Me gusta empezar los domingos con los
artículos de Juan José Millás, que se esconden entre pecho y pecho de la
revista Interviú. Me hacen reír, me hacen pensar, me hacen querer invitarle a
gintonics con la excusa de entumecerle y que acepte ser mi mentor espiritual.
Me inspiran, porque yo de mayor quiero ser como él y a modo de humilde tributo,
inicio este blog, porque me hace falta una ilusión en estos tiempos de
desesperanza y agujeros negros. Y es domingo, además.
No me gusta el estrés de los trabajos para ayer (como dieta es estupenda, se
pierden unos 10 kilos de media) y no tengo la oratoria suficiente para vender
nada (y menos algo en lo que no creo), ni el aguante psicológico para tratar
con potenciales clientes que no saben lo que quieren pero creen que sí, reteniendo
el desprecio de lanzarles una taza de café hirviendo a la cara; a menos que lo
disfrace de performance comercial, técnica psicológica avanzada abalada por
suecos que, están lo suficientemente lejos para cuestionarles nada y dan la
impresión de saber mucho, con todas esas palabras kilométricas sin vocales. Claro
que, remitiéndome al punto de mi incapacidad de manipulación direccionada a las
ventas, sería imposible.
Así que sólo me queda París (al que no
puedo ir por falta de ingresos ni de un Humphrey Bogart que me invite) y
escribir, que eso sí (por ahora), sale gratis.
Iniciando terapia en 3, 2, 1…
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