En televisión, encontrar la casa de tus sueños parece un paseo por las nubes: blandito, delicado y aromatizado con olor a galletas. Los potenciales dueños, no sólo aparecen relajados cual sesión previa de SPA, sino que se permiten el lujo de listar requisitos con la especificad propia del idealismo: vistas panorámicas, grifería de oro, suelos de parquet reformado del siglo XVIII y un fantasma en el sótano, inicialmente terrorífico pero que termine por volverse entrañable y dar así el toque de excentricidad bohemia que la pareja interracial del reality necesita para definirse: porque un fantasma en el sótano, inicialmente terrorífico pero que se vuelve entrañable es TAAAAN nosotros.
Al final, el agente inmobiliario gay les consigue una casa que cumple todos los puntos a excepción de la grifería, que es de plata en lugar de oro; y la diseñadora de interiores les reforma su antiguo hogar, incorporando todas las mejoras salvo el fantasma. Porque con ese presupuesto, las sesiones de ouija solamente alcanzaron a traer cacofonías; que ambientan, sí, pero no impactan tanto como una aparición espectral.
Al final, el agente inmobiliario gay les consigue una casa que cumple todos los puntos a excepción de la grifería, que es de plata en lugar de oro; y la diseñadora de interiores les reforma su antiguo hogar, incorporando todas las mejoras salvo el fantasma. Porque con ese presupuesto, las sesiones de ouija solamente alcanzaron a traer cacofonías; que ambientan, sí, pero no impactan tanto como una aparición espectral.
Entonces, la pareja se enfrenta al terrible dilema/decisión de Sophie de tener que renunciar a algo. Oh Dios, no podemos tenerlo todo, se lamentan. Y son americanos, por lo que rebajar sus expectativas les resulta especialmente duro, criados como están en creer que cualquiera puede llegar a ser presidente (una realidad incómoda, angustiosa y desconcertante estos días). En ese momento en el que los protagonistas se esfuerzan por interpretar una mueca de tristeza y llega el corte publicitario de diez minutos, es cuando me enrosco sobre mí misma y me convierto en una bola de decepción y desesperanza. ¿Qué realidad es esa donde cualquiera termina por vivir en la casa que siempre imaginó y al precio deseado? ¿Existe un lugar así sin una pantalla de por medio?
Últimamente los pisos de alquiler están carísimos pues, al parecer, nos hemos vuelto ricos todos (misteriosamente). Uno podría pensar que son sueños de grandeza, que los propietarios se han vuelto locos, pero cuando ves que ese piso de 35 metros, sin ventanas y de 850€ al mes desaparece de FotoCasa en tres días, te toca asumir que no. Realmente pueden permitirse inflar los precios que una horda desesperada y respaldada por avalistas millonarios, luchará a muerte por ser elegida.
Da igual que el anuncio saliese hace 3 minutos. Cuando llames, ya no estará disponible. Y si consigues que te den cita, cuando estés llegando a la calle para verlo, te avisarán de que acaba de alquilarlo el que tenía hora justo antes que tú. Y los que quedan libres, o bien son inhabitables (sin caer en una depresión profunda) o están infinitamente alejados de tus posibilidades económicas. Las alertas que te pongas y a los boletines que te suscribas, no marcarán la diferencia, porque siempre habrá alguien que llame antes que tú. Aunque no duermas y actualices la página cada 30 segundos, se te adelantarán. Y siempre será gente que cumpla todos los requisitos: contrato indefinido, nómina de dos mil euros, avales bancarios, belleza y modales victorianos.
:D
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