Hace tiempo que desterré las discusiones políticas y, mucho más, lo
intentos de convencer a nadie. Todavía me entristece la actitud de tantísima
gente en este aspecto y me frustran las injusticias que no dejan de producirse,
sobre todo entre una clase política que se ha profesionalizado, distanciada de
sus propósitos originales y de la gente a la que (no lo olvidemos nunca)
representa. Estoy cansada de pedir un poco de coherencia y de poner esperanzas
en un futuro que se anticipa negro. Si la gente quiere seguir votando opciones
masoquistas que nos hundan, hundámonos. Me siento bastante derrotista en este
punto, la verdad.
Por eso, cuando leo opiniones exageradas y envenenadas de
pronósticos apocalípticos referentes a opciones que (y es así, por mucho que se
empeñen en repetir el mantra), aún hoy, no han podido demostrar ser desastre
alguno, directamente las ignoro. Aunque vengan de gente a la que admiro, (sobre
todo si sobrepasan una cierta edad). Lo asumo como un efecto secundario de los
años: un síntoma de la vejez del que no son responsables.
En esta línea, traté de mantener al margen las puntas crecientes
que iba soltando Javier Marías en sus últimos artículos. Hay que ser justos con
la trayectoria vital y no cargarnos de golpe todo el crédito de alguien porque
en sus últimos años tome posturas que no nos gusten. Pero una cosa es la
discrepancia en intención de voto y otra la exaltación gratuita de la intolerancia.
Estoy hablando del último artículo, publicado en el País, del señor
Marías, que ya empieza a hacer sangre desde el título: Perrolatría. Avanzaba los párrafos esperando encontrar una postura
que suavizara las barbaridades que no dejaban de enlazarse. Vamos, Marías, déjame salvarte. Pero no,
no hubo forma. El mal cuerpo me atragantó el desayuno, y la decepción, no sé si
me irá algún día. Esa constante enfatización de lo “peligrosos” y “dañinos”
que son los perros, a los que equipara con pistolas y puñales. Seres dispuestos
a asesinar tras un guiño de su amo. Sanguinarios, sucios, molestos, ¡una
plaga directamente! Lo único que me demuestra es que:
1)
No tiene ni idea de
perros. A los que habrá visto de lejos, con repugnancia, imaginando
historias paranoicas de conspiración asesina (vaya ángulo malo con el que
mirar).
2)
Chochea. Porque el que se
permita hacer una referencia barata a Hitler (entre otras cosas), es de una
bajeza tan representativa de falta de argumentos que, viniendo de alguien al
que tenía por inteligente, sólo me deja la opción de la demencia. Dios mío, la
tercera edad, qué mala es.
Podría entender que el problema de Marías con los perros, no fueran
los perros en sí, sino la falta de educación. Yo los adoro pero también me
molestan sus ladridos en bucle frente a un dueño impávido (y posiblemente
sordo) o andar a saltos por el césped porque aquello es un campo de minas. Pero
entiendo que el problema no radica en tener que cohabitar con ellos en la
ciudad, sino el hacerlo con unos dueños que se saltan a la torera los
principios de civismo y cortesía.
Lo mismo que ocurre con los niños que gritan y alborotan como
posesos, cuyos padres no hacen ni el intento de poner orden. Me molestan pero
lo hago sin perder el norte sobre la raíz del problema o lanzarme a pedir la
erradicación de la infancia porque, oh qué dolor de cabeza dan ALGUNOS niños.
¿Y los fumadores en las terrazas? Preferiría un mundo sin humo pero
entiendo que en un espacio abierto (aunque el tabaco me llegue igualmente),
tengamos que tener cabida todos. Sería un detalle no dejar el cigarro constantemente
posicionado hacia mi mesa, contaminándome a mí y a mi plato, pero eso no me
otorga el poder de amputar brazos o esperar que se prohíba un vicio que (ironía), de
ninguna de las maneras, hace bien a nadie.
Creo en una libertad responsable y bien formada, la cual trae sus
contras porque es imposible asegurar la responsabilidad y la formación, pero soy
partidaria de asumirlos, esperando que el tiempo los reduzca. Por eso no espero
que los desconocidos aguanten el vaho de mi perro en la cara durante un
trayecto en transporte público o que tengan que quedarse de pie porque el mío
ocupa un asiento. Ojalá se los admitiese en la guagua como ya ocurre (sin que
nada haya estallado) en otros países pero, de momento, no tengo esa opción. Y
ojalá hubiesen más playas donde poder llevarlos, porque con unos dueños responsables,
su presencia sería mínima. Más generadora de sonrisas que de inconvenientes. El
resumen es la educación. Es que no hay más.
El artículo de Marías no parece apuntar en este sentido, sino en enumerar todas las cargas de tener un animal: que ensucian, que (nos) enferman, que cuestan dinero…Enorgulleciéndose de poner en duda el que puedan necesitar tratamiento psicológico. Pues no, no es que los perros tiren de psicoanálisis tumbados en un diván pero muchos han sufrido lo bastante como para arrastrar secuelas de por vida; con problemas de ansiedad por maltrato, abandono, atropello y, en ocasiones (como mi perra), todo junto. Así que tanto entrecomillado suspicaz, me sobra; a mí y a cualquiera que haya visitado una perrera o hablado con un adoptante alguna vez.
El artículo de Marías no parece apuntar en este sentido, sino en enumerar todas las cargas de tener un animal: que ensucian, que (nos) enferman, que cuestan dinero…Enorgulleciéndose de poner en duda el que puedan necesitar tratamiento psicológico. Pues no, no es que los perros tiren de psicoanálisis tumbados en un diván pero muchos han sufrido lo bastante como para arrastrar secuelas de por vida; con problemas de ansiedad por maltrato, abandono, atropello y, en ocasiones (como mi perra), todo junto. Así que tanto entrecomillado suspicaz, me sobra; a mí y a cualquiera que haya visitado una perrera o hablado con un adoptante alguna vez.
Las tirrias personales de cada uno son eso, personales y de cada
uno, así que no tenemos por qué aguantarlas. El que odie a los perros, los gatos,
las gaviotas, los niños, el césped, el sol o el color azul, tiene un problema. Salvo que pueda permitirse comprar una isla desierta o cientos de hectáreas
a la redonda, nos va a tocar convivir, y eso supone respetar pero también hacer
concesiones. Volvernos intransigentes, queriendo imponer nuestro minucioso
credo al resto, no sólo es inviable sino que además, nos hace peores personas.
Y eso sí que sirve de medida, señor Marías (ya que lamentaba la relación entre bondad
y propietarios de perros).
Siempre he entendido la sensibilidad como un concepto global y no
algo afín a receptáculos aislados, que permiten retirarla completamente y al
gusto, según intereses subjetivos. De ahí la pena. Porque esta ausencia de empatía
tan clara, me hace plantearme mi admiración. Por una falta de juicio tan evidente
a la hora de expresar una animadversión que, aunque lícita, es fruto de la
amargura que da el desconocimiento y la intransigencia. De modo que tendría que
haberla expresado en un círculo íntimo si quería pero no a modo de protesta en
un medio tan visible, donde lo único que fomenta es la separación y el odio. Ha
sido la gota que colma el vaso y temo que éste sea uno esos puntos de no
retorno donde, difícilmente, nada volverá a ser lo mismo.
Precisamente, en mi último artículo para CanariasAhora hablo de los animales y sobre como distintas investigaciones científicas les conceden rasgos que los humanos llevábamos siglos creyendo propios y en exclusiva. No son meros autómatas y aunque no seamos iguales (ni falta que hace), nuestro egocentrismo está destinado a acabarse. Estoy segura de que en el futuro se descubrirán más cualidades, sentimientos y otros síntomas de inteligencia y "humanización" en el reino animal, lo que nos quitará la superioridad moral con los que los tratamos y empezaremos de verdad a protegerlos. Porque cada especie ha llegado hasta aquí con una línea evolutiva diferente, pero nuestro origen es el mismo. Menospreciarlos a ellos, es negar nuestras propias capacidades que, si son superiores en cuestiones de ética, deberían traducirse en un respeto real. Compartimos planetas, no nos pertenece.
Precisamente, en mi último artículo para CanariasAhora hablo de los animales y sobre como distintas investigaciones científicas les conceden rasgos que los humanos llevábamos siglos creyendo propios y en exclusiva. No son meros autómatas y aunque no seamos iguales (ni falta que hace), nuestro egocentrismo está destinado a acabarse. Estoy segura de que en el futuro se descubrirán más cualidades, sentimientos y otros síntomas de inteligencia y "humanización" en el reino animal, lo que nos quitará la superioridad moral con los que los tratamos y empezaremos de verdad a protegerlos. Porque cada especie ha llegado hasta aquí con una línea evolutiva diferente, pero nuestro origen es el mismo. Menospreciarlos a ellos, es negar nuestras propias capacidades que, si son superiores en cuestiones de ética, deberían traducirse en un respeto real. Compartimos planetas, no nos pertenece.