domingo, 4 de noviembre de 2012

tributo a millás



Me gusta empezar los domingos con los artículos de Juan José Millás, que se esconden entre pecho y pecho de la revista Interviú. Me hacen reír, me hacen pensar, me hacen querer invitarle a gintonics con la excusa de entumecerle y que acepte ser mi mentor espiritual. Me inspiran, porque yo de mayor quiero ser como él y a modo de humilde tributo, inicio este blog, porque me hace falta una ilusión en estos tiempos de desesperanza y agujeros negros. Y es domingo, además.

No tengo futuro pero eso es algo normal en esta parte del mundo y en este momento del tiempo. Injusto pero normal. Si a esto le sumamos la pérdida de vocación, las dudas vitales y todo el drama post-adolescente, tenemos las condiciones óptimas para la introspección, la queja y la filosofía insomne de una desempleada atrapada entre títulos de pega.

No me gusta el estrés de los trabajos para ayer (como dieta es estupenda, se pierden unos 10 kilos de media) y no tengo la oratoria suficiente para vender nada (y menos algo en lo que no creo), ni el aguante psicológico para tratar con potenciales clientes que no saben lo que quieren pero creen que sí, reteniendo el desprecio de lanzarles una taza de café hirviendo a la cara; a menos que lo disfrace de performance comercial, técnica psicológica avanzada abalada por suecos que, están lo suficientemente lejos para cuestionarles nada y dan la impresión de saber mucho, con todas esas palabras kilométricas sin vocales. Claro que, remitiéndome al punto de mi incapacidad de manipulación direccionada a las ventas, sería imposible. 

Así que sólo me queda París (al que no puedo ir por falta de ingresos ni de un Humphrey Bogart que me invite) y escribir, que eso sí (por ahora), sale gratis.

Iniciando terapia en 3, 2, 1…

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