A veces ocurre que una no
sabe qué leer, así que me propuse catar al menos un título de cada autor famoso
y de reverencia para poder tener un referente de los mismos (aunque ya sé que
se queda corto) y, con suerte, descubrir un escritor maravilloso al que incluir
en mi altar de adoración. También me gusta escoger libros al azar en librerías
(las pocas que quedan ya), guiarme por impulsos tontos que, más de una vez me
han supuesto ganar la lotería (ay, si las elecciones en la vida fueran tan eficaces
como una portada llamativa), con el subidón que da sentir que tienes un
superpoder o que lo divino consiste en acercarte a ese libro que necesitas, el
que incluso, puede salvarte. Porque si no eres demasiado expansivo y pecas de
rarito, en ocasiones puedes sentir que nadie piensa como tú o que nadie, pese a
la mayor de las argumentaciones previas, logra entenderte. Ir de especial y
único es una pose muy adolescente que se ha alargado a la treintena
preocupantemente, pero es eso, puro paripé. El aislamiento y la incomprensión son
dañinos. Además, hay un amplio recorrido entre el borreguísimo y la
excentricidad constante, a todos nos gusta formar parte de algo o de alguien, especialmente
los que no paran de evidenciar lo únicos que son, porque son precisamente ésos
los que parecen sacados de un molde, plof, réplica de patrones que buscan ser etéreos e inalcanzables
pero que, curiosamente, utilizan clónicos medios y formas. Como las chicas
volátiles de instagram, cuyas fotos componen collages de piñas, libros y tacitas
de té con filtros blancos o azules; piñas que se pudren en el frutero, libros
que no se leen y tés anticelulíticos que las convenzan de que así pueden pasar
los días postradas en cama deslizando el dedo por su teléfono móvil, porque
están por encima del bien y del mal, y de los problemas circulatorios.
En este mundo donde parece
premiarse las alicaídas poses que llevan por título una canción de Bon Iver,
una puede llegar a sentirse muy sola. Por desgracia y gracias a la
globalización que permite internet, el espejo actual donde mirarse es el mundo,
y resulta que no hay lugar occidentalizado que no tire del mismo modelo
superficial pero enmascarado de trascendencia. Creo que esto último es lo que
más me molesta, ese aura de cultura y reflexión que no va más allá de decidir
el color de uñas que mejor resalte sobre la mesa Lack del Ikea. Incluso los que todavía escriben, aunque sea prosa
en incoherente formato de verso, no tienen nada que decir. Esto sería normal o
inocuo si no arrastraran una horda de súbditos que alaban su introspección
mientras yo me tiro de los pelos por no entender nada. No es porque me crea
mejor ni ejemplo de nada, todo lo contrario, soy muy crítica conmigo misma y no
creo que este blog, por ejemplo, merezca una atención masiva o reconocimiento
alguno. Es mi pequeña área de desahogo sin mayores pretensiones. Eso sí, desde mi
papel de espectadora, sé apreciar la calidad y el trabajo, aunque también
disfruto de lo puramente estético e incluso de lo burdo, sin más afán que
apagar nuestro cerebro durante veinte minutos, pero sabiendo diferenciar el
reality barato de lo que no lo es.
Hay gente que hace los mismo pero con zapatos; zapatos sudados y usados. ¿Quién está más loco, eh?, ¿quién? |
Está claro que todo tiene
su público, la interconexión creciente lo potencia, así que no puedo evitar
sentirme descorazonada cuando apenas encuentro defensa y apoyo de aquello en lo
que creo y valoro. Existen, pero su número es tan anecdótico con respecto al
culto que tiene el resto, que sentirme triste es la consecuencia más lógica. Porque
refugiarse en escritores ayuda pero basta alzar la vista de sus libros para
darte cuenta de que algo falla.
Por eso no pirateo libros.
Es como un alegato personal que me hace sentir que contribuyo, de una forma
pequeñita, a conservar algo que es importante. Hago mal muchas otras cosas pero
en esto me he mantenido firme. No quiero devaluarlos ni acostumbrarme al mínimo
esfuerzo. Además, me gusta el formato papel, tocarlos, asociarlos a momentos y
lugares con todo su peso, reservando espacio en el bolso o la maleta. No me
importa subrayarlos o que se manchen, siento que así se hacen más míos. Y sí, sé que no es nada funcional en mudanzas
y que ocupan espacio, pero ya cargamos con un montón de cosas mucho más
inútiles y que nos aportan menos. Así que, bah, me voy a permitir ser condescendiente
con esta manía, al menos durante un tiempo podré justificarla a modo de
prescripción médica necesaria para mi salud mental.
Si llegas a esto, igual ganas al de los zapatos, sip. |
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