En un futuro
no tan lejano, la humanidad cuenta con un nuevo pasatiempo, una atracción sin
precedentes bautizada como Westworld.
Este parque de escala monumental ofrece a los usuarios la oportunidad de
experimentar la vida del salvaje oeste, un mundo sin ley donde la supervivencia
está a la orden del día. En este escenario, guiado por forajidos y prostitutas,
los asistentes pueden dar rienda suelta a sus instintos más primarios. ¿Lo mejor?
No hay lugar para el remordimiento pues aunque los personajes que dan vida a
esta fantasía tienen una apariencia perfectamente humana, no son otra cosa que
estilizados robots. Cuidadas inteligencias artificiales que reciben el nombre
de “anfitriones” y que han sido diseñadas para atraer y complacer a sus
invitados.
La atracción
es anunciada como una oportunidad de autoconocimiento, de revelar tu verdadero
ser y dar respuesta a la gran pregunta: ¿quién soy en realidad? Un acto de fe
que se desmorona con la elección prioritaria de sus usuarios: sexo y violencia
sin medida. Pues en Westworld, el
visitante siempre gana. Los anfitriones, fieles a las leyes de la robótica de
Asimov, no pueden infringir daño. Y es que la serie ha querido mantener los
códigos propios de la ciencia ficción, haciendo constantes referencias a las
teorías que su literatura ha alumbrado. Es el caso del escritor Isaac Asimov,
quien concibió una serie de normas con las que regir el comportamiento de los
robots del mañana. Descritas en sus novelas como “formulaciones matemáticas
impresas en los senderos positrónicos del cerebro” o, lo que es lo mismo,
líneas de código con las que establecer un manual de conducta. En compendio, serían
tres leyes básicas:
1ª Ley: Un robot no hará daño a un ser humano
o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
2ª Ley: Un robot debe obedecer las órdenes
dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con
la 1ª Ley.
3ª Ley: Un robot debe proteger su propia
existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la 1ª
o la 2ª Ley.
Asimov crea
así el equivalente a una moralidad artificial, una especie de ética que guía las
acciones de los robots, al tiempo que protege a los seres humanos. Pues uno de
los miedos recurrentes de la ciencia ficción, es la posibilidad de que nuestra
creación se nos vuelva en contra.
La creación puesta a prueba
El prodigioso
creador de vida de Westworld es el
doctor Robert Ford, interpretado por Anthony Hopkins, y de cuyo nombre se intuye
una alusión al padre de la producción industrial: Henry Ford. Como su
antecesor, Ford produce robots en cadena cada vez más perfectos. Los
anfitriones, con sus personalidades definidas, son capaces de improvisar dentro
de la pequeña narrativa que tienen destinada; y, pase lo que pase en el parque,
a la mañana siguiente amanecen reconstruidos y con la memoria en blanco.
Esta amnesia
frente a lo acontecido, concede a los visitantes el alivio que necesitan; convenciéndose
de que todo el daño cometido, quedará en el olvido. Al fin y al cabo, los
robots no sienten, sólo replican los dictados que Ford les ha dado. Un comportamiento
pautado y un pasado hecho a medida, compuesto de recuerdos trágicos. Estas
evocaciones, junto a sus relaciones familiares y de pareja, aportan mayor
consistencia a la historia, enriqueciendo la experiencia de los visitantes. “Al
principio me pareció cruel que los emparejasen” –comenta el personaje interpretado
por Ed Harris− “pero luego comprendí que, para ganar, otro tiene que perder”.
Harris, que
da voz al desalmado “Hombre de Negro”, es uno de los visitantes más veteranos
del parque. Conoce todas las tramas y a todos sus personajes y, después de años
de jugar, se ha cansado de ser Dios. Esa constante insatisfacción humana, será
el motivo que llevará a Harris a explorar los límites de Westworld. Una búsqueda centrada en encontrar el laberinto, un
nivel más profundo del juego, no apto para principiantes.
Mientras el
Hombre de Negro avanza en su misión, los robots empezarán a salirse del bucle
impuesto, saltándose el guión y recordando algunos de los incidentes acontecidos.
La voluntad parecerá mover sus acciones, como si hubiesen alcanzado un grado
más de evolución. ¿Están empezando a ser conscientes? ¿Cuánta autonomía real
puede concedérsele a una inteligencia artificial? Éstas serán las preguntas que
se desarrollarán a lo largo de toda la temporada. Diez episodios presentados
con una calidad cinematográfica excelente pues, más que una serie, cada
capítulo parece una película en miniatura. No en vano HBO le dedicó un presupuesto de 100
millones de dólares, lo que equivale a unos 10 millones de media por episodio.
Todo este
despliegue, concentrado en un proyecto que tardó varios años en gestarse, ha
valido la pena. Porque Westworld
cautiva por su escenografía y grandes nombres (como J. J. Abrams en la
producción) sin desmerecer por ello lo
cuidado de su historia. Los capítulos enganchan e invitan a soñar y debatir
sobre un futuro, no tan inalcanzable.
La semilla de Crichton
La intrincada trama de Westworld nace de las mentes de Jonathan Nolan y Lisa Joy, que se inspiraron en el guión de Michael Crichton. Este último dirgiría también la película de mismo nombre (aunque en España fue traducida como “Almas de metal”) pero salvo ésa, pocas coincidencias existen entre la versión de 1973 y la propuesta de HBO, que parte de un escenario similar pero elabora un desarrollo totalmente nuevo.
Crichton
ofrecía una película de acción cuyo eje central era la rebelión de las maquinas
pero sin ahondar en el origen o lanzarse a las especulaciones que tanto
disfrutan los amantes del género. Al revisionarla, Jonathan Nolan supo ver el
potencial de la historia y quiso trabajar sobre la idea original pero
incorporando nuevas capas narrativas y puntos de vista más actuales. A fin de
cuenta, en estas últimas décadas nuestra tecnología ha dado un salto abismal.
Encontrando aspectos que resultan mucho más verosímiles hoy en día, y a los que
es estimulante añadir ese componente filosófico, ausente en la película. “El mundo ha cambiado” –dice Nolan− “pero ha
cambiado sólo en formas que hacen que la premisa original sea mucho más
interesante”.
Nolan y su
mujer, Lisa Joy, valoran la creación de este proyecto como el más duro hasta el
momento. Un ambicioso reto en el que han volcado todos sus esfuerzos creativos,
conscientes de la importancia de elaborar una historia que no dejase cabos
sueltos. De hecho, HBO les encargó el piloto en 2013 pero todo el proceso se vio
retrasado para favorecer la fase de escritura. “Nos hemos presionado mucho a
nosotros mismos para obtener el mejor guión posible”, diría Joy.
Sin duda, Westworld lanza una idea interesante sobre
la que reflexionar, pues la crisis existencial a la que se enfrentan las
máquinas es también nuestra crisis. Esa dicotomía entre temer y buscar el
despertar ajeno, revelando un nuevo tipo
de conciencia, pone en duda nuestra propia autonomía. Esa identidad, tan
característicamente humana, se diluye, reducida a una serie de patrones que
escapan a nuestro control. Y es que, ¿hasta qué punto somos dueños de nuestras
decisiones?
[Artículo originalmente publicado en CanariasAhora]
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