Me gusta pasear entre libros
y recorrer estanterías sin un rumbo definido hasta que llega la señal que me
hace detener el paso. Puede ser un color, una imagen o un nombre lo que me invite
a acercarme y a tirar de su lomo; un gesto eternamente asociado a la apertura
de pasadizos secretos. Y no es que los libros abran portales al uso, sino que más
bien, tienen la capacidad de transportarnos a otras realidades. Con ellos
podemos vivir experiencias que, seguramente, no lleguemos a experimentar en
primera persona pero que, durante la lectura, haremos nuestras. A fin de
cuentas, leer no deja de ser un medio para vivir muchas vidas en una sola.
Dos páginas al azar junto a
la dedicatoria, se convierten en mi prueba favorita cuando me lanzo a la
aventura de dejar que un libro me descubra. Un párrafo al principio, no
necesariamente en la primera página y otro a mitad, para no desvelar finales.
Las dedicatorias que dan la bienvenida, me dan una pista sobre el autor. A
veces son generalistas o utilizan citas de otros, en ocasiones se vuelven
asépticas listando nombres sin aparente prioridad; mientras que otras manifiestan
una devoción que resulta, como poco, intrigante. Es el caso de uno de mis
escritores favoritos, Julian Barnes, quien
dedica todas sus novelas a su mujer con un sencillo: “Para Pat”. Descubrir esa constante pone en marcha la imaginación,
porque esas dos palabras esconden una historia en sí misma (y el vínculo empieza
a formarse, aún con tantos capítulos por delante).
Así, habrá libros que serán
una extensión de nosotros mismos y a los que recurriremos para entendernos
porque, muchas veces, parecen ser la recomposición ordenada de nuestros
pensamientos. Un tipo de terapia asequible y siempre disponible que,
desafortunadamente, cae en picado en favor de otras opciones más inmediatas
donde reina la pasividad. Haciendo que la confesión pública de no leer haya
perdido todo rasgo de vergüenza. Ya no es algo que esconder, a la espera de
ponerle remedio, sino que es exhibido con orgullo.
Perderíamos una perspectiva
valiosa de la vida: la que pueden aportarnos aquellos que estuvieron antes que
nosotros y también la de nuestros contemporáneos. Sacándonos de esa visión de
túnel que sucede, inevitablemente, cuando nuestros referentes son tan pocos. Una
forma de conectar con el mundo, de reconocerse en pensamientos ajenos,
rompiendo el aislamiento que podamos sentir. Una actividad que invita a
reflexionar y que, junto a la escritura, nos ayuda a centrarnos y a no dejar
que sean otros o las circunstancias las que decidan.
Ese dejarse arrastrar
tendría que quedar limitado a elegir lecturas por puro impulso, permitiéndonos
combinaciones extremas: desde las hermanas
Bennet del siglo XIX hasta el
controvertido Henry Chinaski. Así de
grande es el espectro de posibilidades. Siendo todas historias perfectamente compatibles
con nuestra vida o, al menos, con la vida que vivimos a través de los libros.
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