martes, 16 de agosto de 2016

Alaska: retornar a lo salvaje

Descubrir nuevos mundos es intrínseco a la condición humana. Pasar la siguiente curva, ver que hay al otro lado de la montaña, ir más allá del río, cruzar el océano. Siempre un poco más lejos, en constante progresión hacia lo desconocido. Tal afán, muchas veces temerario y otras unido, necesariamente, a la cruda supervivencia, nos sigue fascinando.  De no ser así, igual seguiríamos medievalmente acorralados por los monstruos, del imaginario precipicio al final del horizonte.


Tras mapear mar y aire, seguimos aspirando a nuevos territorios: la Luna, Marte, la Galaxia, el Universo... Y así, previsiblemente, continuaremos avanzando en terreno extraño, colonizando planetas y, quizás, a otros. Forzosamente ocurrirá, que nuestro destino nómada se imponga, basándonos en la circunstancia inevitable que, dentro de miles de millones de años, extinguirá nuestro sol (si no agotamos el resto de recursos antes). Dejando a las visionarias Crónicas marcianas de Bradbury, en anecdótica excursión dominical. Habrá que ir mucho más lejos entonces. Así que, tal vez, mantener vivo el instinto explorador no sea tan malo.




viernes, 5 de agosto de 2016

Por eso todo el mundo debería leer a Virginia Woolf

Mis lecturas  siempre han sido aleatorias, siguiendo la dinámica establecida en casa, donde no faltaban libros pero sí orden o recomendación. No había jerarquía, vamos. Creo que la falta de clásicos en las estanterías tuvo la culpa. Obviados por una mezcla de miedo y tedio, salvo que tuvieran etiquetas tipo "Verne" o "Dumas", pues al haber sido descubiertas de niños, estaban a salvo de prejuicios.

Con esto no quiero parecer partidaria del lector esnob que, en su afán por diferenciarse, termina cayendo de lleno en otro molde igual de definido. Entiendo que cuanto más se lee, más se afina el paladar, pudiendo ser más críticos o, mejor dicho, contando con mejores herramientas de juicio. Pero para mí leer implica, necesariamente, disfrutar. Soy capaz de reconocer el valor de un determinado libro peeero, si se me empieza a hacer cuesta arriba acabarlo, no tengo ningún reparo en despedirme de Proust o Dostoievski, por muy Proust y Dostoievski que sean. A lo mejor dentro de 5 años volvemos a vernos... O a lo mejor nunca. Hay demasiados libros que leer como para emperrarse en acabar el top 100 universal, a toda costa.

No obstante, si son clásicos y han sobrevivido al paso de tiempo, es por algo. Así que está bien tenerlos como referencia y, cuanto menos, darles una oportunidad. Es un buen filtro cuando no se sabe qué leer.

En mi caso, el ir descubriendo autores geniales tan tarde, fue lo que me hizo ponerme las pilas revisando nombres. De ahí mi reto de leer, como mínimo, un libro de todos “los grandes”. Aumentar referencias, no por una cuestión de postureo sino para evitar, en la medida de lo posible, perderme nada.

Entre mis últimos descubrimientos tardíos está Virginia Woolf, cuyo nombre flota en el inconsciente colectivo, pero a la que yo no me había acercado por creerla,  esencialmente, una poetisa. Sí, lo admito, la poesía es mi gran tarea pendiente. Y créanme que me da mucha rabia no saber apreciarla. Siento que estoy ignorando una parte importante de la literatura pero lo intenté con Baudelaire y Sylvia Plath, con fríos resultados. El único que me hace no perder la esperanza es Pessoa. Con el portugués, el sinsentido desaparece y se me remueven un poquito las entrañas, por lo que puede ser que no todo esté perdido.


lunes, 1 de agosto de 2016

LAS HERMANAS BRONTË


El mundo de la literatura está lleno de conexiones, aparentemente casuales, que han terminado por desembocar en historias que parecían predestinadas a ocurrir. Como las que traería las tardes de encierro de un grupo de aristócratas en Villa Diodati, la mansión de campo de Lord Byron. El anfitrión propuso un reto a sus huéspedes, como pasatiempo frente al mal tiempo: escribir relatos de terror, tan en sintonía con el lúgubre clima de truenos y relámpagos que les había obligado a recluirse. De esta eventualidad nació el Vampiro, de mano de Polidori y el monstruo de Frankenstein, de Mary Shelley. Como si el azar hubiese seguido un orden secreto con la intención de propiciar la creación aquellos mitos.

La misma sincronía se produjo con las hermanas Brontë quienes, en 1847, alumbraron tres obras maestras de la literatura: Jane Eyre, Cumbres Borrascosas y Agnes Grey. Cada hermana creó un universo propio en aquellas páginas, inspiradas en algunos hechos biográficos que no tuvieron más remedio que aderezar y amplificar debido a sus escasas experiencias. Llevándose por tierra la idea de que, para ser un gran escritor, hay que vivir vidas épicas como las de Ernest Hemingway o Jack London. Sin apenas salir de su pueblo natal, las hermanas fueron capaces de componer narraciones extraordinarias acerca de las experiencias humanas más intensas. Llegando incluso a concederles, el final feliz que no pudieron disfrutar en carne propia.

Es llamativo observar como novelas que reflejan pasiones atemporales, son fruto de la imaginación de mujeres que no tuvieron la oportunidad de vivir tales romances en primera persona. Un regusto amargo y una sensación de injusticia recorren el cuerpo al recordar como Jane Austen o Emily Brontë tuvieron que relegar sus amores al terreno de la fantasía. Tanta sensibilidad canalizada en la escritura, no fue capaz de encontrar un atisbo terrenal sobre el que asentarse. De ver recompensada la transmisión de ensoñaciones que, aún hoy, se perpetúa entre sus lectores. Una maestría cimentada en fuero interno, que no llegó a materializarse en la experiencia; lo que, enseguida, inunda a sus lectores de porqués  incrédulos.

martes, 12 de julio de 2016

double check

La semana pasada tuve la oportunidad de dar un taller de creatividad a niños de altas capacidades. Era algo que me imponía muchísimo. No sabía si se iban a aburrir, si lo iban a entender, si les iba a gustar… Y además: eran niños. Mi falta de costumbre me hacía anticipar situaciones desastrosas.

Sin embargo, todas mis dudas se esfumaron a los dos minutos de empezar a hablar. No dejaron de hacer preguntas y observaciones, algunas muy locas y otras curiosísimas. Fue genial. Me encanta que no tengan filtro y vayan soltando todos los pensamientos que se les cruzan a mil por hora. No tienen miedo. Cero prejuicios. Y encima, asimilan como esponjas. Ah y esa capacidad de soltarse. De enfrentarse al papel en blanco sin temor alguno. Cualquier adulto dudaría, planificaría, tantearía opciones… Ellos no. Es digno de admiración.

El tiempo se me pasó volando, la verdad. Ojalá pueda repetirlo en el futuro :)



lunes, 27 de junio de 2016

esperando el pantallazo azul

Ella había ido enlazando temas que la ponían contenta, sentimiento potenciado por la cerveza de miel. Rememoraba recuerdos. No era de esas personas que ataban para siempre las canciones a momentos del pasado, inamoviblemente. Había excepciones, claro. Un mínimo de respeto era imprescindible −y recomendable− pero, ¿por qué no seguir prolongando una sensación positiva aunque ésta cambiase el reparto original? No tenía por qué renegar de ella. Sería injusto limitarla. Sobre todo por lo difícil que era encontrar esa magia y porque un instante de felicidad, no era exclusivo de un entorno.

Por eso las puso, esperando llenar de recuerdos nuevos la música. Fue algo espontáneo que, rápidamente, tuvo el deseo de ser contagioso: una epidemia que nivelase sus estados de ánimo. Algo presente. Importante.

No contaba con la impermeabilidad que conceden las pantallas y su capacidad de lanzar lejos a los que pueden tocarnos. Estaban juntos pero cada uno imbuido de sentimientos que ni se intuían. Encapsulados y ajenos, haciendo que aunque no había sido algo preparado, las expectativas breves, se dieran de bruces contra el suelo. 


Llegaron al final de Ryan Adams en ausencia del otro. La luz azul alumbraba ambas caras, resaltando la dirección de la atracción, que estaba lejos de ser la misma. Kilómetros de distancia donde conectar con los no presentes, los desconocidos y los que iban a mantener su mensaje, idéntico, mañana. Ésa era la diferencia, que no se trataba de una divergencia de intereses. Tan solo que −se decía ella−, mañana será lunes y habrá tiempo para preocuparse. Y como ya no se podía hacer nada (o ya se había hecho todo), ¿por qué dejar que robasen, también, esa noche de domingo? Sobre todo cuando, los dos, la necesitaban tanto.

viernes, 24 de junio de 2016

la posible imposibilidad

Tenía veintipocos años cuando intenté empezar a correr. Pese a ser joven, la viejunidad me invadía por dentro, reportándome un estado físico tan lamentable, que llegaba asfixiada  al aula de diseño de la facultad.  Tardaba un rato en recuperar el aliento después de sólo tres pisos de escaleras, lo que era una vergüenza; no sólo a la hora de hablar a los profesores con esa respiración sexy y encapsulada a lo Darth Vader, sino porque suponía una situación de penosidad desmedida en relación con el esfuerzo real al que me estaba enfrentando (tres míseros pisos en subida).

Aunque siempre he mantenido la esperanza de compartir la genética privilegiada de mi abuela (que es lo más cercano a la inmortalidad que conozco), no está bien relegar toda la suerte al ADN. Además, vivir muchos años en una forma tan decadente, no era apetecible.  Yo quería correr ligera cual cervatillo o, en su defecto, andar sin padecer contagio zombie. Algo digno, vaya, y, sobre todo, acorde con mi edad. Porque según esa línea evolutiva, ¿qué iba a ser de mi a los cincuenta? La visión de mí misma haciendo la croqueta para trasladarme de una habitación a otra, fue el punto de iluminación definitivo: iba a empezar a correr, sí o sí.

Un objetivo que (normal, por otro lado) resultó ser más inalcanzable de lo esperado. Porque como planteamiento parece sencillo: ponerse unos tenis, salir a la calle y dar un paso tras otro a una cierta velocidad. Obvié la aparición de esa puntada creciente en el costado que no sentía desde que tenía 8 años y llevaba dos horas haciendo acrobacias en el patio del colegio. Unida a una lluvia de puntitos estelares, de esos que nublan la vista y parecen augurar el traslado a una nueva dimensión. Por no hablar de la ausencia de oxígeno y el principio de infarto. Horrible todo. Aún recuerdo el trayecto exacto que hice y el infierno que me pareció.

Correr no era lo mío pero, por suerte, conseguí dar con actividades que sí me motivaban y que me ayudaron a ganar fondo físico. Fui mejorando y llevando una vida más activa sin apenas darme cuenta. Hasta llegué a participar en un par de carreras que terminé, con mi consecuente camiseta fosforito de recuerdo. Y ahí están, en mi armario, como prueba de que mi destino reptante ha sido anulado.


gato unicornio


Lo cierto es, que no tuve una conciencia real de mi progreso hasta el otro día, cuando salí a correr por el mismo trayecto que intenté años atrás. No sólo lo hice, sino que disfruté de ello y hubiera seguido más allá sin problemas. Me planteo repetirlo y superarlo en los próximos días, a modo de galletita cósmica-compensatoria con mi yo del pasado.

Es curioso como son los retos. No sé si le pasará a todo el mundo, porque admito que yo tengo una tendencia automática a infravalorarme y a pensar que no voy a ser capaz o que decepcionaré a todos, al inicio de casi cualquier cosa. Pero por otro lado, aunque me ponga en lo peor, lo compenso con trabajo. Siempre me había calificado a mí misma como una persona sin voluntad pero no es cierto. Cumplo lo que me propongo, aterrada e inmersa en la autocrítica, pero lo hago. Y cuando llego ahí, pienso: Bah, ¿y esto era lo que me preocupaba no conseguir? Así que intento recordarlo cada vez que un proyecto nuevo me paraliza, invadiéndome el deseo de abandonar. En un tiempo estaré preguntándome cómo era que lo veía tan imposible.

Lo mejor de estas victorias, es no parar de enlazarlas, porque así se aprovecha la carrerilla que da la euforia y el avance es mayor. Por eso este año no he parado de decir que sí o de intentar planes que creía imposibles. Algunos saldrán y otros no, pero de momento no me puedo quejar. Parece que vislumbro una salida, desconozco el punto final, pero estoy en movimiento y eso es algo que, hasta hace año y medio, no pasaba.

Siento si este post parece propaganda mística de autosuperación. Nada más lejos de la realidad. Porque una cosa es tener presente la valía personal a la hora de coger fuerzas para intentar algo y otra esperar que la solución o las mejoras, caigan del cielo, con la llamada a lametazos de un gatito en unicornio, a la puerta de casa. Hasta que se imponga ese formato acolchado de experiencias, tocará adaptarse y manejar realidades más inciertas y (oh qué pena) menos gatunas.   

lunes, 20 de junio de 2016

la perrolatría de marías

Hace tiempo que desterré las discusiones políticas y, mucho más, lo intentos de convencer a nadie. Todavía me entristece la actitud de tantísima gente en este aspecto y me frustran las injusticias que no dejan de producirse, sobre todo entre una clase política que se ha profesionalizado, distanciada de sus propósitos originales y de la gente a la que (no lo olvidemos nunca) representa. Estoy cansada de pedir un poco de coherencia y de poner esperanzas en un futuro que se anticipa negro. Si la gente quiere seguir votando opciones masoquistas que nos hundan, hundámonos. Me siento bastante derrotista en este punto, la verdad.

Por eso, cuando leo opiniones exageradas y envenenadas de pronósticos apocalípticos referentes a opciones que (y es así, por mucho que se empeñen en repetir el mantra), aún hoy, no han podido demostrar ser desastre alguno, directamente las ignoro. Aunque vengan de gente a la que admiro, (sobre todo si sobrepasan una cierta edad). Lo asumo como un efecto secundario de los años: un síntoma de la vejez del que no son responsables.

En esta línea, traté de mantener al margen las puntas crecientes que iba soltando Javier Marías en sus últimos artículos. Hay que ser justos con la trayectoria vital y no cargarnos de golpe todo el crédito de alguien porque en sus últimos años tome posturas que no nos gusten. Pero una cosa es la discrepancia en intención de voto y otra la exaltación gratuita de la intolerancia.


Estoy hablando del último artículo, publicado en el País, del señor Marías, que ya empieza a hacer sangre desde el título: Perrolatría. Avanzaba los párrafos esperando encontrar una postura que suavizara las barbaridades que no dejaban de enlazarse. Vamos, Marías, déjame salvarte. Pero no, no hubo forma. El mal cuerpo me atragantó el desayuno, y la decepción, no sé si me irá algún día. Esa constante enfatización de lo “peligrosos” y “dañinos” que son los perros, a los que equipara con pistolas y puñales. Seres dispuestos a asesinar tras un guiño de su amo. Sanguinarios, sucios, molestos, ¡una plaga directamente! Lo único que me demuestra es que:

1)     No tiene ni idea de perros. A los que habrá visto de lejos, con repugnancia, imaginando historias paranoicas de conspiración asesina (vaya ángulo malo con el que mirar).  

2)     Chochea. Porque el que se permita hacer una referencia barata a Hitler (entre otras cosas), es de una bajeza tan representativa de falta de argumentos que, viniendo de alguien al que tenía por inteligente, sólo me deja la opción de la demencia. Dios mío, la tercera edad, qué mala es.



Podría entender que el problema de Marías con los perros, no fueran los perros en sí, sino la falta de educación. Yo los adoro pero también me molestan sus ladridos en bucle frente a un dueño impávido (y posiblemente sordo) o andar a saltos por el césped porque aquello es un campo de minas. Pero entiendo que el problema no radica en tener que cohabitar con ellos en la ciudad, sino el hacerlo con unos dueños que se saltan a la torera los principios de civismo y cortesía.

Lo mismo que ocurre con los niños que gritan y alborotan como posesos, cuyos padres no hacen ni el intento de poner orden. Me molestan pero lo hago sin perder el norte sobre la raíz del problema o lanzarme a pedir la erradicación de la infancia porque, oh qué dolor de cabeza dan ALGUNOS niños.  

¿Y los fumadores en las terrazas? Preferiría un mundo sin humo pero entiendo que en un espacio abierto (aunque el tabaco me llegue igualmente), tengamos que tener cabida todos. Sería un detalle no dejar el cigarro constantemente posicionado hacia mi mesa, contaminándome a mí y a mi plato, pero eso no me otorga el poder de amputar brazos o esperar que se prohíba un vicio que (ironía), de ninguna de las maneras, hace bien a nadie.

Creo en una libertad responsable y bien formada, la cual trae sus contras porque es imposible asegurar la responsabilidad y la formación, pero soy partidaria de asumirlos, esperando que el tiempo los reduzca. Por eso no espero que los desconocidos aguanten el vaho de mi perro en la cara durante un trayecto en transporte público o que tengan que quedarse de pie porque el mío ocupa un asiento. Ojalá se los admitiese en la guagua como ya ocurre (sin que nada haya estallado) en otros países pero, de momento, no tengo esa opción. Y ojalá hubiesen más playas donde poder llevarlos, porque con unos dueños responsables, su presencia sería mínima. Más generadora de sonrisas que de inconvenientes. El resumen es la educación. Es que no hay más. 

El artículo de Marías no parece apuntar en este sentido, sino en enumerar todas las cargas de tener un animal: que ensucian, que (nos) enferman, que cuestan dinero…Enorgulleciéndose de poner en duda el que puedan necesitar tratamiento psicológico. Pues no, no es que los perros tiren de psicoanálisis tumbados en un diván pero muchos han sufrido lo bastante como para arrastrar secuelas de por vida; con problemas de ansiedad por maltrato, abandono, atropello y, en ocasiones (como mi perra), todo junto. Así que tanto entrecomillado suspicaz, me sobra; a mí y a cualquiera que haya visitado una perrera o hablado con un adoptante alguna vez. 


perro, perrolatria, javier marias


Las tirrias personales de cada uno son eso, personales y de cada uno, así que no tenemos por qué aguantarlas. El que odie a los perros, los gatos, las gaviotas, los niños, el césped, el sol o el color azul, tiene un problema. Salvo que pueda permitirse comprar una isla desierta o cientos de hectáreas a la redonda, nos va a tocar convivir, y eso supone respetar pero también hacer concesiones. Volvernos intransigentes, queriendo imponer nuestro minucioso credo al resto, no sólo es inviable sino que además, nos hace peores personas. Y eso sí que sirve de medida, señor Marías (ya que lamentaba la relación entre bondad y propietarios de perros).

Siempre he entendido la sensibilidad como un concepto global y no algo afín a receptáculos aislados, que permiten retirarla completamente y al gusto, según intereses subjetivos. De ahí la pena. Porque esta ausencia de empatía tan clara, me hace plantearme mi admiración. Por una falta de juicio tan evidente a la hora de expresar una animadversión que, aunque lícita, es fruto de la amargura que da el desconocimiento y la intransigencia. De modo que tendría que haberla expresado en un círculo íntimo si quería pero no a modo de protesta en un medio tan visible, donde lo único que fomenta es la separación y el odio. Ha sido la gota que colma el vaso y temo que éste sea uno esos puntos de no retorno donde, difícilmente, nada volverá a ser lo mismo. 

Precisamente, en mi último artículo para CanariasAhora hablo de los animales y sobre como distintas investigaciones científicas les conceden rasgos que los humanos llevábamos siglos creyendo propios y en exclusiva. No son meros autómatas y aunque no seamos iguales (ni falta que hace), nuestro egocentrismo está destinado a acabarse. Estoy segura de que en el futuro se descubrirán más cualidades, sentimientos y otros síntomas de inteligencia y "humanización" en el reino animal, lo que nos quitará la superioridad moral con los que los tratamos y empezaremos de verdad a protegerlos. Porque cada especie ha llegado hasta aquí con una línea evolutiva diferente, pero nuestro origen es el mismo. Menospreciarlos a ellos, es negar nuestras propias capacidades que, si son superiores en cuestiones de ética, deberían traducirse en un respeto real. Compartimos planetas, no nos pertenece. 

jueves, 16 de junio de 2016

la última pregunta

Mi careto mañanero y mi camisón, tienen el honor presentarles:


asimov, la ultima pregunta



La última pregunta de Isaac Asimov



Este libro lo leí hace unos meses tras encontrarlo por 1€ en el rastro. Pensé que era la gran ganga (y lo fue) pero de todos los relatos cortos que contiene, únicamente salvo uno (con mis perdones al señor Bradbury). ¡Pero que uno! Pasa el tiempo y sigo dándole vueltas. Tiene algo hipnótico y no sé qué es. Así que lo comparto por aquí, con la esperanza de sectarizar a alguien. 


martes, 31 de mayo de 2016

los ripped jeans y crop tops se nos están yendo de las manos

Cuando empezaron a subir la cintura de los vaqueros, me alegré. Tras vivir una adolescencia sometida a los pantalones culeros por los que asomaba media raja (o peor, el tanga fluorescente), herencia de la Britney Spears del momento, conseguir al fin unos vaqueros que no implicasen maniobras al sentarse, fue un alivio. Sin obviar el efecto favorecedor. Las caderas libres y las barrigas al viento son compatibles con la extrema delgadez o los abdominales de gimnasio, así que muy pocas salimos ganando con el talle bajo.


britney spears, slave, braga, tanga
Al menos lo de llevar la braga encima del pantalón no pasó del videoclip



Hasta que un día, de pronto, lo subieron. Y volvieron a subirlo más. Y más. Ya no sólo contenían la cadera sino que ascendían hasta la cintura. Para compensar, los señores de Inditex lanzaron los crop tops, unas camisetitas cortas que dejaban constancia del tiro alto. Una buena idea en principio ya que, en conjunto, no combinaban mal (más fácil que meterse medio metro de tela por dentro). Hasta que la evolución del recorte los llevó a alcanzar la proporción del sujetador: pantalones sobaqueros y blusas de cinco centímetros.

miércoles, 11 de mayo de 2016

comenta, es gratis

Ya lo decía Joaquín Reyes, hay palabras que van de la mano de otras: pesetas y antiguas, marco e incomparable, rey y campechano… (recuerdos de Borbones desactualizados, lo siento). Lo mismo ocurre con “internet”, igual no tan instintivamente, pero en cualquier encuesta espontánea se recogería el concepto de “conexión” y no de megas, sino de conexión humana. Relaciones a distancia, amigos en el bolsillo, posibilidades infinitas de comunicación… Interconectados, globalizándonos digitalmente: todos al alcance de todos. Y es verdad, es posible, pero es más un “posible de posibilidad”, de tener “la opción de” aunque mira, mejor te pongo un like que lo resume todo. Antes se daba el paradójico momento en el que alguien lamentaba la pérdida de su abuela en Facebook y era obsequiado con un “me gusta” que se prestaba a confusión. Este malentendido prehistórico ha cambiado, como era de esperar, dada nuestra rápida transformación hacia el mutismo apático y vegetativo. Las previsiones han sido certeras, por lo que añadiendo un par de caritas más (que no superan al reparto de emociones de Inside out de Pixar), lo tenemos resuelto. Tristeza, ira, alegría y el dichoso pulgar que se te escapaba sin querer en el chat por estar muy pegado al botón de enviar. Suficiente. Y con esto, amigos, la palabra escrita ha muerto.

Sí, sé que todavía hay algunos comentarios en las webs de noticias y en los vídeos de Youtube, pero son los últimos coletazos, resquicios, de ahí que los más numerosos sean los que vomitan odio. Resistirán hasta que Whatsapp incluya una mierda en llamas que expulse rayos por los ojos, condensación suficiente de malestar y exterminio, a un cómodo clic de distancia.

emoji caca whatsapp odio explosion infierno hate shit
Tal que así (diseño provisional, abierto a sugerencias)

No me pongo agorera, simplemente lo veo venir y prefiero asumirlo, progresivamente, en lugar de hacer un brindis tardío en el funeral. Supongo que a mí me duele especialmente porque adoro la expresión escrita pero sé que no estoy libre de culpa. Sigo leyendo en la red pero interactúo menos de lo que debería. A veces por pereza, otras por escapar de la mala baba del resto de comentarios y, algunas otras, por inferioridad. Esta última es la más absurda de todas y se retroalimenta de la vagancia, porque por mucho que deslumbre un texto, una felicitación o un mensaje de apoyo, jamás serán mal recibidos. No es necesario estar al mismo nivel y redactar un comentario “a la altura”, sin necesidad, tampoco, de caer en el emoticono o en las tres palabras sin conjunción mediante. A todos nos gusta un instante de reconocimiento, especialmente, si es algo en lo que hemos trabajado y donde exponemos una parte de nosotros mismos. Sentirnos identificados, reflejados en otro, comprendidos. Una sensación mágica que se da, más intensamente, con la palabra escrita. Ni el cine más elaborado, ni la fotografía, ni el reality barato, nada alcanza el espectro de la escritura.

Tal vez tenga que ver con el exceso, hay tal variedad de estímulos que es fácil introducirse en una cultura de usar y tirar, donde nada nos marque realmente y sólo merezca nuestra atención de manera limitada. Todos tan “juntos” y sin nada que decirnos… da pena. Todavía queremos comunicarnos, no lo hemos perdido, pero prima la ley del mínimo esfuerzo. En un mundo donde reinan los vídeos de 10 segundos del Vine, leer más allá de un párrafo parece una odisea. Terminaremos con un déficit de atención generalizado mientras pasamos pantallas cambiantes que no recordamos pero que ya hemos visto, en un bucle adictivo de entretenimiento vacío, que impida quedarnos a solas con nuestros pensamientos.  

martes, 3 de mayo de 2016

El juego del Ayuntamiento con los opositores

El paro, por mucho que los políticos intenten maquillar los datos, no mejora. Los celebrados descensos se falsean gracias a la estampida de inmigrantes retornados, sumado a los emigrantes propios, ya expatriados. Junto a otras técnicas deshonestas para reducir la lista, como el dar de baja a los desempleados que están asistiendo a cursos porque entenderán ellos que, “el saber”, da de comer, cotiza y paga hipotecas. Por no hablar de aquellos parados que han desistido en su empeño de renovar una demanda de empleo que parece no llevar a nada, borrando de las listas su nombre pero no su situación. Por eso no sorprende que convocatorias públicas para elaborar bolsas de empleo con interinos (interinos, que no funcionarios de carrera), sean demandadas masivamente. La gente se agarra a lo que sea y desembolsa una tasa, de entre 8 y 15 euros, por participar en una prueba que, en el mejor de los casos, le consiga un contrato de un par de meses en una Administración  Pública.

Esta iniciativa, además, es muy jugosa para sus organizadores. Calculen ustedes en base a la última, realizada por el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife: 2.496 personas convocadas, a 8.67 euros la inscripción, dan unos 21.640 euros con los que hacer caja. Si la mal llamada ‘Ley de Transparencia’ cumpliera su función, sabríamos a qué fin se dedican estas recaudaciones tan de moda entre los distintos ayuntamientos de la isla, pero dudo mucho que se destinen a ayudas sociales o subsidios, ni tan siquiera al sueldo de los empleados temporales resultantes.

Recordemos que no se adjudican plazas, son sustituciones, de modo que no hay un número exacto que cubrir pero el Consejero de Hacienda y Recursos Humanos, Juan José Martínez, se muestra optimista: “calculamos que serán 8 ó 10”, comenta en el telediario. Dada la competencia, es como ganar la lotería pero atendiendo al premio, se queda en rifa de barrio. La disputa es masiva porque la gente está desesperada y la Administración se aprovecha: ¡hagamos negocio! Si quieren trabajar, con una probabilidad de lotería, pasen por caja.


oposicion ayuntamiento santa cruz tenerife



“Igualdad, mérito y capacidad” es el lema de las convocatorias públicas. Muy bonito sobre el papel pero humo en la realidad imperante. La oposición para el Ayuntamiento da buena muestra de ello. La misma, se basa en dos pruebas: un test de 50 preguntas y, superado éste, un supuesto práctico. Los temas versan sobre leyes, en su mayoría; leyes compuestas de capítulos, títulos, disposiciones adicionales, disposiciones transitorias y finales, desglosadas a su vez en artículos. Lo fundamental de éstas, es su contenido, ya que su orden y correlación importan a nivel representativo, es una forma de esquematizar el compendio con cierta lógica, aunque dejando a libre designación del legislador, el otorgar  el número 125 ó 126 a la materia que toque. Es resaltable porque, sabiendo esto, a nadie se le ocurre versar un examen sobre la numeración de artículos, pues qué más dará el lugar que ocupen. Más en los tiempos de Google, donde una consulta de este tipo, dura unos segundos. Bien es cierto que hay artículos importantes, por así decirlo, que son constantemente referenciados a lo largo de una ley concreta, ocurriendo que, a fuerza de repetición, se memorizan. Por tanto, podría ser comprensible que, de recurrir a una pregunta así, ésta se ciña a los artículos mentados. Eso si partimos del sentido común y, sobre todo, del conocimiento. Lástima que el buen hacer y el discernimiento escaseen. De ahí que en una oposición tan importante como la del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, se haya dedicado un 25% del examen a preguntas sobre numeración. Inaudito, lo nunca visto. Como siempre en Canarias, innovando en regresión.

Eso sólo por matizar lo que resulta, inmediatamente más indignante, ya que también hay otras preguntas cuyos enunciados no son claros y algunas que quedan a “fantasía” del creador, cuando lo legal es ajustarse, literalmente, a lo dispuesto en la ley. El creador, por cierto, se llama Innocan. La susodicha empresa, autoproclamada como TIC (tecnología de la información y la comunicación), dice desarrollar ‘aplicaciones con tecnología propia, basadas en tratamientos de datos e imágenes’, en una web que ni siquiera tiene dominio propio (tira de Wordpress gratuito) y ni se molesta en que sus enlaces funcionen (están vacíos) o en aplicar una plantilla ‘responsive’ (adaptable a las distintas pantallas: ordenador, móvil, tablet…). Esto, al menos, es lo que se encuentra uno en el primer resultado que arrojan los buscadores; como carta de presentación para una empresa tecnológica, deja mucho que desear. Es como ir a la peluquera y ver que la peluquera tiene el pelo quemado, mucha confianza no da...

Con este conocimiento de antemano, no sorprende el desastroso examen presentado ante miles de personas, donde resultaba evidente que no existía un dominio de la materia. La muestra no reflejaba adecuadamente el temario propuesto, ya que hubo temas que directamente no aparecían en el repertorio de preguntas. Además del patrón elegido, que fundamentó una cuarta parte del mismo, en cuestiones relacionadas con la numeración de artículos; algo que queda en anécdota en oposiciones previas de la misma categoría. No olvidemos que estamos hablando de configurar una lista de sustitución para auxiliares administrativos, no se trata de un concurso para la abogacía del Estado, donde controlar las leyes a este nivel, podría tener su razón de ser.

Si bien hay quien acierta los números de la primitiva, de modo milagroso, no puede aplicarse el mismo sistema a una prueba de acceso para un puesto en la Administración. Utilizar una ponderación adecuada y extraer preguntas representativas de conocimiento válido y no de la Virgen de Lourdes, es lo correcto. Muchos parecen olvidar que esto no es un simple examen, va más allá, es el futuro de la gente. La cual ha dedicado un tiempo importante a estudiar y, además, ha pagado por presentarse (con esfuerzo, no pocas de las veces). Detrás de esa cifra de 2.500 inscritos, aparentemente inerte, hay historias duras pero, ante todo, reales. Casos de personas que han tenido que pedir prestado el dinero de la tasa o que compaginan empleos precarios. Algunos llegaron uniformados al examen porque éste se celebró un miércoles a las nueve y media (cuando lo habitual es hacerlo un festivo por condiciones de igualdad), y a las que ha supuesto un contratiempo tener que pedir el día libre o una reducción de horas. Lo mínimo exigible en tales circunstancias, es respeto.

Este examen no es un filtro para “tener a los mejores”, como se atrevió a decir el alcalde Bermúdez, no sé si con cinismo o con el más aberrante de los desconocimientos. Desde luego, con ese comentario demuestra que él, sí que dista mucho de ser el mejor alcalde que podríamos tener. Estén atentos al porcentaje de aprobados y a la nota media (si es que se atreven a publicarla), a ver si la supuesta “criba de la excelencia”, arroja unos resultados que evidencien algo de justicia.

Todavía queda una segunda parte de la prueba para los pocos que, guiados por los santos y el azar, hayan conseguido un cinco raspado. Veremos con qué sorprende el tribunal, si vuelven a tirar de desproporción con falsos argumentos de calidad o si intentan redimirse. Simplemente recordar que esta prueba forma parte de un proceso selectivo que espera repetirse en 24 ocasiones más, para la sustitución de técnicos, ingenieros y otras áreas del mismo organismo; con el que podremos vislumbrar cuánto afán recaudatorio oculta esta práctica.


Lo que, sin lugar a dudas, debería ser una constante, son las quejas de los afectados. Dos mil quinientas personas que están en su derecho de reclamar una prueba que nada tiene que ver con un baremo justo y de hacerlo más allá del descontento interno, porque ése queda sin consecuencias. ¿Hasta cuándo vamos a dejar que nos sigan tomando el pelo, rindiéndonos antes de empezar? 


lunes, 25 de abril de 2016

opositar, esa eternidad

Nunca he sido de boli bic. Parecen más duraderos que los pilot, no digo que no… aunque igual su eternidad se debe al vil abandono al que los someto, relegados en cajones hasta que se volatizan o vuelven a su planeta. Lo siento, no me gustan, me hacen escribir lento y empeoran mi ya pésima caligrafía; no obstante, el bic es el bolígrafo ideal para rellenar impresos con hojas autocopiativa y, por tanto, es el elegido en exámenes de oposición. Como me iba a tocar rellenar cuadritos de respuestas sí o sí, fui a Favego y me compré un boli bic dorado, también los había plateados, pero si estábamos cargando de simbolismos a un boli, la plata era quedarse corto.




No me limité al superpoder del oro, también estudié y me presenté junto a otros tantos miles al examen para interino del ayuntamiento. El cual, por cierto, fue un fiasco; prueba irrefutable de la mala baba o de la incompetencia que tienen los creadores de tests. Evidentemente, nadie se va a aprender la numeración de las tropecientas leyes aplicables, sabes su contenido y hasta puedes usarlas pero si ocupan el artículo 124 o el 225 es irrelevante (más en los tiempos de consulta inmediata de san google). Hay artículos que se referencian constantemente y por eso se te quedan, como el 54 que habla de la motivación de los actos, el 62 y el 63 sobre su nulidad y anulabilidad o el 38.4 que cita las opciones de registro. Si hubiese que preguntar algún número, tendría que ser en referencia a estos y no a la aleatoriedad ciega de una ouija borracha. Cosa que hicieron en el susodicho examen con la intención de demostrar no sé muy bien qué, porque no tienes que ser John Nash para ejercer de auxiliar administrativo.




Si tengo que quedarme con algo bueno de la experiencia, es que me sirvió para optimizar mi estudio los días previos, repasando temas a una velocidad sorprendente, dado los estados previos de ensimismamiento donde las vetas de madera se volvían interesantes. Una vez hecho y superadas las fases de enfado, odio y quema de coches, retomo ese estado de astenia que da el volver sobre lo mismo (qué condena). Cuento los minutos y los días, porque a lo tonto, llevo un año con esta oposición. Algo que inicié “por probar” y que iba a llevarme un par de meses, se ha convertido en un medio de vida pero ya está bien, empieza a oler a rancio y quiero deshacerme del cuerpo. Ya me he planteado todas las opciones: que lo pongan fácil, que sea complicado, que sea asesino, que tenga dislexia… y he pasado por todos los estados anímicos, desde la euforia a la derrota anticipada, así que examen, ya no puedes pillarme por sorpresa. Te he dedicado un tiempo más que suficiente, que sea lo que tenga que ser, ¡pero ven ya!