Miley Cyrus criticaba, a
raíz del estreno de SuperGirl, que las series usasen géneros en sus nombres.
Un debate absurdo dentro del marco de lo políticamente correcto en el que
Estados Unidos no hace más que abrir la veda opuesta a la cordura.
Es precisamente una serie
con nombre de género, Girls, una de las que más ha hecho por romper tabúes sobre
al cuerpo y la sexualidad de las mujeres. Un ejemplo más valioso que el de
Cyrus con la lengua fuera y haciendo twerking mientras se roza contra todo,
como en un ritual de celo.
El feminismo se ha
convertido en una etiqueta manoseada y pervertida por la industria que ha
aprendido que es un concepto que viene muy bien para hacer caja. Beyonce planta
carteles monumentales con la palabra en sus conciertos. Lo cual no deja de ser
una versión 2.0 del Girl Power de las Spice Girls y ninguno
de estos ejemplos ha
hecho algo verdaderamente significativo por la igualdad de género.
El marketing feminista se
centra en lo superfluo y ni siquiera es capaz de captar bien el mensaje. Así,
una lucha valiosa pasa a ser una demostración del “poderío de la mujer”
centrado en exhibir cacho: porque puedo hacer lo que quiera, dicen. Siendo
casualmente la opción mayoritaria de ese querer, un andar en bragas o dejar traslucir
pezones. ¿Es eso lo que quieren las mujeres? ¿Ser las dueñas de su propia cosificación?
El plan parece ser mantener una provocación constante donde las reacciones
previsibles deben censurarse.
Cada cual es libre de
elegir la forma de reivindicar sus derechos pero transformar pensamientos
retrógrados a través del destape femenino, no sólo no es trasgresor a estas
alturas, sino que no responde a lógica alguna. Parece querer decir: tenemos
tetas y culo pero esto no puede condicionar nuestra valía, ni nos define de
ningún modo. Entonces, ¿por qué centrar toda la atención en esas partes? Si el
discurso que acompaña es otro, la estrategia me parece incoherente. ¿Cuál es el
fundamento? ¿Anestesiar a los hombres a fuerza de empacho? ¿Conseguir que ni
pestañeen cada vez que asome un pecho? ¿Y después qué?
Se ha vuelto una estrategia
para llamar la atención, dando una vuelta más a la desnudez femenina, que esta
vez se siente validada por ir (supuestamente) acompañada de un mensaje. Lo que
ocurre es que el feminismo no es un simple hashtag, es algo que va respaldado
de una serie de intenciones que trascienden más allá de escenificar el famoso
cartel de We Can Do It!. Sus objetivos no se limitan al gesto de colocarse la
etiqueta.
Y sí, el movimiento está
de moda, vende. Sin embargo, utilizar este impulso para crear un debate que
consiga verdaderos avances, sería lo deseable. Aprovechémoslo pero sin caer en
el engaño, mercantilizándolo y dejando que sean los intereses de otros los que
prosperen.
La
igualdad convertida en carne
Lou Doillon, cantante e hija de Jane
Birkin, decía en una entrevista: “Las mujeres tenemos que ir con mucho
cuidado para no perder terreno. Por eso, cuando veo a Nicki Minaj y Kim
Kardashian, me escandalizo. Me digo que mi abuela luchó por algo más que el
derecho a lucir un tanga.”
La igualdad tiene un
significado que trasciende más allá del cuerpo. Es conseguir equiparar derechos
y costumbres, brindándonos a todos las mismas oportunidades sin que por ello
tengamos que suprimir nuestras diferencias. Porque las tenemos y esto no supone
minusvaloración alguna, todo lo contrario, nos enriquece. Virginia Woolf,
referente clave del movimiento feminista, se apenaba por ello: “Sería una lástima terrible que las mujeres
escribieran como los hombres, o vivieran como los hombres, o se parecieran
físicamente a los hombres, porque dos sexos son ya pocos, dada la vastedad y
variedad del mundo; ¿cómo nos las arreglaríamos, pues, con uno solo?” No se
trata, por tanto, de unificarnos y mucho menos de repetir los errores que el
otro sexo ha cometido con el nuestro.
Se respira a veces un
ambiente de hostilidad hacia los hombres a los que se machaca con
generalizaciones que, por suerte ya, no son norma. Claro que aún quedan
aspectos por erradicar pero hacerlo con empatía es la mejor manera de reforzar
los argumentos. Los hombres no pueden ser enemigos sólo por ser hombres. Sería
como devolverles las mismas excusas que utilizaron con nosotras para
infravalorarnos.
Las conductas ofensivas
particulares deben recriminarse, y más cuando seamos testigos de ellas, pero
adjudicar el papel de enemigo a la mitad del planeta conduce a repetir los
mismos errores. Amparar este extremismo por considerarlo una especie de
compensación por todo lo padecido, no es justificable. Es importante recordar que
el éxito de esta lucha se basa en alcanzar una la alianza: estamos juntos en
esto.
Belleza:
doble rasero
Desconozco el momento
exacto en el que muchas mujeres cayeron en la trampa de creer que andar medio
desnudas en sus horas de trabajo era una cualidad reivindicativa. El papel de
la azafata lleva tiempo existiendo, una chica mona que muestra el último modelo
de coche en bikini o que hace girar las letras de un panel embutida en licra; cuando
por fin se le concedió voz, esto no disminuyó ni un ápice su vertiente de mujer
florero. Así, un grupo importante de presentadoras lucen escotes de vértigo y
micro faldas junto a sus compañeros varones que llevan cerrado hasta el último
botón de la camisa. Ellos monopolizan el ingenio mientras ellas interpretan el
papel de chicas tontas que se tocan el pelo y fingen no enterarse muy bien de
lo que está pasando. No todas las mujeres de los medios son así pero un número
importante mantiene el estereotipo sin que resulte, cuanto menos,
cuestionable.
Esta actitud se normaliza
porque sigue primando el doble rasero que da puntos a una mujer, no ya por ser
guapa, sino por tener la obligación de serlo. Encontramos ejemplos en sectores
donde la belleza no es ningún requisito, como la política, donde el descrédito
de la mujer suele ir de la mano de las críticas sobre su aspecto.
La canciller alemana,
Angela Merkel, se quejaba durante un congreso de empresarias en Berlín que
durante años “mi corte de pelo fue objeto
de discusión, al menos tan importante como mis convicciones políticas”. El
diario Bild llegó incluso a hacer un fotomontaje de Merkel con distintos
peinados para “invitarla” a cambiar. Una conducta impensable con cualquier otro
político hombre.
En España, los
comentarios machistas a candidatas o parlamentarias son también un arma
utilizada por aquellos sectores más retrógrados de la prensa. Es el caso del
columnista de ABC, Antonio Burgos, quien publicó a principios de este año un
artículo titulado ‘Las flequis’, donde arremetía contra las mujeres del CUP y
Bildu: “¿Por qué las tiorras
separatistas, ora vascongadas, ora catalanas, ora de Bildu, ora de la CUP, han
de ser tan feas?”. Un análisis generador de sarpullidos que encuentra en el
debate del independentismo una excusa para denigrar a sus representantes con
argumentos cavernarios: “No es que
quieran separarse de España: es que quieren que las echemos. Por horrorosas y
antiestéticas”.
Para Pilar López Díaz,
profesora de Ciencias de la Información, esta conducta parte del rechazo: “las mujeres sufren más críticas porque no
son bienvenidas en el terreno del poder”. A la presión de sus puestos deben
añadir la de tener un aspecto acorde a los cánones, mostrarse ajenas a la moda
parece invalidarlas para su profesión, ya que no están cumpliendo con la
parcela de feminidad que les corresponde. Como si en las aspiraciones de toda
mujer entrase el mostrarse siempre deseable.
Mensajes
contradictorios
Las revistas que tienen
un público femenino y que dicen ser abanderadas de la liberación de la mujer, son
las primeras en hacer gala de esa contradicción. Los supuestos mensajes de
aceptación y de quiérete cómo eres entran en conflicto con el plan de
adelgazamiento de la página siguiente y las docenas de anuncios que prometen
volverte más joven, más tersa, ¡mejor! (y menos tú). Las portadas se llenan de
recetas: Aprende a ser sexy, Vuélvete inolvidable en la cama, Llévale a un
orgasmo XXL, 50 formas de seducirle…
Mil tutoriales centrados en agradar y conquistar a los hombres, como si nuestra
felicidad y reconocimiento dependiesen de la valoración masculina.
Otras fomentan una
competitividad dañina, enfrentando vestidos y haciendo zoom en las
imperfecciones: unos pelos fuera de sitio, la flacidez de los brazos o la
celulitis del muslo. Acompañados de carteles coloristas donde se pueden leer
expresiones de asco, tipo “AARG”. Pillan a las famosas sin maquillaje o con
expresiones raras para desmontar su belleza pero no de un modo constructivo
sino en formato carroña. Alentando una falsa liberación de complejos.
Lo deseable sería demostrar
que no somos perfectas pero sin que ello suponga un fracaso. No lo somos porque
es imposible. Expresar asco y criticar sin piedad envía el mensaje equivocado. Se
empieza por las actrices y cantantes, a las que despersonalizamos porque están
lejos, pero se termina tratando con igual dureza a la vecina o a la compañera
de trabajo. Lo que produce un doble efecto: por un lado, aumenta la imposición
de encajar en el canon, con todas sus insalubres consecuencias; y por otro, nos
convierte en verdugos, regularizando actitudes absolutamente dañinas. Ocurre
sin que nos demos cuenta y aunque no lleguemos a verbalizarlos, son
pensamientos que se cruzan por nuestra cabeza como un automatismo. De ahí que
sea importante identificar estar inercias, para poder hacernos conscientes y
frenarlas.
Nuevo
feminismo
El nuevo feminismo tiende
al dogmatismo, es sectario, de manera que impide a cualquiera discrepar o
formular un punto de vista diferente: o estás conmigo o contra mí. Un
extremismo impropio de un movimiento que lo que buscaba originalmente era un
diálogo. No es una religión donde toca asumir el dogma que nos dan sin
miramientos. En su evolución podemos participar todos siempre que las iniciativas
sean respetuosas. En cambio, la respuesta inmediata ante cualquier diferencia,
aunque venga de parte de una mujer, se anuncia como una victoria del
Patriarcado. Otra más que cae en sus redes.
El problema de esto −además
de la censura que provoca, pues da miedo expresar un punto de vista contrario−,
es el hecho de que el mensaje se ha tergiversado. Dudo que todas las feministas
compartan radicalmente el mismo punto de vista pero las que hacen más ruido,
sí, y eso ha llevado a transformar el discurso. De ahí que muchas chicas
rechacen el movimiento, por tenerlo asociado a un credo equivocado.
Es lo que ha ocurrido con
actrices como Shailene Woodley, quien dijo en una entrevista que no se
consideraba feminista porque “Amo a los hombres y la idea de aumentar el poder
de la mujer y alejar a los hombres de éste nunca va a funcionar, hace falta un equilibrio”.
O la famosa interpreté de The Big Bang Theory, Kaley Cuoco, quien ante la
misma pregunta respondió: “¿Está mal si digo que no?”. Y añadió: “Cocino para
Ryan cinco noches a la semana, eso me hace sentir como una ama de casa y me
encanta. Sé que suena antiguo pero me gusta la idea de la mujer ocupándose de
su hombre”.
La deformación de su
significado terminó por desencadenar un movimiento protagonizado por chicas
jóvenes que se declaraban anti-feministas en Tumblr, fotografiándose con
carteles donde escribían, con su puño y letra, sus argumentos para estar en
contra. Frases enunciadas por un “No necesito el feminismo”, seguidas por
líneas totalmente equívocas: “Porque no soy una manipuladora idiota jugando a
ser víctima”, “Porque me gusta que los hombres hagan cumplidos sobre mi
cuerpo”, “Porque no creo que ser mujer sea una desventaja”. Un suceso que prueba
la mala información que existe al respecto, algo previsible, pues los medios
jalean una vertiente del feminismo que hace más ruido pero que no por ello es
la más representativa.
El feminismo no busca la
superioridad de la mujer frente al hombre. Tampoco impide que tengas unos
gustos tradicionalmente femeninos: puedes maquillarte o cocinar sin que eso
limite tu sentido de la justicia. Porque al final, el criterio que prevalece es
el de tener las mismas oportunidades y hacerlo sin necesidad de priorizar
unas sobre otras. Es decir, no es más visionario prohibir el rosa o el jugar
con muñecas, porque eso sería volver a caer en el patrón del direccionamiento.
Basta con mostrar la amplia gama de opciones, sin necesidad de señalar ninguna
como preferente.
Cada mujer tiene derecho
a elegir si quedarse en casa al cuidado de los hijos o centrarse en desarrollar
una carrera, o ambas cosas, peleando por una verdadera conciliación. Elegir si
casarse o ser soltera, sin que ello produzca lástima, incomprensión o cualquier
otra clasificación negativa. Decidir sobre cuerpo o vestirse acorde a su
criterio y no para medir su reputación. Valorarse por ella misma y no por la
opinión del hombre o las marcas.
Todas las elecciones son respetables
si parten de la libertad personal y no vienen condicionadas por el entorno. Trabajar
en eso, en el entorno que limita y direcciona, es lo importante. Lograr que las
mujeres no sean las que tiendan a renunciar, o a ser juzgadas por sus
decisiones, es el verdadero significado del feminismo. Y ante eso, ninguna
mujer se atrevería a declararse otra cosa.
[Artículo publicado originalmente en CanariasAhora]
[Artículo publicado originalmente en CanariasAhora]
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