lunes, 25 de septiembre de 2017

Creencias convertidas en verdad: la paradoja de la tolerancia


¿Recuerdan aquello de “es mejor callar y parecer estúpido, que hablar y disipar toda duda”? Ni siquiera necesitan conocer la fuente original (Mark Twain), basta con haber visto Los Simpsons para reconocerla. La frase tiene sus variantes en el refranero popular, esas pequeñas píldoras de sabiduría que se traspasaban de padres a hijos; eran tiempos donde pocos sabían leer o escribir, pero entendían el concepto y la importancia de llevarlo a cabo. Ahora, con menores tasas de analfabetismo, la premisa parece tener una reacción más afín a la de Homer Simpson: “Debo decir algo o pensarán que soy idiota”. Un automatismo que se ha revestido de derecho, amparándose en una confundida libertad de expresión.  

Esta conducta solía verse frenada por los más cercanos pero hoy en día, al ocurrir con una pantalla de por medio, el entornar masivo de ojos no surte el mismo efecto. Por el contrario, “el ideólogo” se puede encontrar jaleado por un séquito que representa fielmente aquello de “los que más hablan son los que menos tienen que decir”. Porque internet, y especialmente las redes sociales, se han convertido en una ventana excepcional, un escaparate donde verter lo primero que se nos pase por la cabeza y encontrar, en la inmensidad de la red y gracias al hashtag adecuado, un gemelo de pensamiento que nos aliente.

Por eso, en pleno siglo XXI, hay un grupo cada vez mayor de personas que cree, y afirma, que la tierra no es redonda. Poco importa el historial de pruebas científicas, ni mucho menos, el material gráfico existente; que la NASA envíe fotos y vídeos no significa nada, ¡podría ser todo un montaje! Es una parte más de las teorías de conspiración que se remontan al alunizaje de 1969, considerado el rey de los fraudes. “Hasta que no lo vea con mis propios ojos, no lo creeré”, es el argumento más repetido. De manera que la información debe convertirse en experiencia para ser válida. Un sistema que es toda una contradicción en sí mismo.

Para dudar de la esfera terrestre, aplican el mismo juego de la experiencia: miro al horizonte y veo una línea recta, por tanto, al final de eso debe existir un precipicio donde habita el Kraken. Bueno, lo de los monstruos medievales ha desaparecido de la historia, intercambiándose ahora por una barrera de hielo que evita el desbordamiento de los océanos. Al menos así lo defiende la Flat Earth Society, un grupo de convencidos “terraplanistas” que afirma, sin titubeos, que lo mejor es “confiar en los propios sentidos para discernir la verdadera naturaleza del mundo que nos rodea”. Por lo que: si el mundo parece plano, tendrá que serlo.

El movimiento incluye gráficos y referencias históricas con los que convencer a los más ingenuos, como una serie de animaciones de nuestro planeta convertido en disco y sobre él, una cúpula que incluye la atmósfera, el sol, la luna y las estrellas. Y así, a fuerza de implicar el escepticismo de Descartes y citar algunos experimentos (ya refutados), ganan adeptos. Cuando sería suficiente con poner en práctica la duda cartesiana a la que nos invitan para descubrir las mentiras que los sustentan. Una rápida consulta en la red desmorona sus principales credenciales científicos, como el experimento de los niveles de Bedford. Los terraplanistas se amparan en las observaciones que Samuel Birley Rowbotham realizó en 1838 y que, efectivamente, concluían que la Tierra no era redonda. Sin embargo, no incluyen que unos treinta años más tarde, en 1870, el experimento se ajustó para evitar los efectos de la refracción atmosférica. De esta manera, Alfred Russel Wallace encontró una curvatura que demostraba la forma esférica del planeta.

Los terraplanistas presumen de dudar de todo excepto de sus propias fuentes terraplanistas. Cuestionan el consenso científico en favor de teorías de complot donde son ellos contra el mundo y no hay eclipse (para el cual tienen una explicación alternativa, por supuesto) que les haga cambiar de idea. Como dijo Neil deGrasse Tyson en Comedy Central: «Todo esto es un síntoma de un problema mayor. Hay un creciente esfuerzo anti intelectual en este país que tal vez sea el principio del fin de nuestra democracia informada. Por supuesto, en una sociedad libre puedes y deberías pensar lo que quieras. Si deseas pensar que la Tierra es plana, adelante; pero si piensas que el mundo es plano y tienes influencia sobre otros (…), entonces, estar equivocado se convierte en dañino para la salud, la economía y la seguridad de nuestros ciudadanos. Descubrir y explorar nos ha sacado de las cavernas y cada generación se ha beneficiado de lo que las generaciones previas han aprendido. Isaac Newton dijo: “Si he visto más lejos que otros, es por estar subido a hombros de gigantes”. Por eso, cuando estás sobre los hombros de aquellos que han estado antes que tú, deberías ver lo suficientemente lejos como para darte cuenta de que la Tierra no es jodidamente plana».



lunes, 11 de septiembre de 2017

Broad city


Jacobson y Glazer tenían claro su objetivo: estaban dispuestas a trasgredir, y tuvieron la suerte de tener la tecnología de su lado. Internet, una vez más, hizo las veces de salvoconducto para aquellos que no parecen, ni quieren, encajar en lo establecido. La red, en su espíritu democrático, dio vía libre a sus ideas y les sirvió de lanzadera. En Youtube encontraron el espacio ideal para compartir una serie web donde experimentarían con vídeos cortos −no más de tres minutos de duración− que serían un primer esbozo, más casero y destartalado, de su posterior éxito, Broad City.

A los vídeos les faltaba pulido, pero tenían potencial. Al menos eso fue lo que pensó Amy Poehler, actriz y antiguo miembro del Saturday Night Live, quien empezó a ejercer como mentora para las chicas. Su apoyo incondicional la llevaría a producir la serie tras conseguir un contrato con Comedy Central. La cadena firmaría por una primera temporada en 2014 y a cambio obtuvo un producto totalmente fresco, irreverente y ante todo, personal. No había nada igual: una serie creada y protagonizada por mujeres que huía de cualquier estereotipo. De hecho, cuando se les pregunta sobre esto, ambas niegan que el hecho de ser mujeres sea una parte especialmente importante de su proceso creativo. “Los personajes definitivamente tienen vaginas, pero no pensamos en eso cuando escribimos”, explica Glazer.




Sin etiquetas, simplemente humor

Broad City es un salto sin red, una escandalosa y surrealista radiografía de la vida en Nueva York pero con una vuelta más de ingenio. De hecho, su punto de partida no es nuevo: dos amigas abriéndose paso en la gran ciudad. El tema puede resultar manido, pero la óptica de sus creadoras es tan original que no se encuentran paralelismos en otras series, y menos, con protagonistas femeninas.


Aunque para ellas no se trata de una cuestión de género. Hacen humor sin distinciones: puede ser absurdo, inteligente o una completa payasada pero no piensan en atraer un público determinado, más allá de la risa. Si hay algo estrictamente femenino en sus historias, aparece por el simple hecho de ser tabú, como la vergüenza que acompaña a la menstruación o la negación de la masturbación. Y aprovechan estas circunstancias para arrebatarles cualquier mística u obscurantismo, encontrando siempre un revés cómico inesperado



Broad City aporta una versión alternativa de otras historias que retratan la vida neoyorkina. No es el Manhattan de Seinfeld o el Brooklyn de Girls, ni mucho menos, la realidad paralela del Upper East Side de Gossip Girl. Abbi e Ilana no representan nada de esto. Ellas van en metro, hacen números para comer en un restaurante y pasan gran parte de su tiempo en parques públicos sólo para descansar un momento de sus compañeros de piso. Sus vidas, pese al surrealismo que caracteriza muchas de las escenas, tienen uno de los telones de fondo más realistas de la televisión. Porque aquí la imaginación tiene otro propósito.


Tanto Glazer como Jacobson interpretan una versión exagerada de ellas mismas donde prima la cotidianidad llevada al absurdo. Sus personajes se permiten hacer de todo, no hay cautela ni moraleja, porque lo importante es conseguir la carcajada. Así nos encontramos con Abbi, una ilustradora que sobrevive trabajando como personal de limpieza en un gimnasio. Fantasea con la idea de ser monitora de spinning, una ensoñación de la que suele despertar, sobresaltada, al caerle encima la toalla usada de algún cliente. Se siente atraída por su vecino pero no es capaz de superar las frases de rigor que ofrecen los encuentros en el ascensor. Por su parte, Ilana hace el vago sin remordimientos en una empresa que lanza ofertas por internet, Deals Deals Deals; al tiempo que mantiene relación abierta y consume marihuana como deporte.  La despreocupación de una choca con la sensatez de la otra, una combinación que no les impide ser las mejores amigas, de un modo genuino y falto de toda la toxicidad que otras ficciones representan. Y aunque sus personajes fracasen, se respira un permanente aire de optimismo, como una invitación a poner en pausa las preocupaciones existenciales.

domingo, 3 de septiembre de 2017

Okja: una fábula contra el capitalismo de la carne


Okja tiene una gran ventaja de su parte: es ficción, y como fábula que es, nos acercamos a ella con la guardia baja. Pocos esperarían que una película palomitera les cambiase, pero este cuento nos enfrenta a una parte muy real de nuestro día a día y que solemos omitir, aplicándonos aquel “ojos que no ven, corazón que no siente”. Pues Okja les hará sentir, o cuanto menos, cuestionarse su estilo de vida.

Si el mensaje de la película produce tanto impacto es porque Okja no aparece como el producto final al que estamos acostumbrados −una bandeja de carne envasada al vacío−, sino que lo hace como nuestra mascota. El director, Bong Joon-Ho, retrata el vínculo entre Okja, un cerdo transgénico, y Mija, la niña protagonista: una amistad sin devaluaciones que se desarrolla en los bosques de Corea del Sur. El afecto es mutuo y palpable, igual que el que cualquiera con un perro o un gato en casa corroboraría. Una compañía que no necesita de palabras para confortarnos y que, como en el caso de Okja, muestra inteligencia y empatía. Es, al identificarnos con esta conexión, cuando sucede la magia y el mensaje nos llega de pleno: tenemos que terminar  con esta injusticia. Pudiendo llegar a ser más efectivo que artículos o documentales animalistas, ya que el público no está sesgado de antemano.

Tampoco es que Bong Joon-Ho pretenda convertir a la audiencia al veganismo, pero sí espera hacerla consciente de la terrible realidad de esta industria. Es ‘el efecto Okja’ y está en boca de todos.


Una aventura épica


La trama principal de Okja narra la historia de amor entre una niña y su mascota. Mija (An Seo Hyun) demostrará una lealtad inquebrantable y no perderá de vista su objetivo ni por un momento: recuperar a Okja. Ésta ha sido su compañera de juegos en los remotos bosques de Corea y, junto a su abuelo, conforma su pequeña familia. El animal se asemeja a un cerdo pero supera el tamaño de un hipopótamo. Se trata de una especie transgénica, un experimento creado por la Corporación Mirando y etiquetado como supercerdo. Su creación forma parte de una estrategia de marketing que aspira a lavar la imagen de Mirando, reapareciendo como una compañía ecológica cuyo fin es acabar con el hambre del mundo. Para ello han organizado un concurso a nivel mundial donde distintos granjeros competirán por criar al mejor supercerdo. El abuelo de Mija es uno de los candidatos.


Okja vive ajena al plan y se desarrolla como un apacible gigante que demuestra tener una gran sensibilidad e inteligencia, pero esto carece de importancia para la directora y gestora del proyecto, Lucy Mirando (Tilda Swinton). Para ella, los supercerdos son el milagro que “el mundo ha estado esperando”, diseñados para “consumir menos piensos y producir menos excrementos”, pero sobre todo, “para saber a gloria”. Producirlos en cadena será el siguiente paso, tras celebrar el peculiar concurso de belleza porcina que tendrá lugar en Nueva York, presentado por un decadente zoólogo televisivo, el Doctor Johnny Wilcox (Jake Gyllenhaal). Pero Mija no se rendirá tan fácilmente y seguirá a su amiga hasta Estados Unidos, ayudada por el Frente de Liberación Animal, un grupo de ecologistas liderados por Jay (Paul Dano).

La película combina varios géneros sin resultar caótica, alternando humor, horror y ternura, a un ritmo que consume velozmente sus dos horas de duración. Los paisajes de Corea parecen hacer un guiño a las escenas más icónicas del Studio Ghibli, donde Okja aparece como una suerte de Totoro gigantesco que concentra la misma dosis de monumentalidad y encanto. Diseñada por Hee Chul Jang, se integra con absoluto realismo gracias a los efectos visuales de Erik-Jan de Boer, ganador de un Oscar por su trabajo en La Vida de Pi. El director de fotografía, Darius Khondji, cierra el equipo, deslizándose magistralmente desde la belleza de las montañas, con sus paisajes panorámicos, a la oscuridad y crudeza industrial de la última parte.