Nada más
despertar, me llegó la noticia de que Trump había ganado las elecciones. El
corazón me dio un vuelco pero como aún estaba en ese estado de
semiinconsciencia, propio de los primero minutos, me aferré a la idea de que
todo aquello fuese el resultado de un mal sueño. Pero no. Ésta es nuestra
realidad ahora, la realidad que la gente ha decidido.
Entonces noté
el peso sobre mi cuerpo, que se ralentizó, sobrecargado por la pena. Había
vuelto a pasar: otra decisión democráticamente dictatorial. Como el Brexit, el
gobierno del PP... y sigue sumando. Decisiones libres todas pero pensadas para
satisfacer a unos pocos. De nuevo, otro retroceso, y sin necesidad de imponer
nada. La humanidad es su propio kamikaze.
A lo mejor ha
llegado el momento de que todo se acabe, pensé. A lo mejor es lo que nos
merecemos. Desde luego, es lo que las últimas noticias transmiten, un celebrado
“¡hundamos el barco!”, donde el mundo se presenta voluntario para desfilar a
ciegas por el borde del precipicio.
En Estado
Unidos ha ganado un homófobo, misógino, racista, corrupto y bocazas porque el
grupo que se ha visto reflejado en su patriotismo de pega, ese que culpa al vecino
de todos sus males, ha dedicado unos minutos de su vida a algo tan simple como
ejercer su derecho al voto. Han decidido por el resto, porque los demás han preferido
ocuparse de otra cosa, asumiendo una rendición anticipada.
Algunos
creyendo, ilusamente, que así daban una lección… como si las consecuencias no
fueran a afectarles. Otros, como ocurre en España, porque no les interesa. Para
ellos la vida es un estado pasivo y distorsionado por el filtro sus redes
sociales. Ahí sí se suman a las causas pero con un activismo de sofá que pocos
efectos tiene. Tristemente y pese a lo que se podría esperar, internet no sólo
no te abre la mente −que diría Bauman− sino que es un instrumento fabuloso para
cerrarte los ojos. Así, los días pasan, inmersos en un entretenimiento
anestesiante y conmovidos por el reality y sus quince minutos de fama. Una
estancia blindada donde, ovillados frente a la luz azul de las pantallas, se
mantienen encapsulados; creyendo, falsamente, estar sanos y salvos.
Ahora un
personaje de reality gobierna el mundo pero pronto se darán cuenta de que, esta
vez, no es posible cambiar de canal.
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