A mi no me traumatizaba
especialmente tener treinta años. No era un número que evitase a conciencia
aunque, bien es cierto, que tras más de seis meses conviviendo con él, se me
sigue haciendo raro pronunciarlo (referido a mi persona). Será porque a partir
de cierta edad, salvo en encuestas y visitas médicas, no es tan común que te pregunten cuántos años tienes, disociándose la
cifra por completo. A veces también dudo de en qué año vivo y he de pararme a
pensar si esa lata de atún (¿es 2016 ya?) está o no caducada, pero eso es algo
más personal; o alzhéimer precoz, o algún efecto secundario de internet y su
dispersión (teoría conspiranoica que espero que alguien esté estudiando, no
sólo van a vivir de perros que cagan alineados con el campo magnético…)
No me traumatizaba, decía,
desde el punto de vista de la vejez. Supongo que es fácil decir esto en un
tiempo en el que los treinta distan mucho de ser “los treinta” de hace un par
de décadas. En mi círculo no están todos criando hijos ni pagando hipotecas, ni
siquiera han engordado. Es más, precariedad laboral aparte, creo que estamos
todos más buenorros. Tal vez lo más significativo de esta edad sea el verificar
los planes que tu yo-niño tenía preparados para su futuro, bien listaditos en
su diario. Yo tendría que ser veterinaria, vivir en una especie de granja con
puertas secretas y conducir un Mégane Coupé Amarillo descapotable. Así como en
aquel entonces hubiese jurado que jamás sería rubia (ya no pondría la mano en
el fuego… a excepción del rubio blanco de Los
niños del maíz), podría asegurar a día de hoy que en la vida elegiré un
coche amarillo (ni descapotable). Al final los aspectos prácticos se imponen y
es mejor que sea pequeño para aparcar y no muy llamativo, como seguro ante el
mal karma que llevan algunos. ¿Perros, gatos, gallinas y una (a lo mejor) cabra
cuentan como granja? Porque eso sigue en pie. Vamos a mantener los sueños,
sobre todo los que generan amor infinito.
Así que, físicamente no
soy una vieja pero las resacas son mucho más duras, me levanto con bolsas en
los ojos, mi estómago me pide potajes y presto atención a los médicos de Saber vivir si se cruzan en mi desayuno.
Derivado de esta tendencia a leer artículos sobre achaques y arrugas es
irremediable que se te cruce ese otro relacionado con bebés y relojes internos.
Creo que al mío no le han puesto alarma porque el sentimiento dominante es de
alivio al saber que nadie depende de mí (salvo mi perra Ronda) pero, al mismo
tiempo, me preocupa saber que inicio mi cuenta atrás de posibilidades
óptimo-chachis de embarazo. ¿Y si cuando realmente quiera, ya no puedo? Es un
cambio de vida demasiado importante como para tomarlo a la ligera pero, al
mismo tiempo, es edición limitada (lo tomas o lo dejas). No sé, parece que siempre
se está tiempo de aprender a tocar el piano o de mudarte a Alaska, en cambio
duplicarse siendo mujer cuenta con una fecha de caducidad muy estresante. Al
menos en los momentos en que lo piensas que, en mi caso, no son demasiados. Antepongo
futuribles nombres de mascotas a cualquier versión humana… Igual eso lo dice
todo, ¿no? A fin de cuenta, ser dos me da toda la felicidad y cero
incertidumbre que necesito en estos momentos, por lo que dejaré la revisión de
imposiciones vitales para otro número más lejano.