Hay quien lee
los horóscopos o busca designios divinos en los posos del té, yo soy más de
usar la radio como oráculo. Es un pronóstico que me aplico sólo si sale
positivo, claro, un vicio tonto con el que infundirme ánimos. Enciendo la radio
y trato de encontrar, en la canción que suene, una respuesta más o menos clara
a mi pregunta. A veces rebusco en la letra y otras me baso en mi afinidad con
el tema. Si suena un Life on Mars de
Bowie, el día se presentará favorable pero si es el Live is Life de Opus, las perspectivas serán peores. Pero como he
dicho, lo aplico sólo si me interesa. Si el resultado no va a ser bueno, pruebo
con otra emisora y si ni con esas funciona, me vuelvo completamente racional y
me olvido del asunto. Es la dinámica básica, ¿no? Por eso los echadores de
cartas sólo te dicen lo que quieres oír (y lo mío, al menos, sale gratis).
Supongo que
estos augurios relacionados con las canciones tienen su razón de ser, ya que
una azarosa relación de temas puede verdaderamente influir en el estado
anímico. Habrá quién se tome la música como un hilillo de fondo que rellena
asépticamente los silencios pero no es mi caso. Para mí, las canciones son
importantes y traen incorporadas sus propias emociones, de ahí que no soporte
su uso indiscriminado en publicidad. Porque esa música no se compuso para eso, sino
que tenía un propósito mayor que vender seguros o refrescos.
Algunas hasta se volvían
expresiones del día a día, como “Toma flan Danone”. Cierto es (o así me gusta
pensarlo) que, actualmente, hemos refinado nuestras coletillas (Burt Lancaster y
Stevie Wonder están a salvo ya), pero aun reconociendo el desfase, al menos
eran un concepto original.
Además, daban
trabajo a otro tipo de músicos. Dudo que les diera para comprarse una casa en
Malibú (según ficciones que implican a Charlie Sheen) pero por lo menos nacían
de una intención creativa y no como producto del corta-pega. Y si se hacía
bien, ocuparían para siembre un trocito de nuestra memoria.
Diría que fue
en los noventa cuando la música empezó a pervertirse. Momento en el que los
publicistas explotaron a muerte el recurso fácil de cambiar las letras en favor
del anunciante. Así, el Give it up de
la Steve Miller Band se convirtió en: Por
eso dame Kas, 24 horas Kas. O El Pozo, que se apropió del YMCA de los Village People para vender
chóped.
Pero las
últimas tendencias son aún peores porque ya no tienen compasión ni se molestan
en maquillar el asunto, utilizando a Queen para los antigripales y a Blondie
para los cereales de dieta. Condenando a generaciones a pensar que, cuando Amy
Winehouse decía aquello de “No, no, no”, era para criticar a todos los que no
fueran de la Mutua.
Y no sólo afecta
a los más jóvenes. Una vez subí a mi coche a un chico con cierto potencial
romántico. Al encender la radio para escuchar (secretamente) los augurios en
clave que me ofrecía la emisora, sonó el Come
together de los Beatles. Emití un sonido exclamativo que escondía otras
esperanzas para recibir, a cambio, una demoledora respuesta: Ah sí, la canción de Telefónica. Quedando
así desterrada, cualquier incipiente atracción. Por lo que admitamos que (por
verle un lado positivo), como criba en el cortejo, tiene su utilidad.
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