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lunes, 28 de noviembre de 2016

El oráculo de las canciones

Hay quien lee los horóscopos o busca designios divinos en los posos del té, yo soy más de usar la radio como oráculo. Es un pronóstico que me aplico sólo si sale positivo, claro, un vicio tonto con el que infundirme ánimos. Enciendo la radio y trato de encontrar, en la canción que suene, una respuesta más o menos clara a mi pregunta. A veces rebusco en la letra y otras me baso en mi afinidad con el tema. Si suena un Life on Mars de Bowie, el día se presentará favorable pero si es el Live is Life de Opus, las perspectivas serán peores. Pero como he dicho, lo aplico sólo si me interesa. Si el resultado no va a ser bueno, pruebo con otra emisora y si ni con esas funciona, me vuelvo completamente racional y me olvido del asunto. Es la dinámica básica, ¿no? Por eso los echadores de cartas sólo te dicen lo que quieres oír (y lo mío, al menos, sale gratis).


Supongo que estos augurios relacionados con las canciones tienen su razón de ser, ya que una azarosa relación de temas puede verdaderamente influir en el estado anímico. Habrá quién se tome la música como un hilillo de fondo que rellena asépticamente los silencios pero no es mi caso. Para mí, las canciones son importantes y traen incorporadas sus propias emociones, de ahí que no soporte su uso indiscriminado en publicidad. Porque esa música no se compuso para eso, sino que tenía un propósito mayor que vender seguros o refrescos.

domingo, 23 de octubre de 2016

Mi Nobel iría para Ferreiro

El Nobel a Bob Dylan ha generado tanto artículo y tuit que creo que poco más se puede decir al respecto. A mí, que me gusta escribir, me parece que componer la letra de una canción es uno de los retos más difíciles.  Es cierto que la música (si se hace bien) suele ayudar amplificando la electricidad de las palabras. Yo misma he tenido escalofríos con según qué frases y vellos de punta gracias a la mezcla, capaz de conseguir un efecto químico en el cuerpo que no se puede comparar con nada.

Por eso, andar peleándose por intrusismos o jerarquías en el arte me parece absurdo. Sabemos que es difícil llegar a un consenso de gustos o calidades porque la subjetividad entrará en juego. No hay más que pensar en la de veces que nos conmovemos por algo que a otros deja inalterables. Las sensibilidades difieren y aunque hay casos que nunca podré defender (principalmente aquellos que utilizan el cartón piedra: huecos y sin un mensaje real detrás de tanta floritura), he asumido que imponer un criterio único a la humanidad, es imposible. Y preferible, por otro lado, que así sea.

De modo que, si las palabras que transmite el señor Dylan en sus canciones han sido capaces de llegar a tanta gente, que ha sentido como yo en otros casos, ese latigazo que recorre el cuerpo y que nos lleva por un segundo a un estrato de la realidad que creíamos inexistente, ¿por qué no premiárselo? Este baremo no me resulta tan desechable a priori, aunque sé que a los más exquisitos el gusto popular les repele.

La poesía es uno de los géneros más complicados a los que acercarse pero los compositores tienen la ventaja de hacer un tipo de poemas que emocionan a la gente. Pueden identificarse, viéndose reflejados o comprendidos en letras que, en un momento dado, pueden aliviar heridas o respaldar sentimientos que se quedarían atascados sin ellas. Además, sus creaciones pueden servir para acercar al público a Pessoa o Baudelaire; una transición que amplíe el espectro resulta necesaria. Igual que nadie se inicia en la lectura con Dostoievski, ni en la música con Bach o en la pintura con Rothko, hace falta un entrenamiento.