jueves, 30 de agosto de 2018

Ciberbullying: cobardes escudados por pantallas

Este artículo lo escribí en Octubre de 2016 para CanariasAhora y hoy me apetece rescatarlo (lamentablemente, sólo habría que actualizar los nombres, porque la cosa sigue igual)

Los insultos y el desprecio inundan la cuenta de Irina, la instagramer y modelo que tomó la “peligrosa” decisión de empezar a salir con el youtuber más influyente del país: “el rubius”. Rubén Doblas –que así se llama realmente− ocupa el segundo puesto en el ranking de canales de Youtube de habla hispana y es el cuarto más visto a nivel mundial. ¿Su secreto? El devoto seguimiento de sus más de veinte millones de suscriptores. La cifra da vértigo y asusta aún más al comprobar la capacidad destructiva que, parte de su público, puede provocar. La fidelidad anónima tiene la capacidad de transformarse en una horda ciega donde prima el sentimiento de propiedad. Como si el acceso constante a ese pedacito de vida que el youtuber les concede, les pusiera en disposición de imponer reglas y tomar decisiones en su nombre.
Así, a golpe de masa, la modelo recibió un aluvión de visitas con intención predadora. ¿Quién era aquella chica que se atrevía a introducirse en la vida del retransmitido ídolo sin preguntar? La campaña difamatoria incluía desde el insulto barato a las acusaciones de ser una aprovechada, que busca notoriedad para hacer contratos con las grandes marcas. “Querida, muy pronto se acabará tu juego”, sentencia una; a la que parecen secundar, con un gratuito: “Por personas como tú este mundo se va a la mierda”. Comentarios que se vuelven ignífugos si comparamos con las verdaderas amenazas que vociferan en mayúsculas: “TE PUEDES IR PREPARANDO PORQUE TE VOY A APUÑALAR Y POCO A POCO PARA QUE SUFRAS”.

Dentro de las normas no escritas de la fama se tiende a recordar, de cuando en cuando, que este tipo de comportamientos son un precio a pagar si se es conocido. Un argumento que alimenta al monstruo, en lugar de aplicar un poco de sentido común y combatirlo. Este ambiente ha llevado a muchas celebridades a cerrar sus cuentas personales, tras alcanzar un punto de tensión insoportable. Pues no debemos olvidar que, aunque sus vidas difieran bastante de la nuestra, siguen siendo personas. Desvincularlos de cualquier empatía es síntoma de una sociedad enferma; una que disfruta del sufrimiento ajeno, afanada en propiciar el derrumbe de todo lo que sobresalga, con la esperanza de que el destrozo los ponga al mismo nivel de su vacío personal.
Porque la deshumanización a la que se somete a los famosos desde el otro lado de la pantalla, es sólo la punta del iceberg. Los casos relacionados con estrellas tienen una repercusión mayor por una cuestión matemática de visibilidad y magnitud de improperios, pero no son los únicos. Es prácticamente un virus que normaliza el acoso y la difamación, haciendo que todos podamos ser susceptibles de sufrirlo. No hay más que observar un poco, el modelo se repite en cualquier web o plataforma que ofrezca la posibilidad de dejar comentarios (si son anónimos, más). Da igual la temática: ciencia, política, cine o cotilleo. Los perfiles dedicados a escupir odio lo acaparan todo.
Haga la prueba. Piense en algo totalmente inofensivo, por ejemplo, una escena de la película de Disney, “La Sirenita”. En principio la cinta no tiene connotaciones negativas e inspira esa nostalgia que lo amortigua todo. Pues nada más lejos de la realidad. Si decide, en mitad de esa mezcla de alegría y emoción, desplegar los comentarios que se encuentran bajo el vídeo, olvídese de encontrar un intercambio agradable de recuerdos infantiles. Su júbilo inicial pasará al más absoluto de los desconciertos cuando lea las críticas descarnadas que se lanzan −de un lado al otro del océano− los defensores del doblaje castellano versus el doblaje latino. Una batalla que termina con un bando exigiendo el oro robado en el 1400 y con el otro recalcando superioridades con un jocoso “gracias a nosotros sabéis leer”. Una trifulca racista que resuena entre los ecos, aún frescos, de Sebastián cantando “Bajo del mar”.
Por suerte, la política de valorar los comentarios para que sean los más votados los que aparezcan en primer lugar, mitiga gran parte del troleo. O, más bien, maquilla, porque el número de ofensas y ofendidos está lejos de disminuir. Es como si la web sumiese al usuario en un estado de alerta que lo mantiene siempre a la defensiva, recubierto de una fina piel que se reciente al menor roce. Todo se vuelve criticable. Incluso los tutoriales, que son algo pensado para compartir conocimientos desinteresadamente, enseguida serán juzgados con dureza: por ser incompletos, tener mala iluminación, acústica inadecuada o, directamente, por el tono de voz del autor, calificado de insoportable y no apto para los delicados oídos de un público que permanece de incógnito.
Nuevas carreras de riesgo
A estas alturas, resulta evidente para todos que las nuevas tecnologías han propiciado la aparición de nuevas oportunidades laborales. Los inicios democráticos de la red ofrecían una oportunidad igualitaria a cualquiera que tuviera conexión y ganas de expresarse. Al principio, ninguno de ellos pensó que aquello que hacían por hobby, llegaría a tener una repercusión tan grande y, mucho menos, que podrían vivir de ello.
Como planteamiento inicial, parecía una idea de éxito: ¿quién no querría trabajar de lo que le gusta? Cuando hay pasión de por medio, se nota. Siendo esa percepción de autenticidad la que dejaría atrapada a la audiencia; personas que habían llegado hasta allí libremente, sin necesidad de sugestiones previas. No había suspicacias y parecía abrirse un mundo entero de posibilidades. Hasta que ocurrió lo de siempre: las marcas vieron una oportunidad de oro y no la dejaron escapar. Se pasó de un entorno limpio a otro sobresaturado de anuncios; no sólo por medio de popups invasivos o vídeos que no podían omitirse, sino también, de publicidad encubierta. De pronto, aquellos nombres a los que se había cogido tanto cariño, empezaron a recomendar los mismos artículos en cadena y a colar, en aquellas fotos artísticas, un producto previamente monetizado. Cargándose de golpe la clave de su éxito, esa confianza de “tú a tú” que transmitían.

Actualmente, casi todo personaje relevante en la red cuenta con un vídeo o post donde dan explicaciones al respecto, tratando de defenderse de las acusaciones de ser “un vendido”. La mayoría son jóvenes y tienen la necesidad de seguir siendo aceptados en la comunidad virtual que han creado, de ahí que se esmeren tanto en justificar algo que podría quedar perfectamente restringido a su esfera privada. Porque, ciertamente, puede ser criticable la mercantilización masiva pero no tanto el que actúen como intermediarios entre las marcas, si ante todo sigue primando su criterio. Es lo mismo que hacían antes, sólo que recibiendo una compensación económica. Pero aparecido el dinero, llega la duda: ¿me lo recomienda porque le han pagado o porque realmente le gusta? Es el momento de la decepción y la ofensa, instante que muchos aprovechan para entrar a matar, con esa indignación que sólo se manifiesta cuando hay una pantalla de por medio.
A veces las críticas son, simplemente, por rabia. La que da el saber que cobran por algo que, a juicio de muchos, “podría hacer cualquiera”. Una idea bastante discutible pues, aunque estos nuevos empleos pueden llegar a ser muy lucrativos, cuentan con elementos de riesgo.Youtubers,Beauty bloggers,Influencers… tienen muchas etiquetas pero un componente compartido: fortaleza ante las críticas. Porque los haters harán aparición, más tarde o más temprano. Conseguir una coraza que proteja contra el avasallamiento, es el único remedio para una carrera larga.
La fama siempre ha provocado cierta cuota de desprecio, pero la fama en internet deja abierto un canal donde éste puede fluir y desbocarse sin problemas. Con la contrapartida de saber que, si trabajas en y para la red, no vas a poder resguardarte.
De bajón y en bajada
Hasta hace nada, el contacto con nuestros ídolos era más una fantasía que una alternativa realizable. Lo más que se podía hacer era contactar con su club de fans, quedando nuestros deseos e inquietudes a la vista de ojos desconocidos, y fuera del alcance de las estrellas. O ir un paso más allá y hacer guardia por fuera de sus casas, opción que podría rozar el trastorno, además de otros inconvenientes difíciles de sortear.
Con internet, en cambio, estamos a un clic de distancia de nuestros objetos de deseo, pudiendo transmitirles nuestra gratitud y admiración de manera inmediata; contando con la seguridad de que el mensaje será recibido, ya que la gran mayoría opta por llevar sus propias redes sociales. O más bien, optaba, ya que las cifras de famosos que se despiden de los social media aumenta exponencialmente. Algunos terminan por volver pero delegando la actividad en asesores o gente de su equipo, recuperando las distancias del pasado.
El último en darse de baja ha sido Justin Bieber, quien ya había amenazado en varias ocasiones con cerrar sus cuentas. El niño que se dio a conocer con los vídeos de Youtube, parecía saturado por el bombardeo de comentarios sin medida. Anteriormente ya se había quejado del trato de sus fans, quienes se dedicaban a abordarle sin necesidad de mediar palabra, únicamente apuntando con sus teléfonos móviles, en busca del ansiado selfie: “Ha llegado a un punto en el que la gente ni siquiera me dice hola o me reconoce como una persona, me siento como un animal del zoo, y quiero ser capaz de conservar mi cordura”, diría.
La exposición de los famosos termina por convertirlos en objetos, pasando a ser “cosas” que ni sienten ni padecen. Están ahí para entretenernos y podemos irrumpir en sus vidas a nuestro antojo. Para Bieber, la gota que colmaría el vaso serían los insultos dedicados a su novia Sofia Richie, de 17 años. “Voy a hacer mi Instagram privado si no paráis el odio. Esto se os está yendo de las manos. Si fuerais realmente fans, os gustaría la gente que a mí me gusta“, les recriminaría sin efecto. En agosto cerraría indefinidamente su cuenta para desespero de muchos y regocijo de otros.
Lo cierto es, que parece existir un patrón en el odio que lincha mucho más a las mujeres; ya sea a la “novia de” o a aquellas otras que tienen un nombre conocido por derecho propio. Los insultos vienen de ambos sexos pero es como si la mujer tuviera más flancos abiertos, siendo el físico uno de los más atacados. Da igual el tipo, puede ser una modelo de proporciones perfectas como Gigi Hadid o cuerpos que encajen menos en el canon, como el de la creadora y actriz Lena Dunham. Ambas han tenido problemas en el mismo sentido: la diana de sus cuerpos.
La modelo se vio obligada a expresar su descontento en Instagram, fruto de la negatividad que algunos usuarios arrojaban a su cuenta:
«Represento un tipo de cuerpo que antes no estaba representado en la moda, y me siento afortunada por ser apoyada por diseñadores, estilistas y editores que sé que saben muy bien que esto es moda, es arte; y no puede ser siempre lo mismo. Estamos en 2015. Pero si vosotros no sois de esas personas, no explotéis vuestra rabia contra mí. Sí, tengo tetas. Tengo abdominales, tengo culo, tengo muslos, pero no estoy pidiendo un trato especial. Entro dentro de las tallas de muestra. Vuestros crueles comentarios no hacen que quiera cambiar mi cuerpo, no hacen que quiera decir “no” a los diseñadores que me piden que esté en sus desfiles. Si no quieren, no estaré. Así es cómo es y cómo será. Si no te gusto, no me sigas, no me mires, porque no me iré a ningún sitio. Si no tuviera el cuerpo que tengo, no tendría la carrera que tengo. Me encanta poder ser sexy. Estoy orgullosa de ello. Lo he dicho antes… Espero que todo el mundo llegue a un punto en su vida en el que puedan hablar de cosas que le inspiran, y no sobre cosas que destrozan a otros. Si no quieres formar parte del cambio, al menos, ábrete a él, porque está irremediablemente sucediendo»
En el otro extremo está Dunham, la prueba viviente de que cualquier medida es censurable. La actriz ha tratado siempre de luchar contra los estereotipos, mostrándose desnuda o alejada de todo artificio para señalar que existen otras realidades. Sus elogiables esfuerzos, en cambio, se verían sobrepasados con Twitter a raíz de la publicación de una foto suya en ropa interior (alejada de toda pose sugerente). La oleada de insultos fue tan brutal, que Dunham tiró la toalla con la red de los ciento cuarenta caracteres por considerar que aquel ambiente no era bueno para su salud mental. Finalmente, optaría por dejarla en manos de un gestor, admitiendo que “No quiero saber ni la contraseña”.
Ciberbullying: la intimidación constante
La relación está clara: a mayor notoriedad, mayor número de críticas y comentarios negativos. Pero no hace falta ser una estrella de Hollywood para vivir un linchamiento en carne propia. El anonimato de la red consigue sacar a relucir los desechos del alma humana y aunque haya gente que no lo utilice con este fin, son pocos los usuarios que se salvan de los episodios de descrédito en la red.
La diferencia matizable de estos enfrentamientos sería la asiduidad. No es lo mismo un altercado puntual que el ser sometido a una persecución que se alarga en el tiempo. Cuando es una situación que se repite, hablamos de ciberbullying, que es la manera que ha encontrado el acoso de introducirse en nuestros hogares.
Es importante entender que nuestra generación es la primera en utilizar internet, así que somos los conejillos de indias del medio, descubriendo sus bondades pero también sus zonas oscuras. Éstas suelen concentrarse en las redes sociales, debido al uso generalizado y la facilidad de crear perfiles falsos o bajo pseudónimos, desde los que repartir amenazas. Los adolescentes son los que tienen más probabilidades de caer en este tipo de comportamientos, ya sea como víctimas o como ejecutores. De hecho, nueve de cada diez han sido testigos de intimidación en las redes sociales, según un estudio del PewResearch Center. Es lo que se conoce como “mayoría silenciosa”; ésta puede actuar como cómplice también, al reír y compartir las imágenes o comentarios de burla de sus compañeros.
El acoso escolar, que en el pasado terminaba tras el horario lectivo, se mantiene ahora sin descanso, permitiendo la participación de cualquiera. La ofensa se propaga de móvil a móvil sin que la víctima tenga opción de defenderse, aumentando los efectos de la agresión. De ahí que el número de suicidios aumente, las cotas de estrés son demasiado altas para un periodo tan frágil, emocionalmente, como es la adolescencia.
¿Pero qué se puede esperar de una sociedad que potencia el agravio? Estamos inmersos en una cultura que se cree en el derecho de expresar todos sus pensamientos, sin filtro, encontrando en el falso protagonismo que da la red, una palestra desde la que sentenciar y perseguir. Las frustraciones personales encuentran una vía de escape ideal en este escenario. Los cobardes se mantienen a salvo y la distancia con el interlocutor, los insensibiliza.
Buscar las señales de alarma que nos avisen del ciberacoso, es importante, pero también lo es el analizar las causas de este desapego generalizado. Descubrir qué motiva a un número creciente de individuos a redimir sus complejos y demonios a costa del bienestar ajeno. Centrarnos un poco más en la enfermedad y no tanto en aliviar a los que sufren sus efectos (que también). Porque atacar el problema de raíz es el medio más efectivo para una erradicación total.
Podemos empezar con nosotros mismos, hagamos inventario de nuestros miedos, palabras y acciones; pero sobre todo, no seamos cómplices y censuremos estos comportamientos cuando surja la oportunidad. Dar ejemplo es el mayor seguro para sentar las bases que crearán una sociedad mejor mañana.