Mis lecturas
siempre han sido aleatorias, siguiendo la dinámica establecida en casa, donde
no faltaban libros pero sí orden o recomendación. No había jerarquía, vamos.
Creo que la falta de clásicos en las estanterías tuvo la culpa. Obviados por
una mezcla de miedo y tedio, salvo que tuvieran etiquetas tipo "Verne" o "Dumas", pues al haber sido
descubiertas de niños, estaban a salvo de prejuicios.
Con esto no quiero
parecer partidaria del lector esnob que, en su afán por diferenciarse, termina
cayendo de lleno en otro molde igual de definido. Entiendo que cuanto más se
lee, más se afina el paladar, pudiendo ser más críticos o, mejor dicho,
contando con mejores herramientas de juicio. Pero para mí leer implica,
necesariamente, disfrutar. Soy capaz de reconocer el valor de un determinado
libro peeero, si se me empieza a hacer cuesta arriba acabarlo, no tengo ningún
reparo en despedirme de Proust o Dostoievski, por muy Proust y Dostoievski
que sean. A lo mejor dentro de 5 años volvemos a vernos... O a lo mejor nunca.
Hay demasiados libros que leer como para emperrarse en acabar el top 100
universal, a toda costa.
No obstante, si son clásicos y
han sobrevivido al paso de tiempo, es por algo. Así que está bien tenerlos como
referencia y, cuanto menos, darles una oportunidad. Es un buen filtro cuando no
se sabe qué leer.
En mi caso, el ir descubriendo
autores geniales tan tarde, fue lo que me hizo ponerme las pilas revisando
nombres. De ahí mi reto de leer, como mínimo, un libro de todos “los grandes”. Aumentar
referencias, no por una cuestión de postureo sino para evitar, en la medida de
lo posible, perderme nada.
Entre mis últimos
descubrimientos tardíos está Virginia
Woolf, cuyo nombre flota en el inconsciente colectivo, pero a la que yo no
me había acercado por creerla, esencialmente, una poetisa. Sí, lo admito,
la poesía es mi gran tarea pendiente. Y créanme que me da mucha rabia no saber
apreciarla. Siento que estoy ignorando una parte importante de la literatura
pero lo intenté con Baudelaire y Sylvia Plath, con fríos resultados. El
único que me hace no perder la esperanza es Pessoa. Con el portugués, el
sinsentido desaparece y se me remueven un poquito las entrañas, por lo que puede
ser que no todo esté perdido.