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domingo, 3 de septiembre de 2017

Okja: una fábula contra el capitalismo de la carne


Okja tiene una gran ventaja de su parte: es ficción, y como fábula que es, nos acercamos a ella con la guardia baja. Pocos esperarían que una película palomitera les cambiase, pero este cuento nos enfrenta a una parte muy real de nuestro día a día y que solemos omitir, aplicándonos aquel “ojos que no ven, corazón que no siente”. Pues Okja les hará sentir, o cuanto menos, cuestionarse su estilo de vida.

Si el mensaje de la película produce tanto impacto es porque Okja no aparece como el producto final al que estamos acostumbrados −una bandeja de carne envasada al vacío−, sino que lo hace como nuestra mascota. El director, Bong Joon-Ho, retrata el vínculo entre Okja, un cerdo transgénico, y Mija, la niña protagonista: una amistad sin devaluaciones que se desarrolla en los bosques de Corea del Sur. El afecto es mutuo y palpable, igual que el que cualquiera con un perro o un gato en casa corroboraría. Una compañía que no necesita de palabras para confortarnos y que, como en el caso de Okja, muestra inteligencia y empatía. Es, al identificarnos con esta conexión, cuando sucede la magia y el mensaje nos llega de pleno: tenemos que terminar  con esta injusticia. Pudiendo llegar a ser más efectivo que artículos o documentales animalistas, ya que el público no está sesgado de antemano.

Tampoco es que Bong Joon-Ho pretenda convertir a la audiencia al veganismo, pero sí espera hacerla consciente de la terrible realidad de esta industria. Es ‘el efecto Okja’ y está en boca de todos.


Una aventura épica


La trama principal de Okja narra la historia de amor entre una niña y su mascota. Mija (An Seo Hyun) demostrará una lealtad inquebrantable y no perderá de vista su objetivo ni por un momento: recuperar a Okja. Ésta ha sido su compañera de juegos en los remotos bosques de Corea y, junto a su abuelo, conforma su pequeña familia. El animal se asemeja a un cerdo pero supera el tamaño de un hipopótamo. Se trata de una especie transgénica, un experimento creado por la Corporación Mirando y etiquetado como supercerdo. Su creación forma parte de una estrategia de marketing que aspira a lavar la imagen de Mirando, reapareciendo como una compañía ecológica cuyo fin es acabar con el hambre del mundo. Para ello han organizado un concurso a nivel mundial donde distintos granjeros competirán por criar al mejor supercerdo. El abuelo de Mija es uno de los candidatos.


Okja vive ajena al plan y se desarrolla como un apacible gigante que demuestra tener una gran sensibilidad e inteligencia, pero esto carece de importancia para la directora y gestora del proyecto, Lucy Mirando (Tilda Swinton). Para ella, los supercerdos son el milagro que “el mundo ha estado esperando”, diseñados para “consumir menos piensos y producir menos excrementos”, pero sobre todo, “para saber a gloria”. Producirlos en cadena será el siguiente paso, tras celebrar el peculiar concurso de belleza porcina que tendrá lugar en Nueva York, presentado por un decadente zoólogo televisivo, el Doctor Johnny Wilcox (Jake Gyllenhaal). Pero Mija no se rendirá tan fácilmente y seguirá a su amiga hasta Estados Unidos, ayudada por el Frente de Liberación Animal, un grupo de ecologistas liderados por Jay (Paul Dano).

La película combina varios géneros sin resultar caótica, alternando humor, horror y ternura, a un ritmo que consume velozmente sus dos horas de duración. Los paisajes de Corea parecen hacer un guiño a las escenas más icónicas del Studio Ghibli, donde Okja aparece como una suerte de Totoro gigantesco que concentra la misma dosis de monumentalidad y encanto. Diseñada por Hee Chul Jang, se integra con absoluto realismo gracias a los efectos visuales de Erik-Jan de Boer, ganador de un Oscar por su trabajo en La Vida de Pi. El director de fotografía, Darius Khondji, cierra el equipo, deslizándose magistralmente desde la belleza de las montañas, con sus paisajes panorámicos, a la oscuridad y crudeza industrial de la última parte.