Como suele
ocurrir casi siempre (o al menos, a mí me pasa), lo más difícil es arrancar. Ignorar los miedos y las trabas
que nos tienen paralizados y lanzarse a ello; en plan suicida y sin buscar la
red, solamente intentando nos desviarnos. Plantarle cara al papel en blanco (que
impone más después de tanto tiempo) y frenar la autoexigencia. Con el trabajo,
llegarán la mejoras.
Y este ha
sido mi estado en los últimos meses: escribir, escribir y escribir. Poniéndome
a prueba, ganando seguridad… también me han invadido los momentos de pánico, no
voy a negarlo. Es algo con lo que tendré que luchar toda la vida pero, poco a
poco, voy encontrando recursos y técnicas que me ayudan a evitar el colapso. Ya
se recuperarán las noches de insomnio producto de la ansiedad, alargando las
victorias que (todavía hoy) me fuerzo a hacer pequeñas. Estoy en recuperación
de mi tendencia al autosabotaje (y aún me quedan algunos pasos).
Esta
introducción tan dramática intentaba ser el preludio de la mejor noticia del
año: ¡Voy a empezar a escribir opinión! Será una colaboración semanal, ¡y me
han asignado los domingos! Para mí es el mejor día, porque lo tengo
completamente asociado a la publicación de todos los grandes. No es que esto me
convierta en uno de ellos (¡mis ganas!) pero sí que siento que estoy siguiendo
su trazado, mientras chequeo sueños adolescentes. ¡Choque de manos cósmico con mi yo de trece
años!
La verdad es,
que aunque deseaba que esto llegase, no esperaba que fuese a ocurrir tan
rápido. Estas dos semanas han sido un altibajo emocional constante: asumiendo
el rechazo para luego enfadarme por ello, al tiempo que pasaba a la celebración
yonki que desencadenaba en un terror hiperventilante. Todo muy divertido.
Pero la
oportunidad ha llegado, está aquí y no voy a apartarme.