que haya) en el perfecto psicópata.  

El positivismo cuqui de tendencia neoliberal me tiene harta. No vivimos en burbujas, no tenemos las mismas oportunidades y, gracias a dios, registramos un número importante de sentimientos negativos. Hay que poder sentirse mal para percibir luego la diferencia. El desánimo no es malo por definición. Permitámonos reflejar tristeza, decepción o impotencia de vez en cuando. El escaparate de subidón yonki que representan las redes sociales está haciendo mucho daño. Nunca fue tan fácil compararse con espejismos...



En mi caso, han pasado 9 meses desde que cambió todo. Yo sigo siendo yo, pero es como si todos mis estados anímicos partieran de una base inferior y me costase mucho más remontarlos. Y no, no puedo culpar a mi resiliencia (o como quieras llamarlo). Si no me siento bien, no es sólo porque la muerte de Ronda haya dejado un vacío en mi vida. El duelo está ahí pero no he dejado de ser una persona funcional que se obliga a cumplir objetivos. Claro que hay días en los que siento que no vale la pena, pero al siguiente me levanto y me fuerzo a la normalidad. Y trato de influir en mis circunstancias, porque sé que no me va a caer nada del cielo; pero intentarlo, no asegura el éxito de nada. Hay un millón de variantes de las que no somos responsables; porque la vida no funciona a base de sonrisas impostadas y mantras buenrollistas. Es algo mucho más complejo e injusto. Y no, no hay equilibrio ni equidad. Lo cual no significa que no puedas hacer tu parte y aportar un poco de gentileza, pero no por ello el mundo seguirá moviéndose con las mismas reglas viciadas. Asumir la mierda imperante no incapacita para reconocer los momentos buenos o las personas valiosas, pero estoy cansada de las apariencias binarias donde: o bien eres una persona ultra feliz, o un cínico amargado. ¿Qué tal un poco de ambas? Una felicidad reflexiva con sus momentos de asqueo. A lo mejor yo soy un poco ciclotímica pero los absolutos me han olido siempre a cuento.

sábado, 5 de noviembre de 2016

la señora mayor que llevo dentro

De pequeña me gustaba colarme en la mesa de los mayores y escuchar sus conversaciones. En mi familia fui la primera hija-nieta-sobrina y a esas edades tan tempranas, las diferencias de años se vuelven abismales. Esto, unido al hecho de que la sección completa de hermanos y primos es íntegramente masculina, aumentó la sensación de lejanía: no quería ponerme con los niños.

Recuerdo ser tremendamente feliz cuando llegó el año en que por fin decidieron dejar de separarnos en bodas, Navidades y otros eventos. Los demás tuvieron la opción mucho antes que yo, y sin batallas, pero ésta es una constante en la vida de los hermanos mayores. Nos toca allanar el terreno.

Con el celebrado cambio accedí, por fin, a un trocito del universo adulto donde podía empezar a ser yo misma; lo que básicamente consistía en dejar salir a la señora mayor que llevo dentro. Sí, sé que en estos tiempos de idolatría a la juventud, ésta es una confesión que suena terriblemente mal pero es una percepción que no ha variado con el tiempo.



No dejaba de ser una niña con, todavía, un largo camino por recorrer. Disfrutaba imaginando y jugando como cualquiera pero también tenía una visión de las cosas, cuanto menos, peculiar; un poco desintonizada con mi tiempo. Contradictoriamente, no tenía ninguna prisa por crecer y traté de alargar mi parcela de infancia todo lo que creí conveniente mientras mis amigas renegaban de sus muñecas y se rellenaban el sujetador con papel higiénico. Pero por otro lado, quería alcanzar ese momento en el que pudiera conversar sin dudar del significado de algunas palabras, investigando y ampliando conocimientos por mi cuenta.

martes, 31 de mayo de 2016

los ripped jeans y crop tops se nos están yendo de las manos

Cuando empezaron a subir la cintura de los vaqueros, me alegré. Tras vivir una adolescencia sometida a los pantalones culeros por los que asomaba media raja (o peor, el tanga fluorescente), herencia de la Britney Spears del momento, conseguir al fin unos vaqueros que no implicasen maniobras al sentarse, fue un alivio. Sin obviar el efecto favorecedor. Las caderas libres y las barrigas al viento son compatibles con la extrema delgadez o los abdominales de gimnasio, así que muy pocas salimos ganando con el talle bajo.


britney spears, slave, braga, tanga
Al menos lo de llevar la braga encima del pantalón no pasó del videoclip



Hasta que un día, de pronto, lo subieron. Y volvieron a subirlo más. Y más. Ya no sólo contenían la cadera sino que ascendían hasta la cintura. Para compensar, los señores de Inditex lanzaron los crop tops, unas camisetitas cortas que dejaban constancia del tiro alto. Una buena idea en principio ya que, en conjunto, no combinaban mal (más fácil que meterse medio metro de tela por dentro). Hasta que la evolución del recorte los llevó a alcanzar la proporción del sujetador: pantalones sobaqueros y blusas de cinco centímetros.

domingo, 30 de diciembre de 2012

consecuencias del domingo



El orgullo, ¿sirve para algo? ¿O es un bonito autoengaño con el que nos remendamos los idiotas? Me engañó, me estafó, me atropelló con el coche y se llevó a mi perro pero cuando me pidió volver, le dije que no, por orgullo. Porque, desdramatizando, el orgullo es la consecuencia final de un gran desastre (o lo intangible que arrebata) y, casi siempre, la gente que traga, termina ganando y el que da la cara y se mantiene fiel a sus valores, se queda con expresión de tonto y con todos sus valores, intactos y juntitos, para jugar. Solo pero eh, orgulloso.

¿Vale la pena?

El que se vende, miente y traiciona seguramente tenga una casa más grande, un trabajo mejor y una mujer más guapa. ¡Cosas materiales! ¡Ella no lo quiere!, dirá el coro de vocecillas orgullosas. Lo sé. Pero ser honrado, coherente y cumplidor no te da ningún premio kármico, tu mujer se irá con otro, tu jefe te puteará y tu integridad no te dejará cobrar por debajo de la mesa. El siembra y recogerás vale para los cuentos de navidad y para las películas en blanco y negro, ah, y para el orgullo, el lamer de heridas de los desechos.

Tantos encierros voluntarios, tantos enfrentamientos inservibles; tantas oportunidades y tantas personas, denegadas, por fidelidad y por rendir cuentas con uno mismo… por orgullo y para nada. He cambiado, puedes decir. Cambiar se asocia con algo positivo, es la excusa perfecta, el eufemismo enmascarador más fiable, porque se recubre de crecimiento y mundo interior y no importa la medida, prima la libertad. Cambia cada día, cada hora, está aceptado. Pero qué le vamos a hacer, en el fondo soy una subespecie romántica que le ve las orejas al lobo, la peor combinación. Así que mejor que nadie me haga caso aunque seguiré esperando, justamente, lo contrario.

domingo, 25 de noviembre de 2012

tutorial: un hombre de verdad y no mario vaquerizo

La rebeca, además de nombre de pérfida mujer, nos protege del frío a jóvenes y abuelas, acortando distancias entre generaciones. Si vas de retro-moderna-vintage o te crees una mori girl de los bosques, más.

Pidiendo a gritos la paliza de un corro de niñas scout
Que Kurt Cobain se pusiera una, valía. En un unplugged con velas y aura de voy a suicidarme, era coherente. Pero en un hombre, de los que esperas que te abran los tarros de mermelada, JAMÁS. Así seas un espartano de voz gutural y lo complementes con curtidos y engrasados abdominales al aire. ¡No importa! Con una rebequita tendrás aspecto de gatito-bebé incapaz de sacar las uñas. E igual es su meta, caballero, en cuyo caso no siga leyendo.

Tampoco hace falta ser Humphrey Bogart: impertérrito e inescrutable. De los que entierran a su perro sin soltar una lágrima y lo superan con whisky, tabaco y una mujer a la que no darán explicaciones: 

-Cuéntame lo de tu perro, Humphrey

-No -contestará él. Y no habrá más disputa. Es Bogart.

Qué dónde está el punto medio, te preguntas. Acotemos distancias con un sencillo ejemplo:

-Entre Bogart en Casablanca y Hugh Jackman en Scoop: te quedas corto.

-Entre Hugh Jackman en Scoop  y Hugh Jackman en Australia: eres el hombre perfecto.

-Entre Hugh Jackman en Australia y Hugh Jackman en Kate & Leopold: te pasaste. Tómate una copa en las sombras y sigue intentándolo.

péplum-lámpara-kardashian
Hombres del mundo, ¡no las uséis! A menos que sea para asomaros al porche que no tenéis y contemplar la puesta de sol de vuestro último día en la tierra, por el capricho de dejar un cadáver indigno. No hagáis caso a las revistas, a nosotras ya nos cuelan mierdas como pantalones cortos que asoman el forro de los bolsillos o el péplum, esas camisetas con faldón incorporado que sólo favorecen si no te has desarrollado con formas de mujer. Es decir, si eres un niño desnutrido de 7 años. ¡Vosotros aún podéis escapar!

Anteponed una hipotermia, solemne y masculina, a dudas del estilo: ¿Puedo ponerme la rebeca con pantalón corto? ¿Abierta o cerrada? En verano no es nada estético ir con la rebeca cerrada, sobre todo por temas de salud y calor. ¿De verdad queréis sentir insultada vuestra inteligencia de ese modo?

Pensad en el teorema de Ethan Hawke:

Ethan Hawke iba con chupa de cuero en Antes del amanecer, donde resultaba abiertamente gilipollas con todo aquel discursito trascendental de profundidad ensayada pero eh, no llevaba rebeca, lo que te permitía perpetrar ensoñaciones compartidas con la francesita en el tren.

Ethan Hawke llevaba chaqueta, de pie sobre aquel pupitre oh-capitán-mi-capitán y recitaba poemas, circunscribiendo la delicada frontera entre una sensibilidad atrayente y la endeblez anti-erótica que delimita, justamente, la ausencia de rebeca.

Ethan Hawke hace un truño como Sinister y, no conforme con eso, se planta una rebeca de punto grueso, de esas que tejen las abuelas y te pones por compromiso cuando vienen a verte. Justo ésa. Y no se la quita en toda la película. Entiendo que se hace mayor, tiene facturas que pagar y otros sueños de grandeza pero, ¡no destroces un mito adolescente, Ethan Hawke! Yo busqué tu nombre en los créditos de aquel cine. Piensa: Colmillo blanco, El club de los poetas muertos, Reality bites, ¡Gattaca! Todas sin rebeca, ni casa encantada, ni niños muertos.


-Quiero el divorcio.
-¿Es por mi rebeca?
-Ethan, yo llevo una camisetita de verano y tengo un aspecto saludable. Tú pareces un cadáver y llevas una rebeca con coderas... ¡todo el tiempo!
-Tengo frío.


-¿Frente a la hoguera también?
-Sí... ¿quieres un poema?
-Que te den, Ethan.

 
-Bruadsrrebrhjbgbuu


Moraleja: Las rebecas rompen vidas, rechazadlas, sed hombres de provecho. 

domingo, 18 de noviembre de 2012

retro amor y sugestión a la esquizofrenia

Antiguamente, cuando alguien te gustaba o creías que gustaba, porque sólo os habías cruzado una vez en, no sé, el baile del estampado, lo cual era suficiente en una sociedad con tiempo y predisposición a la fascinación; donde un tobillo era obsceno y el baile del estampado, repito, el evento del siglo (y tu abuela va a revivirlo en consecuencia). Una época donde había una estrategia, sin pérdidas, consistente en acercarte a la carabina de turno, con pose de buen muchacho y expresión de confianza que, con años de práctica, no requería necesariamente ser buen muchacho ni de confianza. De acuerdo, la carabina o, generalmente, la tía soltera, era un obstáculo importante, curtida en años de amargura por no haber alcanzado lo que se esperaba de ella (casarse, de blanco y por la iglesia), podía tomar represalias para sectarizar sobrinas y asegurarse compañía en el futuro pero eh, un intermediario amortiguaba la sensación de rechazo. No es ella, es su malvada tía Eufrasia; aún puedo luchar por su amor. Normalmente no había lucha, ni prueba, ni nada, porque nuestros abuelos también eran dispersos, así como Romeo se olvidó de Rosalina por encontrar un 0,2% más receptiva a Julieta.

Pero era bonito, pedirle bailar, pañuelo en mano para que la traspiración del inusual roce no restase romanticismo al momento: te suda la mano, querido, a borbotones. Todo estaba previsto para relatar, debidamente, la historia a los nietos. ¿Qué contaré yo a los míos, en cambio? Y cuando digo nietos, digo gatos (o gatos robot).

Por mi parte, padezco un desfase considerable en esto del cortejo, con una importante divergencia de velocidades, focalizado en la planificación: fases, fases y más fases. Avances imperceptibles y mucho de creación propia, fantasía que empieza por pequeños retoques y termina escenificando Lo que el viento se llevó que, claro, en contraste con la realidad, termina siendo forzosamente decepcionante.

A falta de carabinas que medien por nosotros, tenemos internet. Si es descuidado, puedes descubrir si tiene intereses sexuales extraños, como lamer sobacos mientras mira puentes; o a su alter ego de los foros, furioso y bronquista. También puedes analizar sus listas de spotify y buscar el patrón recurrente de exnovias, recorriendo todas las fotos a las que tienes acceso. Todo bastante psicópata pero oye, mejor que la tronada seas tú y no él.

Y luego está instagram, ah instagram. Ese diario de comidas, mascotas y autorretratos de baño y probador. Un consejo, hacerle un te gusta a sus fotos, aunque se realice mediante un corazón enorme que parpadea en pantalla, cual declaración natural de TE AMARÉ POR SIEMPRE, no funciona. ¿Por qué? Porque a diferencia de nuestros abuelos, no tenemos un protocolo de conquistas. Así, si te pisa repetidamente en un bar o te echa una copa por encima, significa que te quiere, aunque parezca lo contrario. Es más, si hace como que no le importas, también te quiere. O realmente es que no le importas pero cómo vas a saberlo tú, en un mundo que hace un uso indiscriminado de corazones y donde reina la satisfacción inmediata de usar y tirar. Tampoco pretendo que Jude Law me cuele una foto suya en un libro, en modo postmortem-granulado-sepia, y que eso lo haga esperarme 4 años, con guerra e insinuaciones de Natalie Portman de por medio, no. Sé que el Jude Law actual se parece más al Daniel Wool de Closer, que se encapricha de Julia Roberts y no sabe lo que quiere, obligándonos a nosotras, pequeñas Alices de la vida, a rehacerlo todo; sólo que sin cámaras lentas, ni Damien Rice que nos ambiente, por las calles de nuestro barrio en lugar de la Quinta Avenida y tirando de mp3, con el kinki aleatorio como único fan que se volteé a mirarnos.

Moraleja: Ignoremos la realidad, viva la esquizofrenia autoinducida.