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jueves, 27 de abril de 2017

2 meses sin

La vida sin Ronda continúa. Han pasado dos meses, aunque el tiempo ahora se mide de un modo distinto. Uno que convierte los minutos en algo más denso y pesado. Como si la sensación temporal se duplicase, viviendo el doble de horas por día. Pero no, sólo han pasado dos meses. Dos largos y extenuantes meses con sus insómincas noches.


Espero volver a dormir bien algún día. Sin sobresaltos ni desvelos. Porque esos momentos de la noche son los peores. No sé qué tienen esas horas para dar tan clarividencia, pero es ahí cuando los miedos se vuelven más puros. La angustia aparece desnuda y dispuesta a mostrar todos sus rincones; enfrentándote a todo lo que llevas evitando durante el día (dicho así suena muy poético pero es una mierda, punto)

ronda, valle colina, adopcion, lobo herreño, muerte, perro, perdida

Es devastador querer huir de tus propios pensamientos, tener que ahogarlos con cualquier cosa porque el silencio no es una opción. ¡Agotador! Silenciar mi propia conciencia me ha regalado un par de canas. Es mi regalo de bienvenida a la vejez: tome usted, un motivo más por el que preocuparse. Aunque ahora mismo éste ocupa un lugar bastante bajo en mi ranking de tragedias, pero aspiraba a volverme canosa cuando pagar una peluquería no fuese un problema.


Pese a todo, he empezado a recuperar ciertos hábitos y creo que consigo aparentar bastante bien una normalidad que no incomode al resto: de puertas para fuera, nadie lo diría. Lo que sí percibo es una mecha más corta en general. Una ultrasensibilidad que me hace menos tolerante con la estupidez y las faltas de respeto. A lo mejor vivir en el monte me está haciendo más huraña pero no soporto las faltas de educación, la desconsideración y la invasión de mi espacio. Si pudiera ir haciendo desaparecer gente con un botón, lo desgastaría. Por otro lado, vuelvo a valorar los pequeños momentos, como el paisaje desde el coche o una conversación inesperadamente interesante. Quiero acumular más de todo eso, lo cual es un buen síntoma que me aleja del ostracismo.


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Lo que no se me va (y tal vez no lo haga nunca), es el pensar constantemente lo que a Ronda le habría gustado estar ahí, cómo lo habría disfrutado y lo mucho que su presencia mejoraría el momento. Lo sé, es devaluar la realidad en favor de un imposible pero no puedo evitarlo. A los creyentes les reconforta pensar que el otro sigue ahí de algún modo (con las terribles consecuencias para la intimidad que conlleva eso) pero mi realidad no es compatible con este tipo de fantasías. Ya no está y no volverá a estar nunca más. Asumir este infinito inalterable es lo más duro, pues no deja de ser un derivado más del miedo a la muerte. Qué pena que nada de esto tenga sentido y que todo esté destinado al más absoluto de los olvidos.

viernes, 3 de marzo de 2017

Superar la muerte de un perro

Hace una semana, escribí:


«La ausencia de Ronda es tan grande, que se ha llevado una parte de mí y ahora sólo puedo vivir a medias. Todo lo bueno lo percibo en su versión más pobre. Y lo malo aparece mil veces potenciado.

Sé que la mente es engañosa pero ahora mismo siento que nunca antes estuve verdaderamente triste. Que sentí apatía, desencanto y, tal vez, una versión adulterada de lo que era la tristeza. Pero nada más, simple simulacro.

No sé cómo la gente afronta y supera las pérdidas, cómo consiguen salir adelante. Hoy me parece que nunca lo hacen, que únicamente se limitan a disimular y fingir que viven cuando sólo representan una vida. Viven pero en otra versión de la realidad, una que filtra las cosas buenas, dejando pasar sólo una pequeña parte; mientras el dolor se abre paso en toda su crudeza.»


Han pasado los días y parece que también las lágrimas. O al menos, ya no me echo a llorar cada diez minutos cuando miro hacia determinados rincones de la casa, o me parece oír sus pasos o percibir su sombra. Ahora entiendo que la gente crea en fantasmas. Nuestro cerebro se empeña en lanzar espejismos, una y otra vez. Si te sugestionas, eres capaz de aferrarte a cualquier cosa. Pero no, ella ya no está.

Es curioso. Yo era de las que no entendía todo el ritual que trae consigo la muerte: el ataúd, las flores, la ceremonia… Pensaba que lo mejor y más consecuente era donar los órganos del fallecido y despedirse sin tanto gasto o protocolo. Sigo pensando que, en mi caso, preferiría una opción más personal. Primero, por coherencia y segundo, porque nunca me han reconfortado las palabras de un cura en un entierro. Sin embargo, esa mentalidad práctica (incluso enfermizamente aséptica) que da la distancia, ha desaparecido.

Cuando vi a Ronda tumbada sobre la mesa del veterinario, ya sin respiración y totalmente ausente, me invadió el deseo de llevármela. No quería dejarla ir, y no hablo en un sentido espiritual, sabía que ya no estaba allí pero, repentinamente, su cuerpo cobró una importancia insospechada. Me daba miedo que la fueran a tratar con brusquedad, sin delicadeza, que la transportasen al crematorio como un simple bulto. Aunque su consciencia ya no estuviese y no pudiese experimentar dolor, quería que la cuidasen y la tratasen con respeto hasta el final.


Ahora tengo la urna con sus cenizas en casa y yo, que creía tener racionalizados los efectos de la muerte, he terminado aferrada a esos restos de grava, sintiendo que aún no ha llegado el momento de despedirme. No es que quiera quedarme con ellas pero tampoco me siento preparada para verlas desaparecer. Ese acto parece tener más significado y connotaciones emocionales de las que esperaba. Por eso me he vuelto más comprensiva con los rituales ajenos y agradezco que haya unas pautas marcadas que sirvan de guía porque, en un momento así, es demasiado fácil bloquearse.

Desafortunadamente, en cuanto a duelo personal no hay nada escrito. Me gustaría conocer la receta mágica para superar la muerte de un ser querido. Descubrir la estrategia e ir dando los pasos adecuados, uno tras otro, hasta conseguirlo. Ojalá entendiese el proceso. De momento me limito a llevar a cabo los pequeños grandes actos, como recuperar hábitos o recopilar sus cosas con el fin de separar lo que puede donarse, de lo que quiero guardar y lo que no. Al final le he regalado todo a Vicky, la podenco que adoptó Guillermo casi a la par que Ronda. Además de su pasado en Valle Colino, ambas comparten esa mirada de ojos tristes que te atraviesan y dicen tanto sin necesidad de palabras. No se separó de mi lado durante la visita y acariciarla fue terapéutico. ¡Hay tanto que agradecer a los perros! A esa forma única que tienen de transmitirnos afecto, calma e incondicionalidad. No hay nada igual.

Vicky y Ronda en el monte

El pensamiento que más me asalta estos días es el de frustración. Me indigna comprobar como todo sigue. Objetivamente sé que nuestro paso por el mundo es de una trascendencia minúscula, que a pocos dejaremos huella y aun así, ese recuerdo está destinado a extinguirse también. Aun así, me duele ver como los días se suceden sin consecuencias. Es cierto que yo los percibo en una tonalidad más gris pero no es suficiente. Y sé que no es sano pero sigue molestándome.

Últimamente sólo puedo refugiarme en las palabras de escritores, son de las pocas cosas que consiguen reconfortarme. Reflexiones como éstas:

La muerte de ciertos seres humanos me tiene a veces sin cuidado, pero la de un perro no me deja nunca indiferente. Siempre sostuve que los animales son mejores que las personas y que cuando algún humano desaparece del mapa, el mundo no pierde gran cosa, incluso se libera de un verdugo o de un imbécil, pero cada vez que muere un perro, todo se vuelve más desleal y sombrío. (artículo completo aquí)


No hay compañía más silenciosa y grata. No hay lealtad tan conmovedora como la de sus ojos atentos, sus lengüetazos y su trufa próxima y húmeda. Nada tan asombroso como la extrema perspicacia de un perro inteligente. No existe mejor alivio para la melancolía y la soledad que su compañía fiel, la seguridad de que moriría por ti, sacrificándose por una caricia o una palabra. He dicho muchas veces que ningún ser humano vale lo que un buen perro. Cuando uno de nosotros muere, no se pierde gran cosa. La vida me dio esa certeza. Pero cuando desaparece un perro noble y valiente, el mundo se torna más oscuro. Más triste y más sucio. (artículo completo aquí)


Siempre me han gustado los animales, pero no conviví con uno (no amé a uno) hasta hace más o menos treinta años, que fue cuando tuve a mi primer perro. Y sí, Anatole France tiene razón: a partir de aquel momento, algo se despertó en mí. Algo que yo ignoraba se hizo presente. Fue como desvelar una porción del mundo que antaño estaba oculta, o como añadirle una nueva dimensión. Convivir con un animal te hace más sabio. Contemplas las cosas de manera distinta y llegas a entenderte a ti mismo de otro modo, como formando parte de algo más vasto. (artículo completo aquí)


Algunas personas también me han sorprendido para bien, por suerte. Ha habido mensajes sinceros y algunos gestos pero como Reverte, me queda la impresión de que el mundo se ha vuelto un lugar más sombrío. Si el tiempo mitigará este efecto, lo desconozco. Vivir al día nunca se había sentido tan inevitable...  

lunes, 27 de febrero de 2017

Ronda: breve homenaje al amor


La primera vez que vi a Ronda, ella ya me había visto a mí. Sentí sus ojos en mi espalda y pese a estar inmersa en unas circunstancias que la aterrorizaban, me sonrió. Se encontraba dentro de un chenil (una jaula típica de las perreras), junto a un Samoyedo blanco llamado Búnker, mucho más vistoso y acorde nuestros cánones del perfecto peluche. Pero una vez superada la primera impresión, esos segundos prejuiciosos, quien se ganó mi corazón fue ella.

Yo llevaba varias semanas siendo voluntaria en Valle Colino cuando la vi. Ronda no era una perra expresiva ni confiada, de esas que prodigan cariño a cualquiera. Sin embargo, conmigo conectó. No sé por qué, no hice nada especial para ganarme su reservado afecto pero imagino que se debió a esa percepción única que tienen los perros, a esa capacidad de adelantarse a los acontecimientos y de ver más allá. De algún modo supo que yo no me rendiría, que estábamos destinadas a estar juntas. Porque verdaderamente sé, que ninguna hubiese podido encontrar compañera mejor.

Su caso era complicado. La habían abandonado a su suerte en Vía de Ronda (de ahí su nombre), una autovía donde los coches cruzan con prisas en ambas direcciones. Desorientada y asustada, fue incapaz de esquivar el tráfico, sin que nadie la socorriera. Creen que agonizó, arrastrándose por la cuneta durante varios días hasta que alguien la encontró, una (o varias) de esas personas que compensan la mezquindad del resto. Desconozco sus nombres pero fueron los primeros en salvarla. Porque a Ronda la salvaron muchas veces pero pese a esa desgracia, siempre tuvo su reverso de suerte.

Ronda en Valle Colino vs Ronda unos años de cariño después


Volviendo a ser un perro


El accidente le dejó una cadera rota y una operación que trató de arreglársela. Tampoco supe que veterinario la atendió en aquel momento pero le estaré eternamente agradecida, hizo un trabajo insuperable. Tal vez en ese momento no lo parecía pues Ronda tardó varios meses en volver a caminar y cada paso le dolía. Varios voluntarios se hicieron cargo de ella durante este proceso, momento en el que se hizo evidente su ansiedad y, aunque ésta descendió con el tiempo, nunca se desharía completamente de ella. Es lo que se conoce como “ansiedad por separación” un problema que cuesta corregir pues ocurre cuando el dueño no está delante.

Pese a ello, Ronda fue la mejor perra del mundo. Lista como ninguna, lo aprendía todo en el acto y parecía leer a las personas con una maestría que muchos envidiarían. Yo la llamaba “mi perra E.T.”, porque era tanta la sintonía, que su ánimo parecía acoplarse siempre al mío. Era sensible y me buscaba con la mirada, como esperando mi asentimiento ante cualquier encuentro o circunstancia nueva. También le tenía miedo a los hombres, consecuencia de un maltrato anterior, y desconfiaba en los comienzos. Era evidente que había sufrido pero, poco a poco, consiguió salir de ese estado que la reprimía y le impedía incluso ladrar o perseguir una pelota.

Su cariño era silencioso, interrumpido sólo por el traqueteo de sus patas mientras me seguía por la casa. Estar a mi lado le daba seguridad pero con el tiempo aprendió a no estresarse con el resto de la familia y le bastaba nuestra compañía para estar en calma. Era tanta la quietud y paciencia que mostraba a nuestro lado, que pasaba desapercibida, acurrucada bajo las mesas. Ésa fue su única petición: no estar sola. Y en 6 años, nunca lo estuvo, gracias a los malabarismos que hicimos entre todos. Fue duro y hubo momentos angustiosos donde temía que llegase un día en que no pudiéramos coordinarnos pero tenía claro que no íbamos a dejarla. Porque el compromiso con un perro debe ser irrompible, ya sea solamente, por devolver una parte de esa lealtad que nos profesan.


A Ronda ya la habían intentado adoptar tres veces con idéntico resultado: ser devuelta al albergue. Es algo comprensible pero ni yo ni mi familia elegimos esa vía y puedo garantizar que compensó el esfuerzo. Debido a esto, fue una perra que nos acompañó más de lo acostumbrado. La llevábamos a todas partes y su compañía mejoraba cualquier experiencia. Te daba un motivo para levantarte por la mañanas y los rápidos vistazos al retrovisor, te mostraban una sonrisa agradecida y unos ojos ilusionados, haciéndote apreciar los pequeños matices de la vida.  Seguramente Ronda haya recorrido más rincones de esta isla que la mayoría de la gente; y no sólo ha estado en ellos, se ha deleitado. No podía hablar pero sus miradas y sus gestos parecían dar muestra de un mundo interior que a nosotros se nos escapa.

Como esas pesadillas, que nunca la abandonaron del todo. Sus gemidos nocturnos me ponían en alerta pero bastaban unas palabras para sacarla de ese trance y ver transmutar su cara del desconcierto al alivio. Nunca olvidaré esa expresión. Una que ojalá ningún perro tuviera que experimentar pero que no deja de ser una señal del avance −lento, pero avance− de nuestra sociedad. Hoy se debate cambiar la legislación para proteger los derechos de los animales (#AnimalesNoSonCosas), concediéndoles el respeto que merecen. Y sí, ojalá ningún perro volviese a tener pesadillas pero la realidad me dice que, con cada sueño angustioso de un animal, aparece un ser humano dispuesto a comprometerse.

miércoles, 11 de mayo de 2016

comenta, es gratis

Ya lo decía Joaquín Reyes, hay palabras que van de la mano de otras: pesetas y antiguas, marco e incomparable, rey y campechano… (recuerdos de Borbones desactualizados, lo siento). Lo mismo ocurre con “internet”, igual no tan instintivamente, pero en cualquier encuesta espontánea se recogería el concepto de “conexión” y no de megas, sino de conexión humana. Relaciones a distancia, amigos en el bolsillo, posibilidades infinitas de comunicación… Interconectados, globalizándonos digitalmente: todos al alcance de todos. Y es verdad, es posible, pero es más un “posible de posibilidad”, de tener “la opción de” aunque mira, mejor te pongo un like que lo resume todo. Antes se daba el paradójico momento en el que alguien lamentaba la pérdida de su abuela en Facebook y era obsequiado con un “me gusta” que se prestaba a confusión. Este malentendido prehistórico ha cambiado, como era de esperar, dada nuestra rápida transformación hacia el mutismo apático y vegetativo. Las previsiones han sido certeras, por lo que añadiendo un par de caritas más (que no superan al reparto de emociones de Inside out de Pixar), lo tenemos resuelto. Tristeza, ira, alegría y el dichoso pulgar que se te escapaba sin querer en el chat por estar muy pegado al botón de enviar. Suficiente. Y con esto, amigos, la palabra escrita ha muerto.

Sí, sé que todavía hay algunos comentarios en las webs de noticias y en los vídeos de Youtube, pero son los últimos coletazos, resquicios, de ahí que los más numerosos sean los que vomitan odio. Resistirán hasta que Whatsapp incluya una mierda en llamas que expulse rayos por los ojos, condensación suficiente de malestar y exterminio, a un cómodo clic de distancia.

emoji caca whatsapp odio explosion infierno hate shit
Tal que así (diseño provisional, abierto a sugerencias)

No me pongo agorera, simplemente lo veo venir y prefiero asumirlo, progresivamente, en lugar de hacer un brindis tardío en el funeral. Supongo que a mí me duele especialmente porque adoro la expresión escrita pero sé que no estoy libre de culpa. Sigo leyendo en la red pero interactúo menos de lo que debería. A veces por pereza, otras por escapar de la mala baba del resto de comentarios y, algunas otras, por inferioridad. Esta última es la más absurda de todas y se retroalimenta de la vagancia, porque por mucho que deslumbre un texto, una felicitación o un mensaje de apoyo, jamás serán mal recibidos. No es necesario estar al mismo nivel y redactar un comentario “a la altura”, sin necesidad, tampoco, de caer en el emoticono o en las tres palabras sin conjunción mediante. A todos nos gusta un instante de reconocimiento, especialmente, si es algo en lo que hemos trabajado y donde exponemos una parte de nosotros mismos. Sentirnos identificados, reflejados en otro, comprendidos. Una sensación mágica que se da, más intensamente, con la palabra escrita. Ni el cine más elaborado, ni la fotografía, ni el reality barato, nada alcanza el espectro de la escritura.

Tal vez tenga que ver con el exceso, hay tal variedad de estímulos que es fácil introducirse en una cultura de usar y tirar, donde nada nos marque realmente y sólo merezca nuestra atención de manera limitada. Todos tan “juntos” y sin nada que decirnos… da pena. Todavía queremos comunicarnos, no lo hemos perdido, pero prima la ley del mínimo esfuerzo. En un mundo donde reinan los vídeos de 10 segundos del Vine, leer más allá de un párrafo parece una odisea. Terminaremos con un déficit de atención generalizado mientras pasamos pantallas cambiantes que no recordamos pero que ya hemos visto, en un bucle adictivo de entretenimiento vacío, que impida quedarnos a solas con nuestros pensamientos.  

miércoles, 13 de abril de 2016

logro desbloqueado

Al dar la última campada de Nochevieja me prometí, que 2016 iba a ser “EL AÑO”, envuelta como estaba, en la euforia provocada por la ginebra rosa que acababa de descubrir. Curiosamente, ni los extras de vino y vodka que harían las delicias en mi cabeza a la mañana siguiente, borraron la propuesta. Seguí firme en el convencimiento de que 2016 sólo podía proporcionar cosas buenas, pese a que las muertes encadenadas de Glenn Fray y David Bowie hacían del mundo un lugar objetivamente peor. En mi micro universo, por el contrario, los avances y las buenas noticias iban a ser una constante. El llamado año en mayúsculas, no era un simple deseo abstracto, sino que incluía un compendio de objetivos que se podrían resumir en: trabajo, independencia y motivación. Por ser aquellos donde había mayores carencias ya que, de resto, no me puedo quejar.

No soy partidaria de la pasividad que encierran esas teorías místicas de atraer lo bueno con el pensamiento. Mi cerebro es catastrofista pero eso no me impide iniciar proyectos varios, aunque ello implique episodios de ansiedad. Esto último ocurre por una mezcla de miedo y afán perfeccionista que, aderezado con la inseguridad que proporciona el desempleo, dan pie a un coctel fulminante de pesadillas y sarpullidos. Todo muy sexy pero, una vez superada la urticaria insomne, empieza lo bueno.

Este 2016 me ha traído la oportunidad de, chan chan chaaan, ¡trabajar escribiendo! ¡Sí! ¡Yo! ¡A mí! Y es que no podría estar más contenta de colaborar con CanariasAhora :D Porque currar de lo que te gusta, no es currar, amigo Sergio Dalma. Gracias a esto he vuelto a sentir el estado de abstracción en el que se te pasan las horas, sin manifestación de necesidad alguna, tu concentración te basta y te sobra. Apasionarse por algo es una droga y si encima puedes adherirle la etiqueta de “profesión”, ya es un subidón constante. Y en mi caso hablamos de un primer paso pequeñito, no quiero ni imaginar cómo se siente una banda que llena estadios. Lo mío es más de karaoke lucido a las tres de la mañana, que arranca los coros ebrios del limitado público pero ah, qué bien sienta. Me dan libertad para elegir los temas así que puedo investigar sobre lo que quiera, que es algo que ya hacía gratis pero ahora tengo una audiencia más visible. De hecho, mi primer artículo se ha compartido en facebook más de ochenta veces en apenas unos días (y sigue sumando). No se me va la sensación de perplejidad y entusiasmo tonto, en plan: ¿de verdad le ha gustado a alguien? ¿en serio, ochenta personas? Este logro desbloqueado suma mil puntos.

Pero no queda ahí la cosa: ya tengo fecha para dos oposiciones. Fechas reales con sus firmas oficiales, nada de bulos. Así que es un reto más al que voy a poder enfrentarme que, encima, incluye una recompensa genial si todo sale bien. Seré funcionaria de día y escritora de noche, y me impulsaré sobre arcoíris de purpurina.  

Por si fuera poco, mi perra Ronda, que es la perra más amor del mundo, no para de superar los tiempos en que puede quedarse sola con calma. Algo que parecía imposible tiempo atrás, está sucediendo. Igual el año que viene nos despedimos para siempre de la ansiedad por separación y sólo queda la perra maravillosa que siempre ha sido. Con que desbloqueo el superpoder de César Millán. ¡Clin! (o cualquier otro sonido a vuestro gusto).

Y luego están las personitas que me acompañan, aunque sé que esto ya es entrar en el terreno del reality, les reservo esta mini mención encubierta porque no dejan de ser otro de los puntos destacados del año. Ya estaban de antes pero siguen aportando mejoras a mi día a día y eso hay que remarcarlo :) Fin del modo Kardashian.

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martes, 23 de febrero de 2016

mi novio es un boe que me incita a cortarme el pelo

Solvento mis problemas cortándome el pelo o, mejor dicho, me lo tomo como el punto de partida para los grandes cambios que acontecerán. En momentos críticos, post ruptura, al terminar un curso o al empezar otro. Me gustaría decir que también en la transición entre empleos pero no he tenido la suerte de ser contratada legalmente. Por cierto, mañana tengo una cita con el Servicio Canario de Empleo quienes me llamaron, desatando mis esperanzas e ilusiones momentáneamente, para escupirlas y pisotearlas en el suelo al descubrir que se van a limitar a preguntarme si sé hacer un currículum y buscar ofertas en internet. Porque igual el problema es mío, que tengo muñones por manos y pienso que los ordenadores son cosa del demonio. Supongo que así justifican sus sueldos (conseguirte trabajo no entra dentro de sus competencias) y alguna que otra subvención europea: estamos ayudando a los parados, les hacemos venir a las Torres, que tienen un entorno mucho más bonito que la oficina de empleo y así salen de casa y fingen ser glamurosos de camino a “su oficina”, en el centro de la ciudad. Ay qué bien lo voy a pasar.

pelo, peluqueria, crisis, oveja

Tratar con administraciones siempre te alegra el día… (fin de la ironía).Te aferras a la idea de que son tópicos, que la mala fama no tiene fundamento pero casi siempre que vengo de relacionarme con alguno, se me hace más y más difícil creer que el mundo es un lugar justo (¿por qué ese señor tiene empleo y yo no?) y que todos esos artículos colados en las leyes que me estudio tipo “por el interés general”, “al servicio del público” o “tratar con esmerada deferencia” son eso, literatura y papel, papel mojado. Porque sí, intento ser funcionaria. Chan chaaaaan. ¿Inesperado? Bueno, maticemos. No aspiro a ser una funcionaria al uso, llamadme crédula o soñadora, pero me gustaría ser una de esas que atienden a la gente con ganas, no arrastrando mi tedio por su cara con mano boba y sudada porque, no sé, igual es una locura, pero siempre me ha parecido que el malhumor y la desgana agotan mucho más que el intentar hacer las cosas bien. Qué cansado es estar siempre a la defensiva o, peor, no haciendo nada. Sí, sé que trabajar de cara el público te enfrenta a diario con fauna humana despreciable pero mi política será partir del respeto y las buenas formas, si luego veo que estoy tratando con un infrahumano, pues ya adoptaré una pose de descerebre amébico y me haré la tonta con un hilillo de baba decorando hasta conducirlos a la desesperación y la locura; pero no antes, por favor, mantengamos la presunción de inocencia. Al menos eso es lo que me habría gustado encontrarme a mi cuando he necesitado información y se han limitado a resoplar que “ni idea, búscalo en el BOE; ¡siguiente!”. Con lo amenos que son estos boletines de leer, qué considerados son estos empleados que reservan para nosotros (en exclusiva, todo vuestro; no, gracias, de verdad, para ti entero) el goce de adentrarnos en estos textos únicos, atractivos, con los que el tiempo pasa volando. Ojalá no existieran los libros, ¡ojalá todo fuesen boletines! Con sus órdenes, sus resoluciones y, oh sí, sus montones de anexos. Un BOE, un BOC, un BOP, ¡tantos donde elegir! Asemejemos la vida al boletín: blanco sobre negro, estandarización de formato y bloques y más bloques de texto, chiquititos, con cursivas. ¿Disposición transitoria? ¡Por dios, sí! ¿Y una adicional? ¡Dame más, boletín! Oh boletín, ¡te amo!

Enajenación aparte, ya cojo los boletines como si fuesen el Diez minutos o el Hola; al principio se me hacían cuesta arriba pero una vez memorizada la Ley 30/92, todo lo demás son vacaciones. Legisladores anónimos, lo reconozco: al final me ha gustado estudiar esto. Obviamente estoy harta de releer lo mismo cíclicamente por culpa de unas oposiciones que no terminan por tener lugar pero sacudiendo esa capa de monotonía y anacronismo resulta que, sorpresa, es interesante. Conocer tus derechos te da una especie de soltura ante la vida bastante reconfortante, igual sigues siendo pobre pero sientes que tienes una visión más amplia del mundo. Aprender, investigar, todo eso es bueno, da sentido. Sí, desencanta ver como quien hace la ley, hace la trampa (estrictamente y no sólo como refranero) pero es mejor ser consciente de que la Ley de transparencia (por ejemplo) es un bluf, a que te engañen pensando que de verdad están mejorando por ti. Igual a corto plazo estás en la misma situación del iluso que vive en la ignorancia pero, a la larga, tu posición es mejor. O por lo menos yo soy partidaria de que no me tomen el pelo y si la realidad es asquerosa, prefiero vivir en ella para poder actuar en consecuencia, antes que mantenerme en la inopia, perdida entre los cebos que me lanzan para manipularme.

Que se crea otro que han subido las pensiones y el sueldo mínimo sin ahondar si ese porcentaje equivale a dos euros más al mes solamente. O que se trague otro que ha descendido el número de parados sin contar que parten de una base que no tiene en cuenta a los emigrados, a los que ya han tirado la toalla y pasan de apuntarse como demandantes de empleo o a los que han dado de baja por estar haciendo un curso (el colmo del falseo). De ahí mi insistencia en seguir actualizando el darde, no porque crea que me vayan a resolver la vida, sino porque me niego a que mi baja les sirva de excusa para llenarse la boca con un “estamos saliendo de la crisis”. A mi costa no va a ser. Y puede parecer que es como darse de cabezazos contra la pared, a fin de cuentas, van a seguir lanzando este mensaje y tratando de engañarnos, y el vecino caerá y nos los comentará en el ascensor para inundarnos de frustración. Está claro que el ideal es que todos nos formemos, ése sería el principio, pero mira, mientas tanto prediquemos en el ejemplo y tiremos de frase impresa en sobre de azucarillo: atrevámonos a ser el cambio que queremos ver en el mundo. Pero eso sí, cortémonos el pelo antes. Porque unas tijeras cierran un ciclo y abren otro, según la galletita de la fortuna que me he inventado. Es tonto pero todo lo que sirva para dar impulso y renovar actitud, será bienvenido :) Así que, peluqueros, sed buenos conmigo, que me estoy quedando sin balas.

Aunque toque enfrentarse a ese fatídico momento.

viernes, 18 de diciembre de 2015

3.0

A mi no me traumatizaba especialmente tener treinta años. No era un número que evitase a conciencia aunque, bien es cierto, que tras más de seis meses conviviendo con él, se me sigue haciendo raro pronunciarlo (referido a mi persona). Será porque a partir de cierta edad, salvo en encuestas y visitas médicas,  no es tan común que te pregunten cuántos años tienes, disociándose la cifra por completo. A veces también dudo de en qué año vivo y he de pararme a pensar si esa lata de atún (¿es 2016 ya?) está o no caducada, pero eso es algo más personal; o alzhéimer precoz, o algún efecto secundario de internet y su dispersión (teoría conspiranoica que espero que alguien esté estudiando, no sólo van a vivir de perros que cagan alineados con el campo magnético…)


No me traumatizaba, decía, desde el punto de vista de la vejez. Supongo que es fácil decir esto en un tiempo en el que los treinta distan mucho de ser “los treinta” de hace un par de décadas. En mi círculo no están todos criando hijos ni pagando hipotecas, ni siquiera han engordado. Es más, precariedad laboral aparte, creo que estamos todos más buenorros. Tal vez lo más significativo de esta edad sea el verificar los planes que tu yo-niño tenía preparados para su futuro, bien listaditos en su diario. Yo tendría que ser veterinaria, vivir en una especie de granja con puertas secretas y conducir un Mégane Coupé Amarillo descapotable. Así como en aquel entonces hubiese jurado que jamás sería rubia (ya no pondría la mano en el fuego… a excepción del rubio blanco de Los niños del maíz), podría asegurar a día de hoy que en la vida elegiré un coche amarillo (ni descapotable). Al final los aspectos prácticos se imponen y es mejor que sea pequeño para aparcar y no muy llamativo, como seguro ante el mal karma que llevan algunos. ¿Perros, gatos, gallinas y una (a lo mejor) cabra cuentan como granja? Porque eso sigue en pie. Vamos a mantener los sueños, sobre todo los que generan amor infinito.


Así que, físicamente no soy una vieja pero las resacas son mucho más duras, me levanto con bolsas en los ojos, mi estómago me pide potajes y presto atención a los médicos de Saber vivir si se cruzan en mi desayuno. Derivado de esta tendencia a leer artículos sobre achaques y arrugas es irremediable que se te cruce ese otro relacionado con bebés y relojes internos. Creo que al mío no le han puesto alarma porque el sentimiento dominante es de alivio al saber que nadie depende de mí (salvo mi perra Ronda) pero, al mismo tiempo, me preocupa saber que inicio mi cuenta atrás de posibilidades óptimo-chachis de embarazo. ¿Y si cuando realmente quiera, ya no puedo? Es un cambio de vida demasiado importante como para tomarlo a la ligera pero, al mismo tiempo, es edición limitada (lo tomas o lo dejas). No sé, parece que siempre se está tiempo de aprender a tocar el piano o de mudarte a Alaska, en cambio duplicarse siendo mujer cuenta con una fecha de caducidad muy estresante. Al menos en los momentos en que lo piensas que, en mi caso, no son demasiados. Antepongo futuribles nombres de mascotas a cualquier versión humana… Igual eso lo dice todo, ¿no? A fin de cuenta, ser dos me da toda la felicidad y cero incertidumbre que necesito en estos momentos, por lo que dejaré la revisión de imposiciones vitales para otro número más lejano. 

sábado, 22 de diciembre de 2012

dependencia subliminal



Leo: Cuando cruzas la delgada línea que separa Bridget Jones de Misery; cuando te pones una alarma que avise de los cambios sentimentales en facebook; cuando sabes qué película ponen los sábados en Divinity… ¡peligro! Es hora de pasar a la acción. Porque por dios, no vas a quedarte soltera en plenas fiestas, inmersos como estamos en el renacer maya, el fin del mundo de videntes-906 se celebra en pareja. Eso sí, como aconseja Glamour, no raptes ni amordaces a tus citas pero tampoco esperes al señor Darcy. Mi consejo: tirar por la senda de Carrie/Amelie, mostrarse dulces y encantadoras y, si esto falla, matarlos a todos mediante un festival de pirotecnia, que queda muy lucido y va a juego con el apocalipsis, tan en boga esta temporada, super trendy.

Ten pareja, ten pareja, ten pareja, ten pareja, ten pareja, ten pareja, ten pareja, ten pareja, ten pareja, ¿te ha quedado claro? Nada podrá hacerte más feliz en esta vida. Eso sí, como aparentemente, eres una mujer moderna con síndrome Carrie Bradshow, debes seguir el eslogan de Desigual mientras tanto y tirarte a tujefe a la menor ocasión y hacer un trío con un buzo, un surfista y, si puedes, añade un sireno. Libérate sin dejar de esperar a tu hombre. La cuestión es, no quedarse sola nunca, JAMÁS. Porque no se puede dar amor si no te quieres a ti mismo primero, es lo que debes soltar a tu presa durante el café, para aparentar madurez e independencia pero sólo eso, aparentar, nunca te desvíes de tu máxima: no quedarte sola. Y he dicho café porque Glamour recomienda no beber en la primera cita: ¿Crees que el alcohol te ayudará a desinhibirte? Quizá demasiado. Hablar más de la cuenta es sólo el principio: mencionar a tu ex, revelar secretos lamentables… Puedes continuar haciendo añicos tu imagen y quizás termines haciendo algo de lo que te arrepientas a la mañana siguiente. Amigas de Glamour, si nuestra anónima muchacha va a comportarse así como consecuencia de dos copas, no está preparada para tener una relación, tiene mucho que resolver antes. Pero aquí no importa estar bien, importar simular estar bien, ya se comerá tus problemas psicológicos tras la boda. Fachada, imagen, una carcasa bonita camuflada por Dior. ¿Pensar? ¿Capacidad crítica? ¡Así nunca conseguirás marido, ilusa desfasada! Mejor vete a la página 32 y estúdiate “Cómo ser sexy hoy”, con especial énfasis en el “hoy” que hay que estar al día en la sexicidad y el buenorrísmo, reciclaje continuo de lo efímero.

domingo, 4 de noviembre de 2012

tributo a millás



Me gusta empezar los domingos con los artículos de Juan José Millás, que se esconden entre pecho y pecho de la revista Interviú. Me hacen reír, me hacen pensar, me hacen querer invitarle a gintonics con la excusa de entumecerle y que acepte ser mi mentor espiritual. Me inspiran, porque yo de mayor quiero ser como él y a modo de humilde tributo, inicio este blog, porque me hace falta una ilusión en estos tiempos de desesperanza y agujeros negros. Y es domingo, además.

No tengo futuro pero eso es algo normal en esta parte del mundo y en este momento del tiempo. Injusto pero normal. Si a esto le sumamos la pérdida de vocación, las dudas vitales y todo el drama post-adolescente, tenemos las condiciones óptimas para la introspección, la queja y la filosofía insomne de una desempleada atrapada entre títulos de pega.

No me gusta el estrés de los trabajos para ayer (como dieta es estupenda, se pierden unos 10 kilos de media) y no tengo la oratoria suficiente para vender nada (y menos algo en lo que no creo), ni el aguante psicológico para tratar con potenciales clientes que no saben lo que quieren pero creen que sí, reteniendo el desprecio de lanzarles una taza de café hirviendo a la cara; a menos que lo disfrace de performance comercial, técnica psicológica avanzada abalada por suecos que, están lo suficientemente lejos para cuestionarles nada y dan la impresión de saber mucho, con todas esas palabras kilométricas sin vocales. Claro que, remitiéndome al punto de mi incapacidad de manipulación direccionada a las ventas, sería imposible. 

Así que sólo me queda París (al que no puedo ir por falta de ingresos ni de un Humphrey Bogart que me invite) y escribir, que eso sí (por ahora), sale gratis.

Iniciando terapia en 3, 2, 1…