Este artículo lo escribí en Octubre de 2016 para CanariasAhora y hoy me apetece rescatarlo (lamentablemente, sólo habría que actualizar los nombres, porque la cosa sigue igual)
Los insultos y el desprecio inundan la
cuenta de Irina, la instagramer
y modelo que
tomó la “peligrosa” decisión de empezar a salir con el youtuber
más influyente
del país: “el rubius”. Rubén Doblas –que así se llama
realmente− ocupa el segundo puesto en el ranking de canales de
Youtube de habla hispana y es el cuarto más visto a nivel mundial.
¿Su secreto? El devoto seguimiento de sus más de veinte millones de
suscriptores. La cifra da vértigo y asusta aún más al comprobar la
capacidad destructiva que, parte de su público, puede provocar. La
fidelidad anónima tiene la capacidad de transformarse en una horda
ciega donde prima el sentimiento de propiedad. Como si el acceso
constante a ese pedacito de vida que el youtuber
les concede,
les pusiera en disposición de imponer reglas y tomar decisiones en
su nombre.
Así, a golpe de masa, la modelo
recibió un aluvión de visitas con intención predadora. ¿Quién
era aquella chica que se atrevía a introducirse en la vida del
retransmitido ídolo sin preguntar? La campaña difamatoria incluía
desde el insulto barato a las acusaciones de ser una aprovechada, que
busca notoriedad para hacer contratos con las grandes marcas.
“Querida, muy pronto se acabará tu juego”, sentencia una; a la
que parecen secundar, con un gratuito: “Por personas como tú este
mundo se va a la mierda”. Comentarios que se vuelven ignífugos si
comparamos con las verdaderas amenazas que vociferan en mayúsculas:
“TE PUEDES IR PREPARANDO PORQUE TE VOY A APUÑALAR Y POCO A POCO
PARA QUE SUFRAS”.
Dentro de las normas no escritas de la
fama se tiende a recordar, de cuando en cuando, que este tipo de
comportamientos son un precio a pagar si se es conocido. Un argumento
que alimenta al monstruo, en lugar de aplicar un poco de sentido
común y combatirlo. Este ambiente ha llevado a muchas celebridades a
cerrar sus cuentas personales, tras alcanzar un punto de tensión
insoportable. Pues no debemos olvidar que, aunque sus vidas difieran
bastante de la nuestra, siguen siendo personas. Desvincularlos de
cualquier empatía es síntoma de una sociedad enferma; una que
disfruta del sufrimiento ajeno, afanada en propiciar el derrumbe de
todo lo que sobresalga, con la esperanza de que el destrozo los ponga
al mismo nivel de su vacío personal.
Porque la deshumanización a la que se
somete a los famosos desde el otro lado de la pantalla, es sólo la
punta del iceberg. Los casos relacionados con estrellas tienen una
repercusión mayor por una cuestión matemática de visibilidad y
magnitud de improperios, pero no son los únicos. Es prácticamente
un virus que normaliza el acoso y la difamación, haciendo que todos
podamos ser susceptibles de sufrirlo. No hay más que observar un
poco, el modelo se repite en cualquier web o plataforma que ofrezca
la posibilidad de dejar comentarios (si son anónimos, más). Da
igual la temática: ciencia, política, cine o cotilleo. Los perfiles
dedicados a escupir odio lo acaparan todo.
Haga la prueba. Piense en algo
totalmente inofensivo, por ejemplo, una escena de la película de
Disney, “La Sirenita”. En principio la cinta no tiene
connotaciones negativas e inspira esa nostalgia que lo amortigua
todo. Pues nada más lejos de la realidad. Si decide, en mitad de esa
mezcla de alegría y emoción, desplegar los comentarios que se
encuentran bajo el vídeo, olvídese de encontrar un intercambio
agradable de recuerdos infantiles. Su júbilo inicial pasará al más
absoluto de los desconciertos cuando lea las críticas descarnadas
que se lanzan −de un lado al otro del océano− los defensores del
doblaje castellano versus el doblaje latino. Una batalla que termina
con un bando exigiendo el oro robado en el 1400 y con el otro
recalcando superioridades con un jocoso “gracias a nosotros sabéis
leer”. Una trifulca racista que resuena entre los ecos, aún
frescos, de Sebastián cantando “Bajo del mar”.
Por suerte, la política de valorar
los comentarios para que sean los más votados los que aparezcan en
primer lugar, mitiga gran parte del troleo.
O, más bien, maquilla, porque el número de ofensas y ofendidos está
lejos de disminuir. Es como si la web sumiese al usuario en un estado
de alerta que lo mantiene siempre a la defensiva, recubierto de una
fina piel que se reciente al menor roce. Todo se vuelve criticable.
Incluso los tutoriales, que son algo pensado para compartir
conocimientos desinteresadamente, enseguida serán juzgados con
dureza: por ser incompletos, tener mala iluminación, acústica
inadecuada o, directamente, por el tono de voz del autor, calificado
de insoportable y no apto para los delicados oídos de un público
que permanece de incógnito.
Nuevas
carreras de riesgo
A estas alturas, resulta evidente para
todos que las nuevas tecnologías han propiciado la aparición de
nuevas oportunidades laborales. Los inicios democráticos de la red
ofrecían una oportunidad igualitaria a cualquiera que tuviera
conexión y ganas de expresarse. Al principio, ninguno de ellos pensó
que aquello que hacían por hobby, llegaría a tener una repercusión
tan grande y, mucho menos, que podrían vivir de ello.
Como planteamiento inicial, parecía
una idea de éxito: ¿quién no querría trabajar de lo que le gusta?
Cuando hay pasión de por medio, se nota. Siendo esa percepción
de autenticidad la que dejaría atrapada a la audiencia; personas que
habían llegado hasta allí libremente, sin necesidad de sugestiones
previas. No había suspicacias y parecía abrirse un mundo entero de
posibilidades. Hasta que ocurrió lo de siempre: las marcas
vieron una oportunidad de oro y no la dejaron escapar. Se pasó de un
entorno limpio a otro sobresaturado de anuncios; no sólo por medio
de popups invasivos o vídeos que no podían omitirse, sino también,
de publicidad encubierta. De pronto, aquellos nombres a los que se
había cogido tanto cariño, empezaron a recomendar los mismos
artículos en cadena y a colar, en aquellas fotos artísticas, un
producto previamente monetizado. Cargándose de golpe la clave de su
éxito, esa confianza de “tú a tú” que transmitían.
Actualmente, casi todo personaje
relevante en la red cuenta con un vídeo o post donde dan
explicaciones al respecto, tratando de defenderse de las acusaciones
de ser “un vendido”. La mayoría son jóvenes y tienen la
necesidad de seguir siendo aceptados en la comunidad virtual que han
creado, de ahí que se esmeren tanto en justificar algo que podría
quedar perfectamente restringido a su esfera privada. Porque,
ciertamente, puede ser criticable la mercantilización masiva pero no
tanto el que actúen como intermediarios entre las marcas, si ante
todo sigue primando su criterio. Es lo mismo que hacían antes, sólo
que recibiendo una compensación económica. Pero aparecido el
dinero, llega la duda: ¿me lo recomienda porque le han pagado o
porque realmente le gusta? Es el momento de la decepción y la
ofensa, instante que muchos aprovechan para entrar a matar, con esa
indignación que sólo se manifiesta cuando hay una pantalla de por
medio.
A veces las críticas son,
simplemente, por rabia. La que da el saber que cobran por algo que, a
juicio de muchos, “podría hacer cualquiera”. Una idea bastante
discutible pues, aunque estos nuevos empleos pueden llegar a ser muy
lucrativos, cuentan con elementos de riesgo.Youtubers,Beauty
bloggers,Influencers…
tienen muchas etiquetas pero un componente compartido: fortaleza ante
las críticas. Porque los haters
harán aparición, más tarde o más temprano. Conseguir una coraza
que proteja contra el avasallamiento, es el único remedio para una
carrera larga.
La fama siempre ha provocado cierta
cuota de desprecio, pero la fama en internet deja abierto un canal
donde éste puede fluir y desbocarse sin problemas. Con la
contrapartida de saber que, si trabajas en y para la red, no vas a
poder resguardarte.
De
bajón y en bajada
Hasta hace nada, el contacto con
nuestros ídolos era más una fantasía que una alternativa
realizable. Lo más que se podía hacer era contactar con su club de
fans, quedando nuestros deseos e inquietudes a la vista de ojos
desconocidos, y fuera del alcance de las estrellas. O ir un paso más
allá y hacer guardia por fuera de sus casas, opción que podría
rozar el trastorno, además de otros inconvenientes difíciles de
sortear.
Con internet, en cambio, estamos a un
clic de distancia de nuestros objetos de deseo, pudiendo
transmitirles nuestra gratitud y admiración de manera inmediata;
contando con la seguridad de que el mensaje será recibido, ya que la
gran mayoría opta por llevar sus propias redes sociales. O más
bien, optaba, ya que las cifras de famosos que se despiden de los
social
media aumenta
exponencialmente. Algunos terminan por volver pero delegando la
actividad en asesores o gente de su equipo, recuperando las
distancias del pasado.
El último en darse de baja ha sido
Justin Bieber, quien ya había amenazado en varias ocasiones con
cerrar sus cuentas. El niño que se dio a conocer con los vídeos de
Youtube, parecía saturado por el bombardeo de comentarios sin
medida. Anteriormente ya se había quejado del trato de sus fans,
quienes se dedicaban a abordarle sin necesidad de mediar palabra,
únicamente apuntando con sus teléfonos móviles, en busca del
ansiado selfie:
“Ha llegado a un punto en
el que la gente ni siquiera me dice hola o me reconoce como una
persona, me siento como un animal del zoo, y quiero ser capaz de
conservar mi cordura”,
diría.
La exposición de los famosos termina
por convertirlos en objetos, pasando a ser “cosas” que ni sienten
ni padecen. Están ahí para entretenernos y podemos irrumpir en sus
vidas a nuestro antojo. Para Bieber, la gota que colmaría el vaso
serían los insultos dedicados a su novia Sofia Richie, de 17 años.
“Voy
a hacer mi Instagram privado si no paráis el odio. Esto se os está
yendo de las manos. Si fuerais realmente fans, os gustaría la gente
que a mí me gusta“,
les recriminaría sin efecto. En agosto cerraría indefinidamente su
cuenta para desespero de muchos y regocijo de otros.
Lo cierto es, que parece existir un
patrón en el odio que lincha mucho más a las mujeres; ya sea a la
“novia de” o a aquellas otras que tienen un nombre conocido por
derecho propio. Los insultos vienen de ambos sexos pero es como si
la mujer tuviera más flancos abiertos, siendo el físico uno de los
más atacados. Da igual el tipo, puede ser una modelo de proporciones
perfectas como Gigi Hadid o cuerpos que encajen menos en el canon,
como el de la creadora y actriz Lena Dunham. Ambas han tenido
problemas en el mismo sentido: la diana de sus cuerpos.
La modelo se vio obligada a expresar
su descontento en Instagram, fruto de la negatividad que algunos
usuarios arrojaban a su cuenta:
«Represento
un tipo de cuerpo que antes no estaba representado en la moda, y me
siento afortunada por ser apoyada por diseñadores, estilistas y
editores que sé que saben muy bien que esto es moda, es arte; y no
puede ser siempre lo mismo. Estamos en 2015. Pero si vosotros no sois
de esas personas, no explotéis vuestra rabia contra mí. Sí, tengo
tetas. Tengo abdominales, tengo culo, tengo muslos, pero no estoy
pidiendo un trato especial. Entro dentro de las tallas de muestra.
Vuestros crueles comentarios no hacen que quiera cambiar mi cuerpo,
no hacen que quiera decir “no” a los diseñadores que me piden
que esté en sus desfiles. Si no quieren, no estaré. Así es cómo
es y cómo será. Si no te gusto, no me sigas, no me mires, porque no
me iré a ningún sitio. Si no tuviera el cuerpo que tengo, no
tendría la carrera que tengo. Me encanta poder ser sexy. Estoy
orgullosa de ello. Lo he dicho antes… Espero que todo el mundo
llegue a un punto en su vida en el que puedan hablar de cosas que le
inspiran, y no sobre cosas que destrozan a otros. Si no quieres
formar parte del cambio, al menos, ábrete a él, porque está
irremediablemente sucediendo»
En el otro extremo está Dunham, la
prueba viviente de que cualquier medida es censurable. La actriz ha
tratado siempre de luchar contra los estereotipos, mostrándose
desnuda o alejada de todo artificio para señalar que existen otras
realidades. Sus elogiables esfuerzos, en cambio, se verían
sobrepasados con Twitter a raíz de la publicación de una foto suya
en ropa interior (alejada de toda pose sugerente). La oleada de
insultos fue tan brutal, que Dunham tiró la toalla con la red de los
ciento cuarenta caracteres por considerar que aquel ambiente no era
bueno para su salud mental. Finalmente, optaría por dejarla en manos
de un gestor, admitiendo que “No quiero saber ni la contraseña”.
Ciberbullying:
la intimidación constante
La relación está clara: a mayor
notoriedad, mayor número de críticas y comentarios negativos. Pero
no hace falta ser una estrella de Hollywood para vivir un
linchamiento en carne propia. El anonimato de la red consigue sacar a
relucir los desechos del alma humana y aunque haya gente que no lo
utilice con este fin, son pocos los usuarios que se salvan de los
episodios de descrédito en la red.
La diferencia matizable de estos
enfrentamientos sería la asiduidad. No es lo mismo un altercado
puntual que el ser sometido a una persecución que se alarga en el
tiempo. Cuando es una situación que se repite, hablamos de
ciberbullying,
que es la manera que ha encontrado el acoso de introducirse en
nuestros hogares.
Es importante entender que nuestra
generación es la primera en utilizar internet, así que somos los
conejillos de indias del medio, descubriendo sus bondades pero
también sus zonas oscuras. Éstas suelen concentrarse en las redes
sociales, debido al uso generalizado y la facilidad de crear perfiles
falsos o bajo pseudónimos, desde los que repartir amenazas. Los
adolescentes son los que tienen más probabilidades de caer en este
tipo de comportamientos, ya sea como víctimas o como ejecutores. De
hecho, nueve de cada diez han sido testigos de intimidación en las
redes sociales, según un estudio del PewResearch
Center. Es lo
que se conoce como “mayoría silenciosa”; ésta puede actuar como
cómplice también, al reír y compartir las imágenes o comentarios
de burla de sus compañeros.
El acoso escolar, que en el pasado
terminaba tras el horario lectivo, se mantiene ahora sin descanso,
permitiendo la participación de cualquiera. La ofensa se propaga de
móvil a móvil sin que la víctima tenga opción de defenderse,
aumentando los efectos de la agresión. De ahí que el número de
suicidios aumente, las cotas de estrés son demasiado altas para un
periodo tan frágil, emocionalmente, como es la adolescencia.
¿Pero qué se puede esperar de una
sociedad que potencia el agravio? Estamos inmersos en una cultura que
se cree en el derecho de expresar todos sus pensamientos, sin filtro,
encontrando en el falso protagonismo que da la red, una palestra
desde la que sentenciar y perseguir. Las frustraciones personales
encuentran una vía de escape ideal en este escenario. Los cobardes
se mantienen a salvo y la distancia con el interlocutor, los
insensibiliza.
Buscar las señales de alarma que nos
avisen del ciberacoso, es importante, pero también lo es el analizar
las causas de este desapego generalizado. Descubrir qué motiva a un
número creciente de individuos a redimir sus complejos y demonios a
costa del bienestar ajeno. Centrarnos un poco más en la enfermedad y
no tanto en aliviar a los que sufren sus efectos (que también).
Porque atacar el problema de raíz es el medio más efectivo para una
erradicación total.
Podemos empezar con nosotros mismos,
hagamos inventario de nuestros miedos, palabras y acciones; pero
sobre todo, no seamos cómplices y censuremos estos comportamientos
cuando surja la oportunidad. Dar ejemplo es el mayor seguro para
sentar las bases que crearán una sociedad mejor mañana.