Cuando me acerqué al mundo del voluntariado, lo hice desde el
más absoluto desconocimiento, ajena a la dureza de las protectoras de animales.
Como la mayoría, no era consciente del trabajo y las necesidades de este tipo
de centros. Mi propósito era ayudar y fui allí sin más pretensión que ésa:
echar una mano en lo que hiciera falta. Afortunadamente, cada vez son más las
personas dispuestas a implicarse y a aportar su pequeño granito arena a estas
causas. Sin embargo, el abandono de
animales en España mantiene unas cifras preocupantes: sólo en 2015 las
sociedades protectoras atendieron 137.000 casos. Por eso, aunque trabajadores y
voluntarios dan lo mejor de sí, no es suficiente.
El flujo de
animales es tan masivo que resulta imposible llevar a cabo un seguimiento individualizado. En general pueden
más las prisas de contener lo incontenible, lo que desencadena que se anteponga
la adopción a toda costa. El problema de esta solución es que su efectividad
sólo sirve a corto plazo. Un perro sale del centro, sí, pero la ausencia de valoración
previa no prevé las incompatibilidades que puedan surgir. ¿El resultado? El animal
se devuelve a la protectora y empieza a ser tachado de “difícil”, el primero de
muchos adjetivos que se volverán menos amables con el tiempo y la falta de
oportunidades.
Una máxima a
tener en cuenta a la hora de adoptar es que no todos los perros son iguales.
Afinidades aparte, cada uno tiene sus rasgos: los hay más nerviosos o más
tranquilos, más obedientes o indisciplinados, sociables o asustadizos… pero más
importante aún, provienen de entornos distintos. Y la mayoría con un pasado que
les pesa. Lo cual va unido a problemas de conducta si no son tratados correctamente.
Por eso, conocer cada caso proporciona unos datos valiosísimos a la hora de
encontrar un dueño adecuado. Porque la información −en ambas direcciones− es el
único seguro para una adopción feliz.
En mi caso, no
cambio la experiencia de haber sido voluntaria. Gracias a ello me crucé con
Ronda, una perra que se convirtió en la mejor compañía. Pero al mismo tiempo, la vivencia me dejó un regusto
amargo, esa sensación de que aún quedan muchas cosas por hacer. De un
sentimiento parecido surge Conectadogs,
un grupo de personas que, conscientes de estos vacíos, han querido actuar y
atender los problemas que quedan al margen por falta de recursos, tiempo o
formación. El proyecto quiere ofrecer un trato individualizado a los perros con
necesidades especiales. Su fin es rehabilitarlos y romper así con el ciclo de
devolución y aislamiento.
En palabras de
uno de sus impulsores, Javier Ruiz, “es
el primer centro de recuperación canina de España, donde trabajaremos por el
bienestar de todos aquellos perros que han agotado sus oportunidades y a los
que una legislación antigua o mal planteada ha condenado a vivir por siempre en
la soledad de un chenil”. Pero no sólo se caracterizan por ser un
salvavidas para aquellos casos más extremos, sino que su objetivo va más allá y
propone aunar terapias. Una apuesta totalmente pionera en España donde los
perros servirán de apoyo, ejerciendo como co-terapeutas a niños y jóvenes que
viven en centros de acción educativa o para luchar contra el acoso
escolar.
Actualmente, el
equipo de Conectadogs se encuentra
inmerso en una campaña en redes sociales bajo el hashtag #DejaHuella, y ha
puesto en marcha un crowdfunding como primer paso para su financiación. Una suma
de esfuerzos para dar luz verde a este maravilloso proyecto en el que convergen
psicólogos y adiestradores, pero sobre todo, personas comprometidas. De
aquellas que todavía se atreven a perseguir ideales y a luchar por hacer de
este mundo un lugar mejor.